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El Cristo del atentado se encuentra en la entrada de la nueva basílica de la Virgen de Guadalupe

El 'Cristo del atentado' se encuentra en la entrada de la nueva basílica de la Virgen de Guadalupe

El Cristo que 'se dobló' para proteger a la Virgen: el atentado que la ciencia aún no puede explicar

En 1921, una bomba estalló frente a la imagen original de la Virgen de Guadalupe, fiesta que hoy se celebra. Todo se destruyó… excepto el ayate. Solo un crucifijo de bronce quedó doblado, como si hubiera absorbido la explosión

Aquel 14 de noviembre de 1921 parecía un día cualquiera en la antigua basílica de Guadalupe. Los fieles entraban y salían sin imaginar que, entre las flores colocadas debajo de la imagen original de la Virgen, un hombre llamado Luciano Pérez Carpio había escondido una bomba con 29 cargas de dinamita con la intención de destruir el icono.

La explosión sacudió todo a su alrededor. El mármol se resquebrajó, los candelabros volaron, una pintura detrás del altar se dañó e incluso ventanas de casas a más de 150 metros estallaron en pedazos. Sin embargo, lo imposible ocurrió: el ayate de Juan Diego con la imagen impresa de la Virgen no sufrió ni una sola grieta, ni siquiera el cristal que lo protegía.

Frente a él, en cambio, un crucifijo de bronce quedó completamente doblado, como si se hubiera interpuesto para recibir el golpe. Aquel objeto —que desde entonces se conoce como el 'Cristo del atentado'— permanece hoy en la entrada de la Nueva Basílica de Guadalupe, testimonio de un hecho que desafía toda lógica.

El análisis de un físico

Un siglo después, el físico mexicano Adolfo Orozco decidió analizar el suceso desde un punto de vista técnico. Su estudio, realizado en 2021 para el Colegio de Estudios Guadalupanos, arroja datos difíciles de ignorar.

«La bomba estaba a solo cinco metros de la imagen», explicó en su momento. «La energía liberada–añadía–fue suficiente para romper vidrios a más de un kilómetro de distancia. Y, sin embargo, el vidrio ordinario que protegía el ayate permaneció intacto».

Orozco calcula que el impacto sobre el altar fue 900 veces mayor que el que rompió las ventanas de las casas más lejanas. Según las leyes físicas, la onda expansiva debía haber lanzado el crucifijo lejos del sitio, no doblarlo sobre sí mismo. «El bronce no se deforma así sin calor extremo y tiempo prolongado», explica el investigador, y, sin embargo, «aquí ocurrió en un instante. No tenemos una causa material que lo explique».

La «Emperatriz de las Américas»

El estallido dañó todo a su alrededor: el altar, las losas de mármol, los candelabros. Solo la pintura de San Juan Nepomuceno, protegida por la sombra del baldaquino, sufrió rasguños menores.

El estallido se escuchó a más de un kilómetro. Pero el ayate —ese trozo de fibra que guarda la imagen milagrosa de la Virgen— permaneció inalterado, protegido por un simple cristal que, de acuerdo con los expertos, no tenía propiedades especiales.

Cada diciembre, esta historia vuelve a tomar fuerza entre los millones de peregrinos que llegan a la basílica de Guadalupe —el segundo recinto católico más visitado del mundo después del Vaticano— para honrar a la «Emperatriz de las Américas», cuya fiesta se celebra cada 12 de diciembre y a quien san Juan Pablo II la proclamó Patrona de América y «misionera celeste del Nuevo Mundo».

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