
León XIV visiblemente emocionado en la Santa Misa de inicio de su ministerio petrino
«Fui elegido sin tener ningún mérito»: las sinceras palabras de León XIV en su inicio como Papa
En una ceremonia histórica, León XIV recibió el palio y el anillo del Pescador durante la misa de inicio de su ministerio petrino, ante 200.000 fieles y 150 delegaciones internacionales
La homilía pronunciada hoy por el Santo Padre ha sido, sin duda, uno de los momentos más reveladores desde su elección como Obispo de Roma el pasado 8 de mayo. Aunque en apenas diez días ya ha ofrecido varios mensajes públicos, esta intervención adquiere un valor especial: por primera vez, León XIV ha hablado desde la hondura de su vivencia personal sobre el ministerio que se le ha confiado.
En una intervención que puede considerarse como brújula para orientar a la Iglesia y a los fieles en los años venideros, el Pontífice ha dado muestras de la personalidad que ya ha empezado a revelar en estos primeros días de su pontificado: un hombre comedido, prudente, con cierto halo de timidez, pero también profundamente sincero. Así lo reflejaron sus palabras frente a las más de 100.000 fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Elegido para ser «pescador de hombres»
«Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación», confesó con humildad. Y, en la misma línea de cercanía que mostró aquel día de su elección al proclamar desde el balcón: «para vosotros soy un obispo, pero con vosotros soy un cristiano», el Papa ha querido reiterar su disposición a caminar junto al Pueblo de Dios: «Vengo a vosotros como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con vosotros por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia».
El punto de partida de su mensaje ha sido sencillo: amor y unidad. Son las dos palabras que León XIV ha repetido desde que inició su ministerio, y que, como ha explicado, representan también las dimensiones que Jesús confió a Pedro al llamarle a ser «pescador de hombres». Esa es, según el nuevo Pontífice, la misión que ha recibido: «no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios».
Apacentar el rebaño sin ser un líder solitario
Pero, ¿cómo cumplir con esa misión en un mundo complejo y dividido? La respuesta del Papa pasa, una vez más, por el amor. Ha recordado que solo es posible entregarse a los demás cuando se ha experimentado personalmente el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en los momentos de fracaso. En ese sentido, ha traído a colación un pasaje del Evangelio en el que Jesús pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16).
Solo desde esa experiencia de amor, ha insistido, se puede verdaderamente apacentar el rebaño: «No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús».
León XIV también ha querido detenerse en un aspecto esencial del ministerio pastoral: la forma de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. «Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas», ha aseverado.
Frente a esa lógica, propone una vivencia de la comunión que nace del mismo Bautismo y que se construye en la fraternidad cotidiana. Como recordó citando a su maestro san Agustín, «todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia».
La hora del Amor
Entre los anhelos que expresó el Pontífice, uno ocupó un lugar central: «una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado». Y vinculó ese deseo con el lema elegido para su ministerio petrino —«en aquel que es uno, somos uno»—.
No se trata de uniformar, sino de acoger y ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, «sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo». Y añadió: «Este es el espíritu misionero que debe animarnos».
«Esta es la hora del amor», proclamó finalmente. Una exhortación que no pretende clausurar el mensaje, sino más bien abrir un horizonte: el de una Iglesia que no se instala, que se deja mover por el amor de Dios y que busca, en medio del mundo, ser vínculo de comunión y semilla de reconciliación.