Exaltación de la Santa Cruz
Un jesuita que vivió 15 años de trabajos forzados en los campos de prisioneros de Siberia escribió: «Dios conoce exactamente qué se siente con el frío, el cansancio, el hambre y el dolor, porque también Él ha tenido un cuerpo»
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
El 14 de septiembre de 2014, el Papa Francisco, ante la pregunta «¿Por qué «exaltar» la cruz?», respondía: «No exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús, porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es lo que nos recuerda el evangelio de Juan (…): 'Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito' (3,16). La cruz parece determinar el fracaso de Jesús, pero en realidad manifiesta su victoria. En el Calvario, quienes se burlaban de Él, le decían: 'Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz' (cf. Mt 27,40). Pero era verdadero lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final al designio del amor del Padre. Y precisamente por eso Dios 'exaltó' a Jesús (Flp 2,9), confiriéndole una realeza universal».
Francisco añadió: «De esa cruz brota la misericordia del Padre, que abraza al mundo entero. Por medio de la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno, ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida, devuelto la esperanza. La cruz de Jesús es nuestra única esperanza verdadera. Por eso la Iglesia 'exalta' la Santa Cruz y también por eso nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz».
Un jesuita que vivió 15 años de trabajos forzados en los campos de prisioneros de Siberia escribió: «Dios conoce exactamente qué se siente con el frío, el cansancio, el hambre y el dolor, porque también Él ha tenido un cuerpo. Ha pasado muchas horas, año tras año, haciendo el trabajo monótono y sin brillo de un carpintero; ha recorrido durante días caminos polvorientos con los pies cansados; ha encogido los hombros para protegerse del aire de la noche o de una lluvia helada; se ha quedado despierto mientras los demás dormían; ha sentido sed y calor y fatiga, y ha estado a punto de caer extenuado» (W. J. Ciszek, Caminando por valles oscuros, 117).
Al hacerse hombre, Dios mismo ha conocido «qué es la vida del hombre, (…). Desde la oscuridad del vientre materno hasta las tinieblas de la tumba, desde la infancia hasta la madurez y hasta la última, lenta e interminable agonía del moribundo, ha conocido lo que significa vivir en un puñado de barro, sentir la mano fresca de una madre sobre el cuerpo febril, gustar la sal del sudor y las lágrimas, escuchar la música y el canto de los pájaros y los insultos más viles; tropezar y caer, estar herido, magullado, molido y roto» (ibíd., 117-118).
Julián Ruiz Martorell es el obispo de Sigüenza-Guadalajara