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Álex Navajas

¿Y qué hacemos con Hakuna?

Creo que no tiene la más mínima importancia que a uno le guste más o menos la música de un grupo cristiano concreto. Si te gusta, bien; si no, también. Tu opinión, mi opinión, son casi irrelevantes. Lo realmente importante es saber si ese grupo está contribuyendo al plan de Dios

No me gusta Hakuna. Matizo: no me gusta la música de Hakuna. Digamos que no me entusiasma. Hay un par o tres de temas suyos que tienen su gracia. Pero ya. He estado en dos conciertos suyos. Al de este fin de semana en Rivas Vaciamadrid me invitaron a ir, pero decliné amablemente la invitación. Cada uno tiene sus gustos. No soy ningún experto musical; yo sería incapaz de elaborar una crítica musical tan excelente como las que escribe en este diario César Wonenburger. Por tanto, mi opinión es mía, subjetiva y limitada. Tampoco pretendo defenderla a capa y espada. Como le escuché una vez decir a Alfonso Coronel de Palma, «soy muy chestertoniano; tengo muy pocas certezas en la vida, y por eso estoy dispuesto a discutir de casi todo».

Conozco a muchísima gente a la que le encanta la música de Hakuna. Y me alegro de veras. Yo siempre he preferido a Hillsong o el Worship Central de Holy Trinity Brompton. David Crowder Band tiene también canciones estupendas. Hace años conocí y mantengo una buena relación con Luis Alfredo. Durante mucho tiempo seguí también a Martín Valverde, a la hermana Glenda y a Miguel Horacio. En fin, que siempre me ha gustado la música de alabanza –siempre que fuese de calidad y no cayera en ñoñerías, ritmillos pueriles y letras infantiloides–.

Creo que no tiene la más mínima importancia que a uno le guste más o menos la música de un grupo cristiano concreto. Si te gusta, bien; si no, también. Tu opinión, mi opinión, son casi irrelevantes. Lo realmente importante es saber si ese grupo está contribuyendo al plan de Dios. Y Hakuna, sin duda para mí, lo está haciendo. Ante eso, todo lo demás pasa a un segundo o tercer plano.

Musicalmente no serán los mejores; tampoco los peores. Entre sus componentes habrá chavales que se tomen realmente en serio la fe y otros que no tanto. Algunos caerán con frecuencia en la trampa de la vanidad, o de la autosuficiencia, o de la acedia, o de la lujuria, o en cualquier otra. Nada nuevo bajo el sol. El que esté libre de pecado, arroje la primera piedra.

Pero parece evidente –al que tenga ojos para ver– que el Señor les bendice, y los frutos son abundantes. Y, el día que esos frutos cesen, o que Dios les retire su favor, que se disuelvan. No pasa nada. Dios hace nuevas todas las cosas, y hay que dejar a los muertos enterrar a sus muertos. ¡Cuántos esfuerzos perdidos en la Iglesia por tratar de mantener con vida obras y estructuras que murieron hace siglos! Esos cristianos, ¿sirven al Señor o a sus obras? ¿Están dispuestos a sacrificar a su hijo, como Abraham, aunque les parezca una locura sin sentido?

Ante un fenómeno como el de Hakuna surgen, como de costumbre, dos actitudes entre los creyentes:

Los que lo reciben con recelo y tratan de señalar los límites, los errores, los fallos (que, evidentemente los hay, como en cualquier grupo)Los que se vuelven ciegos, porque es una obra de Dios y no pueden admitir la más mínima mácula, la más leve pega

Pues ni lo uno ni lo otro. Por eso puedo concluir diciendo, con toda paz, que no me gusta la música de Hakuna, pero que me gusta Hakuna. Me gusta por lo que hace, por lo que propone, porque creo que están a la escucha de Dios. Mientras les acompañe su bendición, que sigan predicando, evangelizando y tocando los corazones de muchos jóvenes y no tan jóvenes. El día que su obra se vuelva suya, y no de Dios, que se retiren. Sin Él no pueden hacer nada, como no podemos ninguno. Y, tal vez, algún día lleguen a gustarme. O el Señor me afine el oído para que sepa apreciar sus canciones. Aunque ya les digo que eso no es lo importante...