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20 de abril de 2024

Patxi Bronchalo

Víctimas de la ley trans

Diez mil personas en un país en el que estamos censados más de cuarenta y siete millones hacen que se pueda averiguar de forma rápida y certera que el 0,02 % de la población se declara transexual

Actualizada 10:48

Un ejemplo de conversación de hoy en día podría ser la siguiente:
–¿Por qué no existen personas trans-edad?
–Porque la edad es algo que viene dado según el momento del nacimiento.
–¿Entonces por qué dices que existen personas trans-género?
–¡Calla, fascista!
Así condenso en pocas líneas lo que es un intento de conversión racional acerca de la irracionalidad de la ley trans que el gobierno de nuestro país ha llevado adelante recientemente. Cuando puse este ejemplo en Twitter, una mujer me dijo que no diera más ideas, que solo faltaba que ahora aprobasen legalmente que en el registro civil pudiera ir uno a cambiarse la edad cuando quisiera. Le respondí que no tuviera miedo y que eso nunca lo harán pues de ser así todo el mundo empezaría a decir que tiene sesenta y cinco años y reclamaría su pensión, al fin y al cabo somos españoles.
Las estadísticas más favorables que he encontrado googleando dicen que en España hay diez mil personas que se declaran transexuales, ósea, que dicen ser de un género distinto a lo que dice la realidad de su cuerpo. Diez mil personas en un país en el que estamos censados más de cuarenta y siete millones hacen que se pueda averiguar de forma rápida y certera que el 0,02 % de la población se declara transexual. Como ven, se utilizan las aparentes reivindicaciones de una cantidad mínima de personas para imponer un modelo de educación sexual y una antropología sobre millones. No hay que engañarse, la llamada ley trans no es una ley hecha para salvaguardar el derecho de cambio de sexo de una minoría, derecho que por cierto no es tal, sino para adoctrinar a toda la mayoría en la visión del hombre y la mujer que es promovida por la ideología de género, que separa el sexo de lo que nos dice la biología. Se busca adoctrinar a niños y jóvenes.
Ya estamos viendo cómo el hecho de promover esta ideología malvada está fomentando el contagio social entre menores de edad, que encuentran en la reivindicación de querer hormonarse y mutilarse el gran ideal juvenil por el que luchar. No les dicen que ya hay personas en nuestro país arrepentidas del cambio, demandando a la sanidad pública por haberlas operado sin hacer otros diagnósticos de salud mental. No les dicen como en países que fueron pioneros en aprobar legalmente estas terapias en menores, por ejemplo Suecia, están dando marcha atrás vistas las tremendas consecuencias que los cambio de sexo estaban produciendo en ellos. Allí ya están hastiados y de vuelta, mientras nosotros vamos aún de camino.
La experiencia me ha hecho aprender que donde no hay amor nada es gratis. Debajo de este aparente interés por aprobar esta ley, ¿cuánto dinero van a ganar quienes venden el material quirúrgico y las medicinas que los menores van a tener que tomar de por vida? ¿Cuál es el verdadero interés que mueve a políticos de un lado y de otro del espectro a favorecer este tipo de leyes a nivel nacional y autonómico? Tanto hablar de la importancia de la ciencia y se comportan de manera anticientífica, haciendo caso omiso a lo que están diciendo los especialistas médicos acerca de la locura que es aprobar una ley así.
Los jóvenes inocentes son una vez más los que más van a sufrir la irracionalidad adulta, víctimas de auténticas carnicerías con las que se les promete que van a dejar de sentirse mal, esclavos de los tratamientos hormonales con los que les dicen que se pasará su dolor emocional. Pero luego, cuando no se les pase y sigan igual por dentro, cuando se encuentren hechos polvo después de la operación y las pastillas, ¿quién va a estar a su lado queriéndoles incondicionalmente? ¿Quién les hablará de una esperanza mayor a pesar de los sufrimientos que llevan padeciendo toda la vida? Como dice el Obispo Munilla, el corazón no es de quien te lo rompe sino de quien te lo repara. Como Iglesia, ahí estaremos.
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