La demolición del feminismo: PSOE y la izquierda radical han destruido los derechos de las mujeres
El Gobierno ha convertido el feminismo en un instrumento ideológico de enfrentamiento social y entre sexos, desligado de la realidad material de las mujeres y profundamente lesivo para su seguridad jurídica y personal
Quiero comenzar agradeciendo a este medio la oportunidad de escribir sobre feminismo, sin la obligatoriedad de ser socialista ni de izquierdas. Muchos medios me han vetado por ello. El feminismo ha sido secuestrado por la izquierda, con el beneplácito de la derecha. Pero el feminismo no pertenece a ninguna ideología: el feminismo y nuestros derechos pertenecen a las mujeres que luchamos por ellos y creemos en la igualdad. No a quienes viven de subvenciones, de estructuras clientelares y de la hipocresía de decir defender a las mujeres mientras encubren o justifican a acosadores y agresores. Y, dicho esto, comenzamos.
Durante décadas, el feminismo fue una causa legítima vinculada a la igualdad ante la ley, la protección frente a la violencia y la defensa de la dignidad de las mujeres como sujeto de derechos. Hoy, sin embargo, asistimos a su destrucción programada desde las propias instituciones que dicen representarlo. El Gobierno del PSOE, con el apoyo de la izquierda y la extrema izquierda, ha convertido el feminismo en un instrumento ideológico de enfrentamiento social y entre sexos, desligado de la realidad material de las mujeres y profundamente lesivo para su seguridad jurídica y personal.
El feminismo no nació para servir a partidos ni para blanquear abusos de poder. Nació para garantizar la igualdad jurídica, la libertad y la seguridad de las mujeres. Hoy, sin embargo, ese feminismo ha sido demolido desde dentro por quienes dicen representarlo: el PSOE y el conjunto de la izquierda han transformado una causa de derechos en un artefacto ideológico, han sustituido la protección por propaganda y han dejado a las mujeres más expuestas y más desprotegidas que nunca.
La imposición de la llamada ideología woke ha sustituido la igualdad por dogmas identitarios, ha disuelto la categoría jurídica de mujer y ha subordinado los derechos femeninos a agendas políticas ajenas, cuando no abiertamente incompatibles con el Estado de Derecho.
Leyes que han dañado a las mujeres
El feminismo que hoy impulsa el PSOE no protege: desarma. No defiende a las mujeres: las instrumentaliza.
Ha sustituido el principio de igualdad ante la ley por cuotas, la protección efectiva y punitiva por relatos y la justicia por consignas identitarias. Se ha pasado del feminismo de derechos al feminismo de partido, donde la lealtad ideológica importa más que la verdad y la dignidad de las víctimas.
El resultado es un marco normativo destructivo. Leyes mal diseñadas, aprobadas sin rigor técnico ni evaluación de impacto, han producido efectos devastadores: excarcelaciones y rebajas de condena a violadores y pederastas, inseguridad jurídica y descrédito institucional. No es un accidente: es la consecuencia de legislar desde el dogma y no desde el Derecho.
El ejemplo más evidente de esta deriva es la legislación penal aprobada bajo el lema propagandístico del «solo sí es sí». Una ley mal diseñada, técnicamente deficiente y aprobada pese a las advertencias de juristas, jueces y fiscales, que provocó la excarcelación y reducción de condenas de violadores y pederastas. No se trató de un error aislado, sino de una manifestación clara de irresponsabilidad legislativa: se priorizó el relato ideológico sobre la protección efectiva de las víctimas. Las consecuencias las han pagado mujeres reales, no consignas.
El borrado legal de las mujeres
A esta demolición se suma la negación del hecho biológico de ser mujer. Al sustituir la realidad material por la autopercepción subjetiva, y la aberración de que «ser mujer es un sentimiento» o que hay «mujeres con pene», el Gobierno ha desmantelado las bases jurídicas que permitían proteger a las mujeres como colectivo históricamente discriminado.
Sin categoría jurídica clara no hay políticas públicas eficaces, ni estadísticas fiables, ni protección real. El resultado es una paradoja grotesca: un supuesto feminismo que borra a las mujeres del Derecho.
