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María Solano

Las palabras mágicas

El agradecimiento simplifica la vida, agosta las suspicacias y genera el clima de convivencia y de paz que el Papa Francisco nos pidió en su última aparición pública

Actualizada 04:30

Cuando muere un Papa, se produce inevitablemente un verdadero boom informativo. Es una figura que compagina la responsabilidad de ser, al tiempo, líder espiritual y mandatario internacional. Si además ha sido un Papa como Francisco, lleno de gestos significativos, maestro de emociones y no exento de polémicas, la avalancha nos desborda. Pero en unas semanas, cuando haya pasado el cónclave, escuchemos el «habemus papam» y desmenucemos hasta los más nimios detalles del nuevo morador de la Cátedra de San Pedro, el suflé se deshinchará, los periodistas volverán de Roma y la ciudad eterna se quedará solo con sus peregrinos, sus turistas y sus motorinos.

Ese día, cuando todo pase, se irán asentando los recuerdos que tendremos que conservar del Papa que se ha marchado. Nos ha ocurrido antes, con San Juan Pablo II, que nos pidió que no tuviéramos miedo, con Benedicto XVI que nos enseñó que a los fundamentos de la fe se llega por la oración, y ahora el Papa Francisco pasará a la historia como el de la misericordia y la caridad. Recordaremos de él esa opción preferencial por los pobres, los descartados, los últimos, que tanto han destacado los medios, agotados ya de buscar epítetos con los que rellenar horas y horas de programación sin mucho que contar.

Pero yo me quedo con un consejo que nos dio a las familias y que es de aplicación para todo el mundo en cualquier situación en la vida. «Hay tres palabras mágicas: Permiso para no ser invasivo en la vida del cónyuge. Gracias, agradecer lo que el otro hizo por mí, la belleza del decir gracias. Y la otra, perdón, que a veces es más difícil, pero es necesario decirla», nos dijo en la Audiencia General sobre los sacramentos hace ahora once años.

Esas palabras son un regalo porque la verdadera labor del Papa —de este, de los anteriores, del que venga— en su hercúlea tarea de pastorear a la grey de los seguidores de Cristo, pasa por conseguir que su mensaje se inscriba en el corazón de cada persona. Y la tríada «permiso, perdón y gracias» tienen esa virtud de convertirse fácilmente en parte de nuestra cotidianidad y de transformar, casi sin darnos cuenta, el mundo tal como lo conocemos.

En el entorno del hogar, es fácil descubrir cómo estas tres palabras, síntesis de la amabilidad necesaria para garantizar la convivencia y acrecentar el amor, logran su cometido con una sorprendente ganancia y un esfuerzo mínimo. Pero si las sacamos de las fronteras de lo doméstico, su eficacia transformadora es la clave para hacer del mundo un lugar mejor, que es de lo que, al final, siempre se trata.

Porque el «permiso» implica decirles a los demás que comprendemos que lo que les pedimos les obliga a modificar su rumbo y aumentar su esfuerzo por nosotros. Y pedirlo así, con un «por favor», evita cientos de malentendidos que se enquistan en forma de enemigos irreconciliables. A la geoestrategia internacional no le vendría mal un capítulo dedicado a esta palabra en algún libro sobre el valor de la negociación. Evitaríamos muchos conflictos que acarrean muchas muertes.

El «perdón», palabra que nuestra sociedad egocéntrica, individualista, cuando no narcisista, ha descartado de su vocabulario habitual, solventaría buena parte de los problemas que nos llevan a las espirales de violencia del infantil pero extendido «y tú más», tan habitual y vergonzoso en la política, y permitiría abordar soluciones creativas que frenaran esa polarización sin tregua que estamos viviendo en carne propia.

Y esas «gracias», incluso por aquello que es de obligado cumplimiento, nos ayudarían a comprender que el otro no es el enemigo, el distinto del nosotros, sino la persona que también se esfuerza por traer el bien a la casa común. El agradecimiento simplifica la vida, agosta las suspicacias y genera el clima de convivencia y de paz que el Papa Francisco nos pidió en su última aparición pública en la bendición «urbi et orbi».

Cuando se pase el huracán de la muerte del Papa y se vayan asentando los recuerdos que nos dejó, cobrarán mucho más sentido estas tres palabras que nos pidió que aplicáramos siempre en el seno de la familia pero que son, en realidad, las palabras mágicas capaces de transformar a la humanidad.

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