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Las consecuencias del Volcán de La Palma

Así está La Palma cuatro años después de la erupción del volcánAlfonso Úcar

Lágrimas de lava y heridas abiertas en la isla bonita

Agravio, pena, cansancio son los sentimientos más arraigados de los palmeros del Valle de Aridane tras pasar cuatro años de la catástrofe volcánica

En el nuevo mapa del cabildo insular de La Palma que se entrega en las oficinas de información turística se le abre una boca gris y naranja como si los palmeros quisieran todavía gritar. Es la lengua de lava y fuego que escupió el volcán Tajogaite, en Cumbre Vieja, que engulló la localidad de Todoque y pequeños barrios del Valle de Aridane, rozando las localidades de La Laguna y Las Manchas, y tragándose las fincas plataneras a pie de costa.

En la plaza de La Laguna nos encontramos con Fátima Ramos y José Manuel Cabrera desde donde se visualiza la boca abierta del volcán ahora callada y el paisaje lunar de lo que era antes Todo que, cuyo símbolo y alma era la parroquia de San Pío X ahora inmortalizada en una rotonda.

Situación actual de la colada entre las plantaciones plataneras

Situación actual de la colada entre las plantaciones platanerasAlfonso Úcar

Por qué no se avisó a la población del riesgo

Cabrera, como llaman a José Manuel, llevaba días barruntando que esas señales que sentía, un calor infernal, temblores del terreno cada vez con mayor intensidad, eran algo más, «ya empezaba a hervir las entrañas de la tierra», aunque sus amigos le tachaban de paranoico. Vivía en el camino de Los Campitos a un kilómetro y medio donde reventó el volcán. En una casa con piscina, huerta que abastecía a la familia y a sus vecinos, gallinas, conejos y su perro Rocky. «Hubo que salir corriendo. En ningún momento hubo aviso de ningún tipo. El semáforo (volcánico) pasó del amarillo al rojo a las 15:12 de la tarde (se saltó el aviso de color naranja de alerta máxima). Nos decían que usáramos los medios oficiales, que ni fueron alarmistas ni llegaron». Atrás se quedó todo. Desapareció por completo un estilo de vida dejando un dolor perpetuo.

Fátima tuvo quince minutos para decidir qué recuerdos se salvaban de la quema mientras dejaba la mesa puesta para almorzar ese domingo. Su hogar era la casa de su madre de toda la vida que estaba junto a la de su hermano cerca de la iglesia de Todoque, que se derrumbaría una semana más tarde envuelta en llamas, humo y lava. «Fue un despropósito muy grande y un atrevimiento por parte de los técnicos y dirigentes. Tuvimos mucha suerte con el horario y el día, porque si es laborable a esa hora, se colapsan las carreteras, y no cabe duda de que habría sido más grave», recuerda Cabrera.

Se refiere a una de las reclamaciones de las asociaciones de afectados por la erupción del volcán que ha sido admitida a trámite por el Tribunal Superior de Justicia de Canarias justo dos días antes de que se cumpliera el cuarto aniversario de la catástrofe. Demandan saber la verdad. Qué ocurrió para no alertar a la población del valle del riesgo y ordenar una evacuación preventiva. Para ello exigen que se publiquen las actas y grabaciones de los comités científicos y de la dirección del Plan de Emergencias Volcánicas (PEVOLCA) en los días y horas previos.

«Ocho días antes debían habernos alertado. En ese tiempo hubiera dado tiempo a tener un seguro, porque la mayoría de propiedades no estaban aseguradas al ser sitios rústicos, sin hipotecas, porque eran casas heredadas. Date cuenta de que la edad media de las personas que vivíamos en el valle es de una media de 67 años. Tendrían que habernos dicho las cosas con claridad. Si tienes un Plan de Emergencias y sabes que algo va a reventar en toda esta cordillera, avisa a la población», se indigna Fátima de la Asociación de Afectados por la Erupción del Volcán de Cumbre Vieja 2021.