La autoridad moral que no existe, los silencios selectivos y la doble moral
Especialmente grave es la banalización y ocultación de la violencia sexual cuando no encaja en el relato ideológico dominante. Se minimizan o silencian agresiones cuando los agresores son extranjeros, cuando pertenecen a minorías protegidas o cuando están vinculados al propio espacio político de la izquierda. Y se defiende que la justicia feminista no es punitiva (es decir, no se basa en condenas y cárcel).
¿Con qué autoridad moral se erigen en defensores de las mujeres quienes han votado leyes que benefician a agresores sexuales? ¿Quiénes niegan el hecho biológico de ser mujer, borrando jurídicamente a las propias mujeres? ¿Quiénes banalizan o encubren la violencia sexual cuando los agresores no encajan en su relato, especialmente si son extranjeros, o cuando pertenecen a sus propias filas?
El lema «hermana, yo sí te creo» se aplica de forma selectiva: se cree a la víctima solo si el agresor es políticamente útil o no es de los tuyos (Podemos, Sumar o PSOE). Cuando no lo es, llegan el silencio, la deslegitimación o el encubrimiento.
Esta hipocresía institucional no es un traspié: es un patrón y una política irresponsable que ha dejado a muchas mujeres solas frente al agresor y frente al Estado.
Jóvenes no feministas, colegios e institutos adoctrinados
Los menores no son feministas como consecuencia directa de las políticas de ataque impulsadas por la izquierda, que introducen una desigualdad brutal y los señalan como agresores, acosadores o violadores por el mero hecho de ser chicos u hombres.
Las consignas lanzadas por ministras del Gobierno y por comisarias políticas en espacios televisivos –según las cuales «los menores pueden tener sexo con quien quieran porque son libres»– suponen una degeneración del discurso público y una banalización irresponsable de la sexualidad infantil y una oda a la pederastia, que incluso a muchos jóvenes les provoca rechazo.
Los mismos representantes políticos, faltos de sensatez y de responsabilidad, sostienen además que las madres –y también los padres– no podemos influir, orientar o asesorar a nuestros hijos, insinuando que los hijos no nos pertenecen y que son, en mayor medida, «del Estado» o seres sociales”. Esta posición vulnera no solo nuestros derechos como mujeres y madres, sino también el ejercicio del derecho a la patria potestad, algo que los propios jóvenes tampoco han entendido ni aceptado.
Todo ello ha generado un rechazo creciente de los jóvenes hacia el feminismo, al que perciben como un movimiento de desigualdad y de ataque dirigido contra ellos por el mero hecho de ser chicos u hombres.
Islamismo político y traición al feminismo
La izquierda, por interés político y no por el de las mujeres, ha decidido blanquear el islamismo político-religioso en nombre del multiculturalismo, ignorando –y aceptando– que se trata de un sistema profundamente misógino, un modelo totalitario de naturaleza político-religiosa radicalmente incompatible con la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad sexual, la autonomía personal y el Estado de Derecho.
Defender la igualdad mientras se toleran prácticas y discursos que subordinan a la mujer es una contradicción insalvable. No hay compatibilidad entre derechos de las mujeres y modelos que niegan su autonomía, su libertad sexual o su igualdad jurídica.
No se puede defender a las mujeres afganas en discursos internacionales mientras se desprotege a las españolas en las calles, en los barrios y en el propio sistema penal. El doble rasero es obsceno. Se justifican o importan prácticas, discursos y estructuras que oprimen a mujeres y niñas en nombre del relativismo cultural. Esa incoherencia no es multiculturalismo, es restringir derechos y libertades por el hecho de ser mujeres.
Las mujeres y las niñas no somos seres impuros, no tenemos que taparnos, no provocamos a los hombres por el hecho de serlo; quienes violan son degenerados. En una democracia de igualdad, una niña y un niño, una mujer y un hombre tienen los mismos derechos y libertades. Si el velo, el burka y todo lo que sea un símbolo de discriminación está mal en Irán o Afganistán, también lo está en España y Europa. Los políticos que lo toleran son unos hipócritas
Responsabilidad política y moral
El PSOE y la izquierda no solo han fallado a las mujeres: han sido cómplices activos de su inseguridad, mediante leyes mal hechas, silencios calculados y una utilización cínica del feminismo como herramienta de poder y maquinaria electoral para ganar elecciones ante el miedo de que la derecha suprime derechos a las mujeres. La historia no juzgará los eslóganes, sino las consecuencias. Y las consecuencias de este feminismo de demolición son claras: menos derechos, menos seguridad y menos dignidad para las mujeres.
