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María Solano

El Papa que sonríe, que llora y que habla de Cristo

Un Papa, sucesor de Pedro, que no de Francisco, que, como Francisco, mira a esas periferias con espíritu misionero pero que, a diferencia de Francisco, se ha decantado por revestirse con la muceta, la estola y el pectoral de oro antes de salir a darnos la bendición y la indulgencia

Actualizada 04:30

Vamos con una imagen y con 541 palabras, las que componen la primera alocución pública del recién elegido Papa León XIV, antes Robert (Bob) Francis Prevost, en su Chicago natal, obispo Roberto Prevost en su Perú de adopción, cardenal Prevost en los siete dicasterios en los que participaba en Roma, en particular en de los Obispos, del que era prefecto desde 2023.

Una imagen: la primera de León XIV, tras el preceptivo «Habemus Papam» del protodiácono Dominique Mamberti. Una imagen, esa que se nos queda grabada a todos de por vida porque pusimos por fin rostro a 133 opciones de «papables». La imagen que ha tenido al orbe en vilo mirando al enorme balcón de San Pedro, con sus cortinas encarnadas.

Un hombre, porque el Papa cuenta, como cada uno de nosotros, con la gracia de Dios para cargar con la cruz que le ha tocado y cumplir de la mejor manera posible con el designio que le han encomendado al menos 89 de los 133 cardenales que entraron en el cónclave, pero es un hombre de carne y hueso, un hijo de Dios.

Un hombre que no podía disimular dos sentimientos en un rostro que era espejo de su alma. El primero, la alegría de la sonrisa que no se borró de su rostro, una alegría que resultaba sincera y franca, en ningún caso soberbia, la alegría de poder servir a la Iglesia como la Iglesia necesita ser servida. Una alegría que sólo se puede entender desde la fe en que Cristo estará a su lado. Pero también en que él estará al lado de Cristo.

El segundo, los ojos vidriosos, anegados en unas lágrimas difíciles de interpretar. Lágrimas de emoción, lágrimas de alegría, lágrimas del peso que supone saberse un hombre que tiene el encargo sublime de acercar a los hombres a Dios y guiar a su Iglesia en un mundo que anda atormentado y alejado de la búsqueda de la verdad.

Un Papa, sucesor de Pedro, que no de Francisco, que, como Francisco, mira a esas periferias con espíritu misionero pero que, a diferencia de Francisco, se ha decantado por revestirse con la muceta, la estola y el pectoral de oro antes de salir a darnos la bendición y la indulgencia.

Y junto a la imagen, 541 palabras en las que lo primero fue Cristo, de quien tomó el «la paz esté con vosotros» con el que ha querido arrancar su pontificado. La paz de Cristo resucitado. Y Cristo de nuevo para recuperar a Juan Pablo II, y recordarnos que vamos «sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros, vayamos adelante: somos discípulos de Cristo, Cristo nos precede». El mismo Cristo de su lema episcopal: «In Illo uno unum» (en Aquel somos uno), tomado de la meditación del salmo 127 de San Agustín.

Y junto a Cristo, su paz. Diez veces la palabra «paz», tres veces la palabra «puente», dos veces la palabra «diálogo». Otras tres, «misionero». Y es aquí donde se explica que esa Iglesia supuestamente tan dividida sólo haya tardado tres votaciones, menos de 24 horas, en alcanzar un consenso. Predecir cómo será el Papa es casi tan aventurado como mojarse para quedar empapado en las quinielas de los papables. Pero de lo que no cabe duda es que será un Papa que tenderá puentes.

Porque un católico crecido en un país protestante aprende desde su infancia a establecer vínculos con los demás al tiempo que mantiene con firmeza la doctrina en el que se basa su fe. Un católico que pasa del paradigma de urbe americana a la tierra de misión del Perú, entiende que la única Iglesia es la de Cristo. Un católico que ha vivido pegado al terreno junto a sus feligreses («con vosotros, cristiano; para vosotros, obispo») y también la dificultad del gobierno de su Iglesia, parte con ventaja para enfrentarse a los problemas que le esperan y mirarlos desde varias perspectivas.

El Papa que sonríe, que llora, que habla de Cristo, es el Papa que ha venido a ofrecerse como puente y no como frontera, el mismo puente que allá por 1891, su predecesor en el nombre, León XIII, publicó la encíclica Rerum Novarum y que, a buen seguro completará nuestro nuevo Papa con esos retos ineludibles de los tiempos modernos que permanecen agazapados tras una pantalla.

Sonríe, llora, habla de Cristo. Es el Papa León XIV. Nuestro Papa.

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