León XIV en la Plaza de San Pedro
«Tenemos que reconocer en el pobre a Cristo mismo: ese es el centro de la exhortación»
La publicación fue presentada en el Vaticano en una rueda de prensa por el cardenal jesuita Michael Czerny, prefecto del dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y el cardenal Konrad Krajewski, limosnero apostólico
El Vaticano ha presentado la exhortación apostólica Dilexi te («Te he amado», Ap 3,9) de León XIV, un documento de 121 puntos que sigue la senda de sus predecesores en los últimos ciento cincuenta años del magisterio social, desde León XIII y Juan XXIII hasta Francisco.
La publicación, que subraya el vínculo «inseparable entre nuestra fe y los pobres», fue acompañada por declaraciones del cardenal jesuita Michael Czerny, prefecto del dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y el cardenal Konrad Krajewski, actual limosnero apostólico, en la rueda de prensa en la Oficina de Prensa donde definieron el espíritu del texto.
«El Papa León hace explícitas cosas que tal vez el Papa Francisco no expresó del todo», señala Czerny. Uno de los males de nuestra época —añade— es que «parece que debemos opinar de todo inmediatamente; y si se dice algo de modo parcial, enseguida te atacan porque no has mencionado otros diecisiete aspectos».
«La belleza de esta exhortación se ve acompañada por la riqueza y la profundidad de lo que el Papa Francisco escribió, pero nunca encontraremos una forma justa de comparar a ambos», asevera.
¿Otro Papa 'comunista'?
Cuando se pregunta a los cardenales si existe el temor de que León XIV sea visto como «otro Papa comunista» por volver a poner el foco en los pobres, el cardenal Michael Czerny responde con serenidad: «Francisco pensaba que esos ataques significaban que algo se estaba moviendo». Y añade: «El problema no lo tienen el Papa Francisco ni León XIV, sino quienes atacan. Se puede saber mucho de la gente que recurre a esas etiquetas».
Esta reflexión se traduce en el eje teológico de la exhortación: la «opción preferencial» por los pobres, donde «en el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo» (9).
El cardenal Kraweski, al citar una enseñanza de su predecesor, recordó que el Papa Francisco le decía: «No quiero que estés dentro del Vaticano. Quiero que salgas para que te des cuenta de lo que necesitan los pobres y te encontrarás en medio del Evangelio». Una vocación de salir al encuentro que también se erige uno de los puntos centrales de la obra del Pontífice agustino Robert Francis Prevost.
El tercer capítulo de la exhortación
El cardenal Kraweski resaltó la importancia del tercer capítulo del documento, calificándolo de «maravilloso», precisamente porque ese capítulo empieza recordando un deseo fundacional del Pontificado de Francisco: «Tres días después de su elección, mi predecesor expresó a los representantes de los medios de comunicación su deseo de que la Iglesia mostrara más claramente su cuidado y atención hacia los pobres: «¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!». Precisamente, sobre eso, el limosnero del Vaticano precisó: «Ese es el centro del documento: tenemos que reconocer en el pobre a Cristo mismo»
En la exhortación, ante el panorama de los diversos «rostros» de la pobreza —material, moral, espiritual, cultural, y la falta de derechos o libertad—, el Santo Padre condena con firmeza la «dictadura de una economía que mata» y las normas económicas que han generado riqueza «pero sin equidad».
El cardenal Michael Czerny señaló que, según Dilexi te, no habrá paz mientras se descuide y «se abuse de los pobres y del planeta». Explicó que la paz cristiana es justicia reconciliadora y reconciliada, y recordó, citando a la Madre Teresa, que los pobres «no necesitan nuestra compasión, sino nuestro amor respetuoso» (6).
Tratar a los más vulnerables con dignidad es, según Czerny, el «primer acto de paz» y se relaciona con una de las lecciones centrales de la exhortación: un llamado a la conversión dentro de la comunidad eclesial, porque si esta «no coopera en la inclusión», corre el riesgo de caer en la «mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos» (113).