Se queman los montes
La influencia del cambio climático lo es exclusivamente sobre las tareas necesarias para apagar los incendios debido al incremento de las temperaturas; pero hacerle responsable principal de su origen es una falacia más de la clase política
Tras un año 2024 tranquilo, en este de 2025 se nos está quemando una superficie forestal ya hoy superior a la dramática cifra de 2023. Vamos de mal en peor.
La superficie forestal, arbolada y arbustiva, ocupa alrededor de 20 millones de hectáreas, es decir un 40 % de la superficie de España. Desde finales del siglo pasado esta superficie ha crecido desde los 13 millones. Desde 1990 la tasa de crecimiento ha sido de 200.000 hectáreas al año. Esto nos permite una primera afirmación: no somos un país deforestado, somos un país sin política forestal.
Existe una opinión, bastante unánime, respecto del origen de muchos de los incendios forestales. La despoblación del medio rural y su consiguiente ocupación por la vegetación; y la criminal actuación de los pirómanos. Pero hay otros motivos, menos divulgados, también muy responsables de esta desgracia.
Las autoridades europeas y españolas decidieron repoblar, la mayor parte de las masas forestales ahora quemadas, con animales carnívoros, especialmente osos y lobos, en lugar de hacerlo con animales herbívoros cuya alimentación garantiza su limpieza y por tanto disminuyen el riesgo de incendio. A mayor abundamiento, esos animales carnívoros se alimentan precisamente de los pocos herbívoros supervivientes. Todo un despropósito sin explicación científica alguna, sino fruto de una política más propia de cuentos infantiles que de una adecuada política forestal.
Y mientras los grandes carnívoros tienen capacidad de huir del fuego, los herbívoros están muriendo a miles durante las últimas semanas. En relación también con los animales, poner de manifiesto los efectos de la superpoblación de jabalíes, dado que se convierten en propagadores del fuego en su huida, en estampida, cargados ya de él.
En el orden vegetal, el predominio del pino también favorece y mucho la extensión de las superficies quemadas. Sus piñas al arder se convierten en proyectiles incendiarios, sin posibilidad de control dadas sus largas y caprichosas trayectorias. Los jabalíes son tanques lanzallamas y los pinos artillería ligera. Dejemos de plantar pinos, por favor.
Otro motivo son las dificultades administrativas, con sanciones elevadas, establecidas para impedir acceder a estas masas de vegetación, sean zonas protegidas o no, para su aprovechamiento ganadero y forestal. Esta obsesión ambientalista de nuestras autoridades, sin duda inducida por grupos de presión minoritarios, consistente en «cerrar» los perímetros de grandes superficies del medio natural, no impide para nada la actividad de sus enemigos, que los tienen, pero sí la de sus amigos de toda la vida, esto es: sus vecinos. Vecinos, por cierto, que siempre entraron acompañados de animales comedores de hierba, lo que impedía que se secase convirtiéndose en mecha y transmisión del fuego, tal cual sucede ahora.
Por si fuera poco, a los agricultores vecinos no se les deja labrar los rastrojos de sus cosechas hasta el 15 de agosto, perdiéndose así miles de hectáreas de unos magníficos cortafuegos por una política agraria simbiótica de una forestal basada, según el ministerio competente, en un «enfoque ecosistémico de la gestión forestal sostenible». ¿Alguien da más? Nosotros no tenemos selvas naturales, tenemos superficies arboladas con suelos ocupados por masas leñosas y períodos anuales secos.
Proteger así los montes es condenarlos a su muerte por el fuego.
Seamos realistas, tenerlos limpios, mediante los trabajos selvícolas adecuados (pistas, cortafuegos, balsas de agua, etc), es decir, prevenir el fuego en 20 millones de hectáreas es imposible, técnica y económicamente, a un horizonte próximo. Y más aún cuando esa superficie, al menos de momento, no deja de crecer año a año. Son muy bonitas las campañas escolares para que los niños planten un árbol, pero serían más útiles si se les enseñara a limpiar y respetar los que ya tenemos. Todo aconseja dejar de plantar más árboles, al menos hasta no tener en condiciones medianamente dignas las superficies actuales.
La inversión pública y privada en el mantenimiento de nuestra extensa masa forestal, podemos considerarla prácticamente inexistente. La privada por falta de rentabilidad económica y la pública por falta de rentabilidad política.
La necesaria política forestal no puede estar exclusivamente en manos de las administraciones, central o autonómicas, dedicadas al medio ambiente. La influencia del cambio climático lo es exclusivamente sobre las tareas necesarias para apagar los incendios debido al incremento de las temperaturas; pero hacerle responsable principal de su origen es una falacia más de la clase política. Proponer un Pacto de Estado para hacer frente a la emergencia climática es una iniciativa correcta, pero vincularlo a los incendios forestales, esperando encontrar en él solución a los incendios, es una salida veraniega pasando por la tangente de sus causas reales.
Eugenio Nadal Reimat es ingeniero Agrónomo y ex presidente de la Confederación Hidrográfica del Ebro