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Editorial

Sánchez hunde al PSOE

La histórica debacle socialista es un castigo a su indigno candidato, pero sobre todo un adelanto del inmenso desprecio por Sánchez que recorre toda España y le obliga a marcharse

Han pasado más de dos años desde la última vez que España tuvo unas elecciones, las generales nada menos, y por eso las extremeñas tenían suma importancia: permitían calibrar la dimensión del descontento, cuando no la indignación, que Pedro Sánchez suscita en buena parte del país.

Tanto por el origen artero de su Presidencia, un obsceno cambalache entre un puñado de votos para la investidura y una agenda contraria a los intereses nacionales; como por el lamentable desarrollo de la legislatura, marcada por el bloqueo institucional, el ataque a los poderes del Estado y la corrupción más abyecta en todas sus versiones.

Y el veredicto ha sido de una contundencia irrebatible, con el mérito añadido de que se ha escenificado en una región especialmente benévola con el PSOE a lo largo de los años: los socialistas se han desplomado como nunca, hasta extremos hace nada impensables, y el PP no ha quedado tan lejos de la mayoría absoluta, abrumadora para la derecha si se incluye el espléndido resultado de Vox.

Cualquier otra lectura estrictamente local es absurda: el castigo técnicamente ha sido para el patético candidato Gallardo, un triste títere de Sánchez conocido en exclusiva por enchufar a su hermano y acabar imputado por ello.

Pero el mensaje, irrebatible, es para su jefe y promotor, verdadero responsable del más que merecido cataclismo en las urnas de los socialistas, de consecuencias nacionales ya inaplazables, por mucho que la primera víctima de este plebiscito intente ahora activar nuevas maniobras de distracción, todas ya inútiles.

Porque si Sánchez nunca debió forzar su investidura en unas condiciones que le convertían en rehén de los enemigos de la Constitución ni tampoco mantenerla a continuación, una vez constatado que su artificial mayoría parlamentaria solo existe para implementar una agenda extorsionadora; no puede atrincherarse en La Moncloa sin presupuestos, contra el Poder Judicial, sin el Poder Legislativo y además con el desprecio de los votantes.

Porque todos esos hechos, irrebatibles, convierten la Presidencia en un fraude, en un intolerable secuestro democrático destinado, en exclusiva, a retener en la medida de lo posible el poder como mero escudo ante la acción de la Justicia y la decisión de los ciudadanos.

Ningún demócrata, más allá de legítimas ideologías, puede sostener cabalmente que España no tiene derecho a decidir y que Sánchez puede seguir rompiendo a su antojo las costuras del Estado de derecho, ya con el único objetivo de librarse de las consecuencias políticas y quizá judiciales que su ecosistema corrupto, su desprecio por las reglas del juego y sus agresiones institucionales constantes reclaman.

Extremadura ha enviado un poderoso recado válido para toda España, por mucho que los satélites de Sánchez intentan ahora presentar una victoria pletórica de María Guardiola en un fracaso por no alcanzar la mayoría absoluta, con un discurso simplemente patético cuyo único fin es seguir defendiendo lo indefendible: la inviable continuidad de un mal presidente, un mal ciudadano y un mal español; aferrado a un poder que no le corresponde y malversa siempre por espurios intereses personales.

Lo cierto es que el PP ha arrasado al PSOE y a su suma con Podemos, con Vox protagonizando una más que plausible subida que obliga a ambos partidos a entender el mensaje de los ciudadanos y a no dilapidar, con peleas artificiales, la necesidad de respetarse y entenderse con la fórmula oportuna en cada caso.

En todo caso, el sistema español no previó la respuesta a un caso como el de Sánchez, siempre dispuesto a deformar las reglas formales del juego y las convenciones democráticas, pero los españoles sí saben la salida: acabar de una vez con esta estéril legislatura, disolver las Cortes y convocarles a las urnas para que decidan quién y cómo gobernar el país en un momento geopolítico tan delicado.

Si quedan restos de decencia en el PSOE, convertido en un monocultivo de adeptos sin otra visión que sobrevivir, es el momento de que se demuestre con una respuesta interna que demuestre si en ese partido están con los ciudadanos o con Sánchez. Con los dos a la vez es imposible.

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