Más de tres años esperando a las promesas prometidas

Otra queja generalizada es la nula empatía de las administraciones con los afectados, que estuvieron esperando las ayudas año tras año, después de haberse reunido «con diferentes organismos y hasta con el presidente del Gobierno», como explica Cabrera. «Hay que seguir reclamando. Los compromisos están para cumplirlos. Se comprometieron a 400 millones en cuatro años y solo han pagado 100 estando en los presupuestos del Estado… Pero como no hay presupuestos», recalca Fátima.

Más de tres años pendientes de que llegasen los fondos, insistiéndoles de que no se pusieran nerviosos, mientras la incertidumbre y la ansiedad campaba por encima de la lava y la especulación en terrenos y alquileres se desbocaba. Entre medias un cambio de Gobierno en Canarias, en julio de 2023, que empezó primero creando un soporte normativo para la reconstrucción. «Todavía hay mucha gente que necesita de ese dinero que no llega y es muy importante para que vuelva a resurgir el valle económicamente y socialmente», incide Cabrera.

Ese es el grito silencio de los palmeros arraigados en una tierra negra y fértil cuya sismicidad volcánica destrozó sus vidas pasadas las diez de las tres de la tarde del domingo 19 de septiembre de 2021, que se mezcla con los sentimientos de cansancio, de pena, de agravio y, sobre todo, de sentirse engañados.

Una de las casas cerca del volcán que parece desde la lejanía intacta dónde su dueño lleva dos años sacando lava.

Una de las casas cerca del volcán que parece desde la lejanía intacta dónde su dueño lleva dos años sacando lava.M.G.

En tierra de nadie

En tierra de nadie se encuentra Nieves Almeida. La ves sin todavía conocerla quince minutos antes de encontraros en la Plaza de La Laguna sentada en el bar Papitas con Pollo cuya terraza da a la carretera con dirección a Los Llanos. Saluda con la mano a muchos de los conductores que pasan con su agradable ¡hasta luego! Enseguida comprendes porque es tan conocida. Nieves era la dueña del bar Central, frente a la parroquia de San Isidro Labrador, que acogió a los vecinos que perdieron la suya en Todo que, y casi pegada a lo que un día fue el centro neurálgico de la comarca, la Sociedad Velia, uno de los últimos puntos dónde llegó la fuerza del volcán detonando todo por dentro sin destruir sus estructuras.

Foto cedida por Nieves Almeida de cómo quedó su bar y su casa en La Laguna por los estragos del volcán.

Foto cedida por Nieves Almeida de cómo quedó su bar y su casa en La Laguna por los estragos del volcán.

Una vida de lucha rota que se iniciaba cuando abría la puerta de su casa para ir al bar y del bar a su casa. Nada más empezar a hablar le caen las lágrimas mientras la excavadora ubicada en el terreno que fue su hogar y el de sus hijos empieza justo a taladrar al ver la cámara de Alfonso Úcar. Una demolición que le ha costado más de 3.000 euros y donde podría estar los futuros cimientos de su nuevo bar si no estuviera varada sin ayudas. «Es una cosa que todavía no lo asimilas. Porque prácticamente estabas todo el día ahí. Trabajar toda la vida para en un momento quedarte sin nada. Sin tu medio de trabajo, el de mi hija, de mi hijo, ahí los crié. Y todo de la noche a la mañana se acabó».

Nieves tan sólo ha recibido unas donaciones que le dio el Cabildo y el Ayuntamiento de Los Llanos que no superan los catorce mil euros. «Como tenía un seguro de una hipoteca que estoy pagando todavía, no tengo derecho a las ayudas del Estado ni a nada. Encima soy autónoma. Estuve cobrando seiscientos y pico de euros del ERTE, pero como estaba mal cogí la baja y no pude renovarlo. Estoy pagando una cuota alta de autónomos y la hipoteca. Como el local estaba entero, que no sé si es una suerte o una desgracia que quedara en pie y no lo arrasara, no tengo ningún derecho».

