Cartas globalistas
Pensar hoy en el futuro hace inevitable aventurar el devenir y las situaciones que tocará lidiar a los afectados directos de esta degradación, obligados ya a considerar cuanto antes la autotutela, que no puede ser ya otra cosa que la huida
Durante mucho tiempo creí, como mi paisano Ángel Ganivet, que los Calígula tienen la vida corta y los gobiernos de una nación pueden pasar de un Nerón a un Trajano, un Tiro, un Pericles y hasta a un Marco Aurelio con razonable celeridad. Qué pensamiento más revolucionario.
Pero claro, el verdadero revolucionario, para ese portento olvidado por no reconocérsele una filiación política de un determinado tipo, no es el hombre de acción, sino el que tiene las ideas más nobles y justas con o respecto de los otros. Y no intenta popularizarlas, mucho menos imponerlas, sino que las arroja en la sociedad para que germinen y echen fruto. Llegado el caso hasta las defiende, no con la violencia sino con el sacrificio.
Esta es una forma muy hermosa de explicar la importancia de la libertad de expresión, el pluralismo, la alternancia y el peligro del pensamiento único o hegemónico. Me pregunto si esto es ya posible.
Pienso en el razonamiento de Ganivet, miro a nuestro alrededor, observo nuestra cotidianidad, compruebo el empeño y tarea de los actores principales de mercado de la opinión pública y todo resulta bastante deprimente. Por eso tengo que redefinir este pensamiento, tan puro y propio de alguien como él.
Colapso cuando, a la luz de nuestra realidad pretendo hacer una traslación e incluso mantener la vigencia de su reflexión. Me pregunto qué nos ha sucedido para que sepamos, con absoluta certeza, que la lista de Calígulas es ya larga y que los Marco Aurelios ni están ni se le esperan, y si apareciera uno sería sacrificado. Por esto resulta inevitable caer en la desesperanza.
Pensar hoy en el futuro hace inevitable aventurar el devenir y las situaciones que tocará lidiar a los afectados directos de esta degradación, obligados ya a considerar cuanto antes la autotutela, que no puede ser ya otra cosa que la huida.
Claro que como diría un buen amigo mío, huir, sí, pero a dónde… Y en eso estamos. A esto hemos llegado.
Juan J. Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho Administrativo de la Univ. de Granada