El feminismo no necesita comisarios ideológicos. Necesita Derecho, verdad, valentía y coherencia. Y, sobre todo, necesita dejar de ser utilizado contra aquellas a quienes dice defender mientras nos dañan.
Feminismo genuino frente a feminismo adoctrinante
Soy mujer. Llevo muchos años trabajando y defendiendo los derechos de las mujeres y los menores, desde el Derecho y no la ideología, desde el sentido común y el advertimiento. Soy feminista de la igualdad de oportunidades; no creo en las cuotas, ni nunca las he necesitado, ni en la ingeniería social.
El feminismo no es el del enfrentamiento «todos los hombres son violadores y las mujeres víctimas». No soy socialista ni de izquierdas.
No necesito enseñar el pecho ni pintarme estupideces en él para reivindicar mis derechos; de hecho, esa acción cosifica a la mujer al usar el cuerpo como reclamo. ¿Dónde están las que se rasgan las vestiduras por los anuncios donde se exalta la belleza femenina o por los piropos, pero aplauden la identificación de «mujeres» con aspecto de trastornadas enseñando el pecho pintado y gritando en iglesias católicas o cristianas? ¿Por qué no lo hacen en las mezquitas?
No acepto que nadie se arrogue la representación exclusiva de las mujeres desde una ideología que ha demostrado ser incapaz de protegerlas y sí atacarlas. Mientras otras ideologías, la derecha, consideran nuestros derechos un tema menor.
Hace tiempo que escribo sobre feminismo y derechos de las mujeres y he denominado «feminismo genuino» al que defiende, desde la igualdad, los derechos de las mujeres y representa a millones de mujeres.
Y que es el que:
• Defiende a las mujeres como realidad jurídica y biológica.
• Defiende la igualdad de oportunidades y derechos.
• No considera a las mujeres como víctimas o seres inferiores (a las que hay que dar ventajas «cuotas»), sino como seres libres.
• Protege a las víctimas, sin excepciones ideológicas.
• Exige leyes penales eficaces y técnicamente solventes.
• No considera que la prostitución sea un trabajo, los vientres de alquiler una opción o que el hecho de que una mujer decida ser madre la haga inferior, planteando el enfrentamiento de que la que no lo es sea empoderada e independiente...
• Rechaza el relativismo cultural cuando vulnera derechos humanos.
• No encubre abusadores, violadores y pederastas por razón de raza, religión o partido, ni dentro ni fuera de los partidos.
• No permite que ideologías religiosas o woke totalitarias sometan a las mujeres, escondiéndolo como diversidad o multiculturalidad.
Complicidad y responsabilidad
Con sus leyes, sus silencios y su cinismo, el PSOE y la izquierda han sido cómplices de una degradación sin precedentes de la seguridad y la dignidad de las mujeres. Han destruido consensos básicos, han debilitado la confianza en la justicia y han sustituido el Derecho por propaganda. Esto no es feminismo. Es demolición.
Los partidos de derechas deben espabilar: está bien de permanecer de perfil. Esto no va de izquierdas o derechas; va de la mitad de la población mundial. Y que sepan que votamos, que parece que es lo único que importa. Y estaremos vigilantes más que nunca.
Reconstruir exige decir la verdad, derogar las normas que han causado daño, restituir el principio de igualdad ante la ley y volver a poner a las mujeres –a todas– en el centro, no como herramienta política, sino como sujetos de derechos. Sin dogmas. Sin coartadas. Sin hipocresía.
Ha llegado el momento de recuperar lo que es nuestro. Somos millones de mujeres: profesionales, madres, hijas, hermanas, esposas… pero, sobre todo, mujeres libres.
Elena Ramallo Miñán es doctora en Derecho e investigadora en Inteligencia Artificial aplicada a la Justicia