Como Nieves hay más personas con su desesperación, que ni siquiera ha recibido ayuda de la Cámara de Comercio de Gran Canaria. Es uno de los expedientes sin ejecutar del plan de pagos, de los que «no te saben dar explicaciones», y pasa de una administración a otra. «Me dicen que me dé de baja del seguro. ¿Cómo me voy a dar de baja ahora que tengo 60 años? Llevo toda mi vida pagando mis impuestos y cuando me hace falta que me echen una mano… Estamos ahí a la mano de Dios». Ella se siente un número para los políticos, que se convierte en alguien cuando llegan las elecciones. «Con todas esas veces que vino el presidente del Gobierno con su séquito, si ese dinero se hubiera destinado a la gente de La Palma, otro gallo habría cantado. Pero, ¿a qué viene si no vino a dar soluciones? ¿A hacerse la foto? Aquí hace falta hechos, no palabras que se las lleva el viento».

En la misma calle se encuentra la Sociedad Velia, con 93 años de existencia, que continúa erguida pese a la embestida de la colada número ocho que se detuvo en su puerta, aunque la reventó por dentro al convertirse en un gran horno. Marcelino Rodríguez nos da el paso al interior para descubrir cómo queda un edificio que parece intacto en el exterior y revela cómo estarán otras casas que quedaron alzadas en solitario en medio de las nuevas formaciones de roca volcánica creada por el Tajogaite. «Este edificio defendió parte de La Laguna. Aguantó el empuje de la última colada». En el centro ya no hay vecinos, sino una bandada de palomas que se han refugiado en el salón de la parte alta, donde todavía se conservan dos sofás llenos de cenizas, la barra del bar o una estantería llena de trofeos. Sin esa firmeza del icono de 1932 quizá no hubiera habido ni plaza ni parroquia. «Era la Casa de la Cultura», que ahora ha perdido su alegría y su vecindad.

Aún quedan decenas de palmeros viviendo en casas-contenedor

Aún quedan decenas de palmeros viviendo en casas-contenedorAlfonso Úcar

Marcelino vivía un poquito más arriba. «La lava paró a un metro de mi casa». Y por eso no le corresponde ninguna ayuda, tan sólo lo que recibió del Consorcio al estar asegurado. Pero cuando sale a la puerta de su casa lo único que encuentra es lava. Nada más. «Esto después de cuatro años no está solucionado. Tenemos que seguir levantando la voz. Están haciendo lo que quieren sin contar con nosotros», reconoce como presidente de la Asociación de Vecinos de La Laguna, porque si hablase en su nombre no podría contener las lágrimas. «En esa lava está sepultada nuestra vida, nuestros recuerdos, y no sé si es broma, entre comillas, que alguien decidió crear un nuevo municipio que sería la lava, para que sea un laboratorio. Nosotros no somos un laboratorio, lo que queremos es volver y decidir nuestro futuro. La Palma no puede ser todo paisaje protegido. Nos quedamos sin isla».

Dulce Hernández, con 72 años, se considera joven y luchadora. Tenía fincas con viñas, árboles frutales, invernaderos de plátano y aguacates en Montaña Rajada, en la zona volcánica de Cumbre Vieja. Es otro de esos expedientes sepultados por la burocracia. La casa heredada de sus abuelos no aparecía y no le daban una solución. «Lo único que me decían era que no aparece. Y fue la venida de los Reyes (en junio de este año) que hablé con ellos o unos días antes que había ido a Gesplan (Gestión y Planeamiento Territorial y Medioambiental del Gobierno de Canarias) y les dije que quería una cita con el que más manda y a la vez que trajera una pala para buscar la casa. A los pocos días apareció». Como agricultora no ha recibido ninguna ayuda y «me he recorrido los despachos de todos los políticos». Incluso habló el pasado agosto con la ministra de Defensa, Margarita Robles, y le preguntó dónde está el dinero. «Y no me sabe contestar».

