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Mañana es domingoJesús Higueras

«Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego»

Este mismo anuncio del Bautista se repite cada año en el tiempo de Adviento, cuando la Iglesia recuerda a todos los hombres que Cristo está ya en medio de nosotros y necesitamos su fuego, pues nuestros corazones se han enfriado de tanto vagar sin rumbo y sin sentido por los caminos de las ideologías, del consumo y del placer

Actualizada 04:30

No es un niño más aunque así lo parezca. Aquel que nació en Belen venía a traer al mundo una esperanza distinta a toda ilusión humana, pues lo que ofrece a cada hombre es Espíritu Santo y fuego. No venía a enseñar nuevos discursos sobre la divinidad, ya que los profetas habían definido el rostro de Dios en la figura del Mesías. Tampoco era su misión proponer una nueva ética que superara en calidad a cualquier otra que ya existiera en el mundo. Ni tampoco era su principal fin instituir una organización que perpetuara su doctrina a través de los siglos. No. Su única misión era llenar el corazón de cada ser humano de un fuego purificador que procede del mismo amor de Dios, es decir, el Espíritu Santo, y así, abrir un nuevo y definitivo cauce de relación entre el hombre y Dios. Pues Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser divino.

Es por esta razón por la que Juan el Bautista advierte al pueblo de Israel que debe estar atento, pues ya ha llegado aquel que bautiza en el mismo amor de Dios y a quien no se considera digno ni de desatarle la correa de las sandalias, dando así a entender la grandeza de aquel que venía revestido de debilidad. Este mismo anuncio del Bautista se repite cada año en el tiempo de Adviento, cuando la Iglesia recuerda a todos los hombres que Cristo está ya en medio de nosotros y necesitamos su fuego, pues nuestros corazones se han enfriado de tanto vagar sin rumbo y sin sentido por los caminos de las ideologías, del consumo y del placer.

Necesitamos ciertamente al Espíritu Santo para que transforme nuestro corazón endurecido en un lugar confortable donde los demás puedan ser acogidos sin prejuicios ni violencias. Donde Dios pueda quedarse porque estamos dispuestos a dejarle el lugar principal y que sean su fuego y su luz los que dirijan nuestras decisiones. Si, el mundo necesita a Jesucristo como el sediento necesita beber o el hambriento comer, pues sin Él corremos el riesgo de convertirnos en seres fríos y recelosos que sólo viven para buscar un beneficio personal. Mi mundo interior necesita a Cristo pues sin su presencia caigo cada día en la desesperanza, en la tiniebla o en una rutina que oculta el dolor de no encontrar el amor verdadero.

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