Fundado en 1910
Federico Barocci: “La Natividad”. (1597). Óleo y lienzo.
134 cm x 105 cm. Museo del Prado
y Palacio Real de Madrid

Federico Barocci: «La Natividad» (1597). Óleo sobre lienzo.Museo del Prado y Palacio Real de Madrid

Poesía de Navidad 2025

El 'súper ventas' del siglo XV que ya se refería a la Virgen María como corredentora

Con una copla compuesta por Íñigo de Mendoza, un franciscano nacido en 1425 que estuvo al servicio de Isabel la Católica, damos comienzo a una serie de poemas que nos llevarán hasta la Navidad

Íñigo de Mendoza (1425-¿1507?), una vez que tomó el hábito franciscano, abandonó un tipo de vida que no era precisamente modelo de rectitud, sustituyéndola por otra de carácter religioso, hasta el extremo de que sus actitudes morales le granjearon la confianza de Isabel la Católica, que lo nombró predicador y limosnero real.

Entre 1467 y 1468 escribió su obra maestra, las Coplas De vita Christi -de la que llegó a elaborar tres redacciones diferentes-, que a comienzos del siglo XVI ya había alcanzado 12 ediciones, convirtiéndose en uno de los pilares de la literatura religiosa de la época. En la versión definitiva disminuyen las críticas al entorno cortesano de Enrique IV y a las injusticias sociales que se cometían en la Castilla de entonces -llegando a comparar a Enrique IV con Herodes- para centrarse en los episodios más importantes de la infancia de la vida de Cristo, siguiendo los evangelios canónicos, en especial de su nacimiento -asociado a la idea de pobreza-; también en la figura de la Virgen María como corredentora -y mediadora de todas las gracias-; y en unos rústicos pastores que se expresan en una artificiosa lengua con base dialectal que se perpetuará en el teatro renacentista.

También compuso Íñigo de Mendoza obras devotas que recogen poemas dedicados a la muerte de Cristo: la última cena, el camino del Calvario y la Verónica, la angustia de la Virgen al pie de la cruz…

Y en cuanto a la obra Coplas De vita Christi, está escrita, fundamentalmente, en quintillas dobles. Prescindiendo de los dos apéndices, son 394 los poemas; dos de ellos romances (números 100 y 101), el segundo de los cuales es el que comentamos.

Deshecha del romançe

Eres niño y has amor;
¿qué farás cuando mayor?

Pues que en tu natividad
te quema la caridad,
en tu varonil edad (5)
¿quién sufrirá su calor?

Eres niño y has amor;
¿qué farás cuando mayor?

Será tan bivo su fuego,
que con inportuno ruego, (10)
por salvar el mundo çiego,
te dará mortal dolor.

Eres niño y has amor;
¿qué farás cuando mayor?

Arderá tanto tu gana, (15)
que por la natura humana
querrás pagar su mançana
con muerte de malhechor.

Eres niño y has amor;
¿qué farás cuando mayor? (20)

¡O amor digno de espanto!
Pues que en este niño sancto
has de pregonarte tanto,
cantemos a su loor:

Eres niño y has amor; (25)
¿qué farás cuando mayor?

Hay que empezar por aclarar el título del poema: «Deshecha del romançe». La palabra «deshecha» significa «poema breve, en forma de copla, canción o villancico, que sirve de resumen o conclusión de otro poema». Y, en efecto, Íñigo de Mendoza está aludiendo al poema anterior, de 18 versos, titulado «Romançe que cantó la novena orden, que son los seraphines».

Amor al hombre

Y aun cuando se le asigne el título de «romançe», propiamente hablando es un villancico, con un estribillo de dos versos octosílabos agudos y rima consonante en /-ór/ («amór/mayór»), que se repite hasta cinco veces (versos 1-2, 7-8, 13-14, 19-20 y 25-26). y que es el encargado de identificar al Niño recién nacido con el Amor a la Humanidad, base del desarrollo de las cuatro «mudanzas», cuyo primer verso rima con el segundo del estribillo (en realidad, con el estribillo completo), porque la pregunta que constituye el segundo verso del estribillo no pasa de ser una simple interrogación retórica, respondida a lo largo de las cuatro «mudanzas», y que le confiere así una mayor tensión emocional al poema (versos 2, 8, 14, 20 y 26: «¿qué farás cuando mayor?»).

Y en cuanto a las «mudanzas», presentan la forma más habitual: tres versos monorrimos octosílabos- y un cuarto verso, de «vuelta», que rima con el estribillo; es decir:

Mudanza/vuelta 1: [bbb-a] («natividád/caridád/edád/calór»: rimas /-ád/ y -ór/, versos 3, 4, 5; y 6).

