
Los Reyes de España, ante el féretro de Francisco en la basílica de San Pedro, momentos antes del funeral
El Rey, el único que se persigna ante el ataúd del Papa y la impasibilidad de los ministros
Hieráticos, incómodos, ausentes, severos, distantes, pétreos y fríos como la Piedad de Miguel Ángel que se encontraba unos metros más atrás, deseando que pase pronto e incluso ataráxicos, los miembros del Gobierno socialista se mantuvieron firmes
La Real Academia de la Lengua admite como sinónimos de impasibilidad términos como imperturbabilidad, indiferencia, impavidez, inexpresividad, insensibilidad, apatía, frialdad e incluso ataraxia. Cualquiera de ellos puede servir para definir la desgana con la que María Jesús Montero –la que escribe loas en diarios de izquierdas sobre el Papa Francisco y vivió en su juventud en una comuna hippie-cristiana–; la embajadora española ante la Santa Sede, Isabel Celaá –la de Deusto, que confía la educación de sus hijas a monjas a la vez que trataba de asfixiar a la escuela concertada–; la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz –la de las cosas chulísimas– y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, posan frente al ataúd del Papa Francisco.
Hieráticos, incómodos, ausentes, severos, distantes, pétreos y fríos como la Piedad de Miguel Ángel que se encontraba unos metros más atrás, deseando que pase pronto e incluso ataráxicos, los tres miembros del Gobierno socialista de España y la embajadora en cuestión se mantuvieron firmes. Tan solo el Rey Felipe –con la Reina Letizia a su lado– se persignó correctamente y guardó unos instantes de silencio mientras contemplaba el cadáver del Pontífice –sic transit gloria mundi, quizás pensó–. Alberto Núñez Feijoo venía algo más atrás, y a las imágenes del Centro Televisivo Vaticano se les escapa su lenguaje corporal.
No tenían los cuatro destacados dirigentes socialistas – ciertamente– que fingir algo en lo que no creen; lo suyo es más el materialismo ateo, esa teoría marxista que, paradójicamente, algunos han convertido en su dios de andar por casa, en su idolillo para ir tirando por la vida. Una actitud, sin duda, que son libres de escoger, aunque después, cuando llegan las festividades más señaladas de otros credos, parecen abandonar sus férreas convicciones laicistas y su impasibilidad institucional para unirse con alborozo al festín religioso.
Impasibilidad; ese término que, según la RAE, admite una segunda acepción: En la doctrina tradicional católica, una de las cuatro dotes de los cuerpos gloriosos, que los exime de padecimiento. Quizás también sea aplicable a los cuatro militantes socialistas, no por sus cuerpos gloriosos, sino por su capacidad para pasar delante del féretro de un Papa sin sentir ni padecer.
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