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04 de mayo de 2024

En primera líneaRamón Pi

La represión tras la guerra civil

Uno de los méritos de Miguel Platón es que ha sabido hacer compatible, en un libro sobre la represión de los ganadores de una guerra de tres años, el respeto a la verdad con el marco que ayude al lector a no enfrentarse a una película de buenos buenísimos y malos malísimos

Actualizada 01:30

Asistí el martes 20 de febrero en el Real Casino de Madrid al acto de presentación del libro de Miguel Platón La represión de la posguerra. El subtítulo expresa el contenido: «Penas de muerte por hechos cometidos durante la guerra civil».
Me temía –en vista de la que está cayendo en nuestra vida pública en los últimos años– que, bajo la apariencia de un catálogo de sentencias, sus cumplimientos y sus conmutaciones, latiese un alegato en favor de un golpe de timón en nuestra política. Me equivocaba. Devoré las más de seiscientas páginas casi de un tirón, pues el acto de presentación del libro llevaba casi un mes de retraso desde su aparición en las librerías, debido a la suspensión del acto previsto inicialmente por la Gran Peña sin dar explicaciones, y me encontré con la rara avis de un historiador que, enfrentado a un tema como la guerra civil española, que no olvide que es historiador y no militante más o menos sectario de los bandos enfrentados en la contienda. Pero tampoco era una fría relación, tipo guía telefónica, sino que tenía una introducción que sólo un periodista veterano es capaz de escribir. En un lenguaje claro y al alcance de un profano en la materia, Platón explica que el libro consiste en la respuesta de esta documentación a «la más importante cuestión pendiente de la guerra civil española: la extensión de la represión efectuada en la posguerra».
Ilustracion Miguel Platón

Lu Tolstova

El libro –llamado a ser la principal fuente de cualquier trabajo sobre la represión tras la guerra civil– es un un trabajo serio, al margen de exabruptos sentimentales o en algún caso puros inventos firmados por historiadores profesionales que dan poco lustre a su oficio. Miguel Platón matiza hasta el detalle de su investigación, deja claro no sólo lo que contiene el material con el que ha trabajado, sino los datos que no forman parte de una visión pormenorizada y en detalle de lo que indica el título y que podría llamar a engaño al lector desprevenido. Pero no se crea que la impresión tras su lectura es la de un narrador descomprometido o ajeno a la contienda. Del libro se desprende inequívocamente que su autor está contra las guerras, singularmente las civiles, por su carácter fratricida; uno de los méritos de Platón, y no el menor, es que ha sabido hacer compatible, en un libro sobre la represión de los ganadores de una guerra de tres años, el respeto a la verdad con el marco que ayude al lector a no enfrentarse a una película de buenos buenísimos y malos malísimos.
Una muestra de la voluntad de ecuanimidad del investigador la tenemos en estos párrafos: «El 22 de abril de 1938, un decreto sobre tramitación de indultos del Ministerio de Justicia restableció la Ley de Indultos de 18 de junio de 1870, que había derogado la Constitución de 1931. Salvo en determinados casos, la Constitución de la Segunda República reservó la competencia en materia de indultos a las Cortes y se prohibieron los indultos generales. El restablecimiento de las medidas de gracia era competencia exclusiva del Jefe del Estado (...) Una Ley del 23 de septiembre de 1939 estableció como hechos 'no delictivos' todos los delitos cometidos desde abril de 1931 y julio de 1936 por personas adictas a los 'ideales del Movimiento Nacional'. De manera expresa se consideraron no delictivos hasta los homicidios. Fue una amnistía sui generis que tuvo los efectos de un autoindulto».
Yo mismo solía decir, cuando daba charlas o conferencias, que el alimento intelectual de un periodista, como el de profesiones tan diversas como juez o investigador científico, es el insobornable amor a la verdad: a la verdad de las personas, de las cosas, de las situaciones. Cualidad que, si es recomendable en cualquier actividad humana, resulta inserta en el corazón mismo de estas profesiones y otras semejantes, entre las que se encuentra la de historiador, aunque últimamente esté bastante devaluada. A los que se inventaron la contradictio in terminis de «memoria histórica» o la majadería de «memoria democrática» sus colegas les tienen que dedicar algo parecido a un homenaje..., al revés.
  • Ramón Pi es periodista
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