«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»
Decía San Pablo que la fe llega por el oído, en el sentido de que primero se da el conocimiento y después el amor, pues no podemos amar aquello que no conocemos
Cuando el creyente escucha la Sagrada Escritura no solo lo hace con el máximo respeto, sino con la firme convicción de que lo mismo que escucha se está realizando en ese momento. Por eso, cuando Jesús lee en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, puede decir que se está cumpliendo en ese instante y en ese lugar lo mismo que el profeta anunciaba a los hombres de su tiempo.
La gran diferencia entre la Biblia y otras grandes joyas literarias de la historia es que éstas últimas pueden estar llenas de belleza o incluso de una profunda sabiduría que enriquece el corazón del lector, pero no es más que una construcción humana, por muy sublime que sea. Sin embargo el verdadero autor de los libros bíblicos es el mismo Espíritu Santo, que inspira a los autores sagrados de tal forma que lo escrito se convierte en palabra divina y, como tal, está llena de fuerza, y es capaz de dar vida sobrenatural a todo aquel que la recibe como lo que es realmente: un mensaje de Dios para los hombres de todos los tiempos, pues nuestro Dios está por encima del tiempo y es capaz de «fecundar» en cada momento el corazón del hombre, mediante la escucha de unas palabras que son Espíritu y vida.
Es por esta razón que la Iglesia nos invita cada domingo a estar especialmente atentos en esa primera parte de la Santa Misa que llamamos liturgia de la Palabra, pues durante la proclamación de las lecturas, Dios mismo inspira los corazones para que puedan abrirse a la gracia de la salvación. Para muchos cristianos parece que la parte más importante de la misa dominical es la liturgia eucarística, pero es muy difícil acoger el don de la Eucaristía si previamente no se ha acogido el don de la Palabra que se nos da en cada celebración.
Decía San Pablo que la fe llega por el oído, en el sentido de que primero se da el conocimiento y después el amor, pues no podemos amar aquello que no conocemos y es lógico que recibamos cada Palabra divina como una nueva revelación que el Señor nos quiere hacer para llegar más lejos en el amor. Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra, que es capaz de cumplir con eficacia la misión que Dios le encomienda y sabemos que sólo como oyentes de la misma a podremos llegar a la plenitud de la verdad y del amor.