Las cuatro razones por las que los cristianos se avergüenzan y abandonan la Iglesia
Joseph Ratzinger apunta cuatro razones para comprender el fenómeno contemporáneo del abandono de la fe y de la pertenencia a la Iglesia
Eficacia sin conversión
- «Hoy prácticamente sólo vemos la Iglesia desde el punto de vista de la eficacia, preocupados por descubrir qué es lo que podemos hacer con ella».
- «Hoy no es nada más que una organización que se puede transformar, y nuestro gran problema es el de determinar cuáles son los cambios que la harían «más eficaz» para los objetivos particulares que cada uno se propone».
- «Solamente a través de la conversión se llega a ser cristianos; esto vale tanto para la vida particular de cada uno como para la historia de toda la Iglesia».
La Iglesia queda reducida a esa realidad institucional que solo se plantea en términos de organización
Cambiar las estructuras
- «Una sobrevaloración del elemento institucional de la Iglesia.»
- «La Iglesia queda reducida a esa realidad institucional» que solo se plantea en «términos de organización».
Interpretaciones subjetivas
- «Las verdades pierden sus propios contornos», con lo cual «los límites entre la interpretación y la negación de las verdades principales se hacen cada vez más difíciles de reconocer».
- Como consecuencia, «la incredulidad (...) vuelve la situación cada vez más insoportable».
Despreciar la historia de la Iglesia
- Por una parte, la Iglesia era «el gran estandarte escatológico visible desde lejos que convocaba y reunía a los hombres; ella era el signo esperado por el profeta Isaías (11,12), (...). Con su maravillosa propagación, su eminente santidad, su fecundidad para todo lo bueno y su profunda estabilidad, ella representaba el verdadero milagro del cristianismo, la mejor prueba de su credibilidad ante la historia».
- Sin embargo, se termina trasladando desde fuera de la Iglesia y desde dentro la idea de que es «no una comunidad maravillosamente difundida, sino una asociación estancada».
- «No ya una profunda santidad, sino un conjunto de debilidades humanas, una historia vergonzosa y humillante, en la que no ha faltado ningún escándalo», de modo que quien «pertenece a esa historia no puede hacer otra cosa que cubrirse vergonzosamente la cara».
- Así, la Iglesia no aparece ya como el signo que invita a la fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su aceptación», lamenta Ratzinger.