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Lolo De Juan

Un recuerdo a Ussía

Metía el dedo en el ojo, en la boca y en el trasero. Cuando te cogía ojeriza apretaba la escopeta contra su hombro para meterte el punto de mira hasta los gavilanes. Era un enemigo duro y puntilloso, voraz con la pluma, contundente con la injusticia y no hacía prisioneros cuando se lanzaba a los ruedos

Está la niebla echada sobre la sierra, como la piel de un lobo descansa sobre los cansados hombros de un guerrero. Hace un día mohíno. Las reses se tapan en la umbría porque allí pega menos el ábrego. Es un día triste de otoño, de castañas y de chimenea. Pero he cogido a Talibán para echarme al monte. Me aprieta el pecho, algo tengo adentro que lo quiero sacar. Vámonos Polvorilla.

Atalayo a mi puntal donde Extremadura se asoma a Castilla. Hice bien en dejar una lumbre preparada para meterle yesca en un día como hoy donde tengo una conversación pendiente con un amigo. Le meto marcha a la aulaga que hace de cama y tardan poco en avivarse el humo y el fuego. Parece que pese al frío todos los elementos se enhebran para tejer un rato de paz. Resopla Talibán amarrado a una madroña. Sale buen humo de la candela, echo una brazada de monte que hace chisporrotear el entorno. Tengo algo dentro, no es tristeza ni dolor, es una deuda con el amigo, el maestro, el oponente o el adversario –nunca enemigo–. Vámonos Polvorilla.

Le recuerdo y creo que no le olvidaré; tenía la nariz grande, la mirada avispada y achinada, y ni una arruga en la camisa. Era un tipo grande y con manos fuertes. No creo que en su juventud fuera un musculitos pero desde luego tenía presencia. Pero lo que era indudable es que tenía talante y genialidad, dos patas largas de un banco donde se sostenía el corazón generoso y una mente inquieta.

Era batallador. Metía el dedo en el ojo, en la boca y en el trasero. Cuando te cogía ojeriza apretaba la escopeta contra su hombro para meterte el punto de mira hasta los gavilanes. Era un enemigo duro y puntilloso, voraz con la pluma, contundente con la injusticia y no hacía prisioneros cuando se lanzaba a los ruedos. Pero tenía una gran humanidad y era un señor. No conocía el rencor y mucho menos la soberbia. Era capaz de estar días lanzando dardos pero cuando pedías cuartel, envainaba sin disculpa ni duda. Eso le hacía un perfecto contrincante y una mejor persona.

Tuvimos nuestras tiranteces en lo literario –nunca en lo personal–. Discrepábamos con lindes de la cinegética, las tradiciones, el noviazgo montero… Pero no dejaba de ser un maestro que provocaba a su alumno para despertar la rabia de la pluma, de arrancar del alma esas palabras que de normal están adormecidas en la memoria. De tirarme algún capón que con fastidio yo recibía. Pero me enseñó que luchar con la espada y con la pluma requieren de audacia, velocidad y tino. En eso él era un gran maestro. Tuvo la inmensa generosidad de prologarme uno de mis libros; allí se hizo con el público, con el escenario y con la afición. Saludó cariñosamente a la Baronesa Thyssen –que no estaba– y logró como siempre la carcajada de todos los asistentes.

Recuerdo nuestro último rifirrafe literario donde reconozco que le ofrecí tablas por cariño, respeto y por no dar aire a un tema controvertido como es la caza. En seguida me mandó respuesta con la bondad y señorío que le caracterizaba. Nos quedaba pendiente tomar una copa juntos. Siempre me gustaba echar un rato con él porque la genialidad era la tónica que tomábamos con el beefeter.

Se ha ido Ussía, sin hacer ruido, sin darse importancia. Pero está aquí, lo siento y lo palpo. Porque el que escribe vive dos veces. Y ambas cosas él las hizo mejor que nadie.

Un abrazo al amigo, al artista y sobre todo al maestro.

  • Lolo De Juan es gestor agropecuario
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