Los agricultores, los más damnificados

Muchos palmeros cuando pudieron volver a la zona se quedaron en shock. «Era la nada». Esa nada que repiten hasta la saciedad muchos de los afectados que nos hablan. Esa nada antagónica al negro de las entrañas de la tierra, escupida en forma de coladas de lava que en su camino al mar arrastró pequeñas huertas, cultivos familiares y extensiones de fincas plataneras arraigadas durante más de una vida, que son en la actualidad las más damnificadas.

José Antonio Gómez nos indica por teléfono cómo llegar donde estaba la empaquetadora de plátanos que quedó enterrada bajo capas y capas de lava. Se encuentra en un camino a la izquierda en la nueva carretera construida sobre la colada dirección a Puerto Naos. El cartel de Covalle es nuestra referencia. Con su ropa de trabajo está conversando con Felipe, que lleva la construcción de la nueva nave desde finales de julio. No son ni las diez de la mañana y estamos a más de treinta grados. «Por aquí había una carretera principal, restaurantes, bares, viviendas. Había de todo y ahora está ahí debajo». Después de allanar el terreno durante dos años se ven los tímidos cimientos del nuevo solar de un gris claro que contrasta con el color dominante. Lo puede levantar por su cuenta y riesgo porque la anterior nave estaba asegurada.

«Somos el sector más agraviado. Tenemos casi 3 millones de kilos de plátanos sepultados debajo de la lava. Una ruina si no vienen las ayudas prometidas. Ahora mismo se están tirando la pelota del Gobierno de Canarias al Estado y nosotros en medio… Ya tenemos al Estado descartado, por eso pedimos al Gobierno canario que lo lleve al Tribunal Superior de Justicia o al Supremo y reclame que cumpla la Ley de Presupuestos».

No sólo perdió la nave. Se llevó la cooperativa a la que pertenecía y su casa familiar en El Paraíso. Fue el mismo domingo de septiembre que empezó todo durante una comida familiar. Seguían las noticias para saber cómo evolucionaba los movimientos sísmicos de la zona volcánica de Cumbre Vieja, y anunciaron «que la erupción no iba a ser inminente y que podíamos estar tranquilos». Al salir al jardín vio para su sorpresa cómo explotaba la boca de Tajogaite. «Llamé a mi gente corriendo. Estaban mi mujer, mis hijos, mis nietos y salimos todos con dos coches, junto a los perros». En diez días arrasó con todo.

Erupción del volcán en Cumbre Vieja

Erupción del volcán en Cumbre Vieja

Fotos cedidas por José Antonio Gómez de cómo la lava y el fuego inició la destrucción de su finca familiar.

Fotos cedidas por José Antonio Gómez de cómo la lava y el fuego inició la destrucción de su finca familiar.

José Antonio también es productor. Le seguimos hasta una de las fincas que quedó intacta entre medio de dos coladas mirando al mar. «No quiso llevarse todo y me dejo esta media hectárea de plátanos». Otras dos quedaron bajo las rocas. Y en todo el valle unas trescientas hectáreas. Fue la zona más castigada del volcán al llevársela completa. «Es una economía importante en el valle. Son alrededor de unos 18 millones de kilos de plátanos que suponen más de 30 millones de euros. Para hacer una comparativa de lo que se perdió, el presupuesto del Ayuntamiento de Los Llanos es de unos 20 millones de euros». Con sus 54 años, aunque las ganas son menos, anima a la gente a que reconstruya.

Quizá su empuje le viene de su padre de 81 años, toda la vida entre plataneras. Como a Gregorio Hernández de su abuelo, que comenzó en 1932 buscando una variedad de plátanos que sobresaliera y se trajo unos bulbos de la Gran enana de un viaje a La Martinica, que plantó cerca de la costa de Tazacorte (e incluso publicó un libro en 1991 dónde recogía su preocupación por la agricultura de este fruto). Nos encontramos en San Borondón y le seguimos con el coche. Sorprende desde la carretera el contraste de la mezcla de colores. El verde intenso de las plataneras entre el negro oscuro del magma solidificado con el fondo blanquecino del cielo difuminado en el horizonte del océano por la calima africana.

