Los Papas y los pobres
La izquierda ha tratado de presentar a Francisco como el primer Papa volcado en la defensa de los débiles y los marginados. Ignoran las encíclicas de León XIII, Pío XI o Juan XXIIII y, sobre todo, los dos mil años de cercanía de la Iglesia a los pobres
El Papa Francisco ha mantenido durante sus doce años de pontificado una imagen pública de cercanía a los pobres y a los más desfavorecidos. En el trance doloroso de su muerte, la mayoría de los elogios han puesto énfasis sólo en ese perfil hasta el extremo de presentarlo como el primer Papa que ha volcado su acción apostólica en la defensa de los débiles y los marginados. Y eso no es cierto. Es más, es una manipulación del pasado de la Iglesia con una intención política evidente.
Porque quienes dicen tal cosa olvidan o quieren olvidar lo que la Iglesia ha hecho a lo largo de su historia y especialmente en el último siglo y medio, cuando la Revolución Industrial daba sus primeros pasos.
Hasta entonces y durante siglos, la Iglesia había sido la única institución que palió el hambre y construyó hospitales y albergues para ancianos pobres y niños abandonados. La virtud de la caridad era el motor de la Iglesia católica en favor de los pobres. Pero en 1891 hubo un cambio radical; la justicia se puso por delante de la caridad. Ese año, el Papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum. Ya no se trataba de compadecer y ayudar con generosidad al débil, sino de reconocer que tenía unos derechos que le eran propios por su condición de ser humano y no fruto de una concesión generosa. Eran sus derechos.
La encíclica exigió el derecho al salario justo, al descanso dominical y a la limitación de la jornada laboral; a crear sindicatos y partidos cristianos que defendieran estos derechos. En la encíclica está el origen de los partidos demócratacristianos , que han contribuido de forma determinante a la creación del «estado de bienestar» en Europa. La Rerum Novarum aportó un valor hasta entonces nuevo: la función social de la propiedad, enfrentada tanto a la explotación empresarial del trabajador como al marxismo, que atribuye al Estado la propiedad de todos los medios de producción.
La publicación de la Rerum Novarum fue la respuesta de la Iglesia a un cambio social radical que se gestó en el siglo XIX y dio también lugar a la aparición de partidos y sindicatos de clase.
Cuarenta años más tarde, en 1931, el Papa Pío XI publicó la encíclica Quadragesimo Anno en la que reiteró el principio de la función social de la propiedad -el enriquecimiento es lícito siempre que no menoscabe los derechos ajenos-, exigió la subida del salario en cuantía proporcional a la inflación, que en aquellos años se disparó y empobreció a las clases medias y a los trabajadores. Y recordó que las propuestas de León XIII habían contribuido a mejorar las condiciones laborales de los obreros cuando se restauró la economía europea tras la I Guerra Mundial, avances que fueron demolidos por la devastadora crisis de 1929.
Treinta años después, en 1961, Juan XXIII publicó la encíclica Mater et Magistra en la que aportó una dimensión global a los derechos y exigencias de las encíclicas de León XIII y Pio XI. No sólo se refirió a las relaciones entre distintos sectores de la sociedad, también entre zonas pobres y ricas de un mismo país y entre países pobres y ricos. Quizás su mayor aportación fue la defensa de la intervención de los poderes públicos para asegurar los derechos propios del «estado de bienestar».
Las tres encíclicas condenaron el marxismo porque el catolicismo está en las antípodas del materialismo histórico, y es el hombre y su libertad y dignidad, y no el Estado ni el partido, el que está en el centro de la vida.
Fruto de lo que los tres Papas sembraron con sus encíclicas es la contribución determinante de los partidos demócratacristianos a la defensa de los derechos sociales y laborales de las clases trabajadoras y medias en Europa tras la II Guerra Mundial. Ahí están los ejemplos de Italia, Francia, Bélgica o Luxemburgo. Aunque el más contundente es Alemania. La democracia cristiana gobernó desde 1949 hasta 1969 con Konrad Adenauer, Ludwig Erhard y Kurt George Kiesinger y no sólo reconstruyó el país tras la guerra sino que implantó las políticas sociales del «estado de bienestar» que Willy Brandt y los socialdemócratas se encontraron ya arraigadas cuando llegaron al poder.
En la hora de su muerte la izquierda quiere presentar a Francisco como un líder social y político afín que por primera vez ha roto con una tradición supuestamente conservadora de la Iglesia católica alejada de los trabajadores, de los más humildes. Pero la historia es testaruda y recuerda que las encíclicas de sus predecesores son hoy el pilar del apoyo de la Iglesia a los débiles. Aunque quizás haya que hacer un mayor esfuerzo para divulgar la doctrina social, porque el pueblo llano no lee las encíclicas.
La labor pastoral de cercanía de Francisco con los pobres no ha abierto un camino nuevo para la Iglesia; ha sido el eslabón de una cadena que arrancó hace 2.000 años.