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28 de marzo de 2024

mañana es domingoJesús Higueras

«Dame de beber»

Precisamente elige a esta mujer, cuya vida estaba desordenada y rota, para revelarle los secretos del amor de Dios

Actualizada 04:30

Jesús, cansado del camino, le pide a la mujer samaritana que sacie su sed, que no era exclusivamente de agua, sino de lo que ella llevaba en lo más profundo de su corazón. El evangelista San Juan toma nota de que eran las doce de la mañana, la hora de tercia, un dato muy importante puesto que lo habitual en las mujeres de aquel tiempo era ir a recoger el agua temprano, para evitar cargar con el peso del calor del día. Si esta mujer iba sola y a esas horas era porque había tenido una historia personal que le hacía estar separada de las demás, ya que sabemos, porque ella lo cuenta, que había tenido cinco maridos y la pareja con la que estaba ahora no era realmente su esposo. ¡Qué bonito es comprobar cómo Jesús se acerca a todos, justos y pecadores! Precisamente elige a esta mujer, cuya vida estaba desordenada y rota, para revelarle los secretos del amor de Dios y regalarle un don, el cual Él describe como una fuente de agua viva que llega hasta la eternidad. Somos precisamente las personas que tenemos fragilidades evidentes las que necesitamos de un modo más claro de los dones de Dios; aquellos que se creen justos, que piensan que todo está bien en su interior no necesitan la cercanía ni el cariño de Dios y se pierden el gozo de ser amados no por sus méritos sino en su debilidad. Pero es muy importante recordar que Jesús pudo regalar la salvación a la samaritana porque ésta fue completamente sincera con Él, no ocultó su situación ni quiso dárselas de buena. Sabía que no estaba actuando bien y contestó a la pregunta del Maestro con la verdad acerca de su vida. Tal vez sea esta virtud, la sinceridad interior, la que más necesitamos para la conversión personal, pues es muy fácil engañarse a uno mismo, justificarse de ciertas conductas, alegando que todo el mundo lo hace o que soy así y no puedo cambiar. La humildad es la puerta siempre abierta a la intervención del Señor en nuestra vida, pues sólo lo que se cimienta en la verdad tiene posibilidad de salir adelante. Para que suceda el amor previamente tiene que suceder la verdad pues necesitamos ser amados tal como somos y para amar a los demás hay que aceptarlos con sus méritos y fracasos y no tan solo por lo bien que me tratan o lo que recibo de ellos. Jesús, como a la mujer samaritana, nos ofrece a todos ese manantial de vida eterna para que podamos vivir en el amor.
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