En los días de incertidumbre que todavía no sabía si salvaría la plantación en el lado oeste de la isla, «con el cono volcánico que emitía lava hacía el norte y al sur, y era como una manguera loca echando lava en todas las direcciones», les preguntó a sus hijos qué preferían que desapareciera si tuvieran que elegir entre la casa o la finca. Se sorprendieron cuando él respondió que perder la casa, «porque de la casa difícilmente va a salir una finca, pero el que tenga una finca tiene la posibilidad de rehacer y reconstruir la casa».

Casi un mes más tarde de la erupción, «58 días de sufrimiento», entró la primera colada de lava creando una brecha en la explotación. Un mes más tarde el 95 % de las cuatro hectáreas estaba engullida bajo una montaña de rocas. Cuatro años después tiene «las primeras piñas y empezamos a recolectar la primera cosecha». Gregorio siente el orgullo del deber cumplido, de recuperar y devolver la actividad de la isla. Su situación no es la misma de otros agricultores al borde de las coladas. Él se acogió a una convocatoria de ayudas «que no alcanza al 50 % de las necesidades, pero que ha sido un empujón junto a recursos propios y financiación bancaria».

Otros han perdido todo su patrimonio por la lentitud en la llegada de las ayudas. «Sobre todo para la agricultura, que está ahora mismo muy parada y con una circunstancia política a nivel nacional compleja». Las cifras son esclarecedoras. Actualmente la producción alcanza como mucho el 10 %. «El principal motivo porque hay personas con proyectos y licencias presentadas, incluso concedidas, que no le están llegando fondos para poder arrancar». Se necesita sobre todo inversión. «Manos no faltan aquí en la isla ni el carácter y la fuerza de los palmeros. Si hace falta ayuda económica… Hay que llamar la atención tanto al Gobierno de Canarias como al central. Ambas administraciones son las responsables de terminar con esta situación y dar una oportunidad de continuidad».

Así se sentirán los que también perdieron todo y se alojan en las casas de madera de El Paso y en los contenedores metálicos en Los Llanos de Aridane. Los más expuestos. Cansados de la efeméride y los periodistas. A principios de agosto, con los primeros realojados en pisos, «se empezó a levantar las casas prefabricadas para que no se conviertan en viviendas para okupas» como nos comenta Isis. Un vigilante jurado pasea en lo que parecería un aparcamiento si no estuvieran algunos de los módulos adornados con flores. Es la historia de Ledy, jardinera durante más de trece años en el cementerio de Nuestra Señora de Los Ángeles, de Las Manchas, que fue sepultado por las coladas del volcán tiñendo sus paredes blancas y la memoria de los fallecidos de cenizas negras. «Allí había rosales de todos los colores, osmundos preciosos, azucenas blancas, árboles frutales». Su día a día ahora es cuidar sus plantas, aunque echa de menos su barrio y su casa, de dónde no se pudo llevar ni un paño de cocina. Difícil volver a reconstruir lo que se tenía. «Hay que seguir luchando».

Fátima Ramos y José Manuel Cabrera en la carretera nueva frente a la costa.

Fátima Ramos y José Manuel Cabrera en la carretera nueva frente a la costa.

Es la misma reflexión de Fátima hablando con Cabrera. «Somos luchadores. Sabíamos que va a desaparecer lo que nos había costado tanto trabajar y por lo que nuestros padres y antepasados habían luchado. Mucha gente no nos entiende. Y a estas alturas, después de cuatro años, no se ha terminado. Nunca nos recuperaremos del todo. Pero la vida es un constante ir y venir» -reflexiona-. «Y al menos que se acuerden de nosotros cada 19 de septiembre» concluye para resumir la resignación de los palmeros hartos de reivindicar lo prometido.

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