«Mi reino no es de este mundo»
Es un error propio del materialismo creer que solo existe lo que se ve, lo que puede ser sometido a los parámetros de la razón o de la experiencia científica, negando así la posibilidad de la existencia del amor, de la libertad o de la trascendencia
Jesús declara ante Poncio Pilato que existen dos mundos: el que vemos con nuestros ojos y otro invisible en el cual reina el Señor. Es un error propio del materialismo creer que solo existe lo que se ve, lo que puede ser sometido a los parámetros de la razón o de la experiencia científica, negando así la posibilidad de la existencia del amor, de la libertad o de la trascendencia, que quedan relegados al plano de lo subjetivo o de la imaginación. De ese modo hemos conseguido apartar a Dios de su creación desvinculándola de su autor y abandonándola a un caos o a un ciego azar que caprichosamente marca el devenir del hombre.
Cristo ha venido a reinar en sus criaturas, las visibles y las invisibles, pues su amor no permite el abandono ni quiere desvincularle de nuestra suerte, a la cual quedó definitivamente ligado por su encarnación y muerte en la cruz. Por eso Jesús afirma ante Pilato que su reino no es de este mundo, pues nace del mismo corazón de Dios y quiere llegar a cada corazón humano.
El reinado de Cristo solo puede suceder con el concurso de la libertad de cada individuo que debe estar abierto a las realidades invisibles y desear que el amor sea el principio fundamental de su vida. Ante este hecho estamos llamados a preguntarnos si nuestro corazón está abierto a las cosas invisibles o si solo se ocupa de aquello que se experimenta a través de los sentidos corporales:gustar, oler, ver, oír, tocar.
Supondría una existencia muy pobre limitar nuestra vida a seguir los deseos de los sentidos corporales y olvidarnos que existe otro mundo al que estamos invitados a participar si deseamos que Cristo sea nuestro rey. En realidad, el corazón del hombre nunca queda saciado con las cosas de este mundo y desea una plenitud que nada ni nadie en la tierra puede otorgarle más que el amor de Cristo.
Hoy la Iglesia proclama a Jesucristo como el rey del universo dando a conocer así cuál es el destino último de todas las cosas, que no se sostienen por sí mismas si no se vinculan con su creador. Por más que las ideologías actuales nos inviten a olvidarnos de nuestro Dios y Señor nosotros hemos conocido su amor y queremos que suceda en el centro de nuestro ser; por eso decimos cada día en la oración del Padre Nuestro «venga a nosotros tu reino».