Mudanza/vuelta 2: [ccc-a] («fuégo/ruégo/ciégo/dolór»: rimas /-égo/ y /-ór/, versos 9, 10, 11; y 12).

Mudanza y vuelta 3: [ddd-a] («gána/humána/mançána/malhechór»: rimas -/ána/ y /-ór/ (versos 15, 16, 17; y 18).

Mudanza y vuelta 4: [eee-a] («espánto/sán[c]to,tánto/loór»: rimas /-ánto/ y /-ór/ (versos 21, 22, 23; y 24).

Un villancico típico

Estamos, pues, ante el típico villancico popular, cuyos versos del 1 al 8 son agudos (estribillo+mudanza+vuelta+estribillo), además de los versos 12, 18 y 24 (vuelta) y de los versos 13-14, 19-20 y 25-26 (estribillo). Todo lo cual contribuye a difundir una fuerte musicalidad a todo el poema, que el estribillo coadyuva a recalcar.

La primera «mudanza» asocia «natividad» con «caridad» (versos 3, 4), en la línea de «Deus caritas est» (primera epístola de San Juan, 4:16; es decir, Dios es amor). [Por cierto el Papa Benedicto XVI, en diciembre de 2005, hizo pública una encíclica con este título, en referencia al amor cristiano].

Por otra parte, es obvia la relación entre el verbo «quemar» (verso 2: «te quema la Navidad»), referido al alumbramiento, y el nombre «calor» del verso 4 («¿quién sufrirá tu calor?»), interpretado como «fervor», «cariño»; que es lo que precisamente, con su sufrimiento -basado en el amor- ofrecerá ese Niño en su edad varonil para redimir a la Humanidad.

Parece obvio, pues que Íñigo de Mendoza insiste, desde el comienzo de su villancico, que el Amor acompañará a Jesús desde el nacimiento a su Pasión. Y este es el sentir de san Juan, en cuyo Evangelio (3:16) afirma: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.

La segunda «mudanza» amplía y desarrolla la idea anterior, introduciendo en el mismo ámbito semántico la viveza del fuego -del amor- («quema/calor/fuego», verso 9: «Será tan bibo su fuego»), porque la salvación del «mundo ciego» (verso 11) pasa por su doloroso sacrificio como Hombre. De nuevo estamos ante el Cristo de la Redención; [y de nuevo parece conveniente recurrir al Evangelio de San Juan (1:10-13), quien afirma: Vino al mismo mundo que Él había creado, pero el mundo no lo reconoció. Vino a los de su propio pueblo, y hasta ellos lo rechazaron; pero a todos los que creyeron el Él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios. Ellos nacen de nuevo, no mediante un nacimiento físico como resultado de la pasión o de la iniciativa humana, sino por medio de un nacimiento que proviene de Dios].

La tercera mudanza

La tercera «mudanza» continúa en la misma línea simbólica del amor, añadiendo ahora el vocablo «arderá» (es decir: «quema/calor/fuego/arderá»; verso 15: «Arderá tanto tu gana»; «gana» como voluntad de realizar algo, que es precisamente en lo que consiste la Redención: la salvación del género humano por medio de su Pasión y muerte, crucificado como si de un bandido se tratara (recordemos que la crucifixión era un sistema de ejecución romano para delincuentes, y se empleaba como escarmiento público). Y de ahí los versos 16 a 19: «que por la natura humana / querrás pagar su mançana / con muerte de malhechor». [La referencia a la «mançana» alude al fruto prohibido [del árbol del conocimiento del bien y del mal que se encontraba en el Jardín del Edén y, por tanto, al pecado original de todos los descendientes de Adán y Eva -salvo la Virgen María, por gracia expresa de Dios-, que se borra con el bautismo para incorporarse a la iglesia de Cristo, de acuerdo con la doctrina cristiana católica].

La cuarta «mudanza» es todo un canto de alabanza al amor divino a la Humanidad que encarna Cristo; y, en este sentido, el verso 21 lo dice todo: «¡O amor digno de espanto!», ya que la locución adjetival «de espanto» significa «desmesurado»). Y puesto que el amor divino se manifiesta en «este niño sancto» (versos 22 y 23), «cantemos» (verso 24, con un plural sociativo de enorme eficacia expresiva) en su alabanza («a su loor»). Y con la reiteración del estribillo, en enaltecimiento de ese amor divino, se cierra un villancico: «Eres niño y has amor; / ¿qué farás cuando mayor?» (versos 25-26). Para quienes entonaran este estribillo, lo que Cristo va a hacer «cuando mayor» no admite la menor duda, y las «·mudanzas» simplemente lo han recordado: Amor = Redención.

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