Siete consejos de Teresita de Lisieux para crecer en santidad Pocas hagiografías en la vida de la Iglesia han tenido tanto impacto como la de la joven mística francesa, «maestra de oración» y doctora de la Iglesia desde 1997 José María Sánchez Galera 01/10/2022 Actualizada 04:00 Facebook Twitter Whatsapp Whatsapp Enviar por Email La historia de santa Teresa del Niño Jesús —como también se conoce a Teresita de Lisieux— está marcada por su relación con un Dios que escribe en el alma de los más humildes. Nació en una familia católica normanda en enero de 1873, y desde que tenía catorce años Teresita vivió una intensa conversión. Esta transformación religiosa la llevará a plantearse su vocación, y acabará siguiendo los pasos de sus hermanas Celina y Paulina, quienes ya se habían consagrado al Señor dentro de las Carmelitas descalzas. «Jesús, no quiero conocer alegría alguna fuera de ti», rezaba. Su legado sigue resonando en el mundo actual y le ha merecido alcanzar la dignidad de doctora de la Iglesia durante el pontificado de san Juan Pablo II. Una de sus frases suele traducirse como «voy a encontrarme en el Cielo haciendo el bien en la tierra». Algo que también resuena en: «no muero, sino que entro en la vida». Este amor iba unido a una devoción mariana que sintetiza así: «No aconsejo nada a nadie sin haberme encomendado antes a la Virgen Santísima». Un anhelo de la santidad De su particular camino hacia la santidad, de querer crecer en comunión con el Señor y con su Iglesia, santa Teresita traslada en Historia de un alma sus miedos infantiles, su delicado estado de salud —lo cual la colocó en la misma senda que la abulense santa Teresa de Jesús— y las pasiones que desordenan los rasgos y hechuras de un amor sufrido que nada más busca dejarse guiar por la voluntad del Creador. «La vida es un instante entre dos eternidades», decía. Y añadía: «quisiera disponer de un ascensor para elevarme directamente hasta Jesús, porque yo soy demasiado pequeña como para subir por la escalera de la perfección». La Vocación «Mis deseos me hacen sufrir un verdadero martirio durante la oración». En estos términos se expresa santa Teresita de Lisieux a la hora de narrar su anhelo y celo por Dios. La joven carmelita descalza encontró en las Cartas de san Pablo una vía para transitar hacia Cristo Jesús. En este amor hallaba el camino que «abarca todos los tiempos y lugares» y, que, a fin de cuentas, remite a lo «eterno». «En un exceso de alegría delirante, me dije: ‘¡Oh, Jesús, Amor mío, he encontrado por mi fin mi vocación; mi vocación es el amor!’». Algo que expresaba también: «Mi alegría consiste en cumplir la santa voluntad de Jesús, mi único amor; así vivo sin miedo y amo por igual el día y la noche». La justicia de Dios «Creo que, si todas las criaturas hubieran recibido las mismas gracias que yo, Dios no sería temido de nadie, sino amado hasta la locura, y que, por amor, y no temblando, ningún alma consentiría jamás en ofenderle», asegura. La experiencia de la misericordia de Dios en su propia vida, tal y como santa Teresita confesaría en sus manuscritos a su priora y madre espiritual, llevaría con sencillez a aportar en el marco teológico valiosas reflexiones sobre la justicia. «¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo, es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza!». La brújula de la obediencia Para santa Teresita, el voto de obediencia por parte de las religiosas es un camino hacia la felicidad. «Cuando se deja de mirar a la brújula infalible, cuando se aparta del camino que manda seguir, con el pretexto de hacer la voluntad de Dios, que no ilumina a los que sin embargo tienen su lugar, inmediatamente el alma se extravía por caminos áridos, donde pronto le falta el agua de la gracia». La caridad «Cuando soy caritativa, sé que es Jesús el que obra únicamente en mí; cuanto más unida estoy a Él, más amo a todas mis hermanas», confiesa la monja francesa. En uno de sus manuscritos, Teresita ahonda intensamente en las «verdes praderas» a las que conduce el amor al prójimo, mediante el ejercicio de la caridad. Una virtud que se abraza con la humildad, la cual permite conocer y disfrutar de los «manjares que Dios tiene preparados para cada una de sus almas». Especialmente las almas de los pobres y más necesitados. Vencer huyendo Al igual que enseñan el apóstol san Pablo y santo Tomás de Aquino, intrincada en el ejercicio ascético, y asumiendo la capacidad del mal para seducir y acogotar las almas, santa Teresita señala en uno de sus últimos escritos la importancia de huir a tiempo de las tentaciones. La necesidad de saber reconocer el poder que las tentaciones tienen para la perdición de las almas y ahogar el anhelo de santidad. «Mi último medio para no ser vencida en los combates es la deserción», sentencia. Lo cual enlaza con estas palabras: «Mi caminito es el de la infancia espiritual, el camino de la confianza y entrega completas». Al final de todo el trayecto, mediante huidas y ascensos, el Cielo: «Después de mi muerte, haré que caiga una lluvia de rosas». Comentarios Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus.
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