Los cuatro elementos (I): la tierra
Nuestro más excelso pastizal es la dehesa. Una hectárea de dehesa alberga muchísimos más insectos, pájaros, ratones, gusanos, mariposas que una preciosa de bosques de la selva negra
Dehesa extremeña
Queridos incautos: somos náufragos del tiempo. Condenados a navegar de por vida en una inmensa nave, casi infinita, de suprema belleza. Por ocupar un mejor camarote venimos peleándonos desde el origen de nuestra era.
Tan grande es, y tan vieja, que ha contemplado millones de años de mutaciones. Terremotos. Volcanes. Periodos abrasadores y gélidos. Especies gigantescas que se extinguieron. Actúa con fuerzas endógenas. Salvo algunos ocasionales meteoritos, que escapan a nuestro devenir. Todo absolutamente todo lo que viene sucediendo proviene de fenómenos de dentro de ella. Y todo forma parte al final de una ecuación entre materia y energía de sumatoria 0.
Esta perpetuamente oscilando desde periodos cálidos a glaciaciones. Vamos hacia cálido. Gracias a Dios. Porque las plantas crecen mejor con calor que con frío. Creer que en mi miseria voy a calentar el planeta por conducir un coche es una superchería tan inmensa… como no entender que la explosión de un volcán equivale a las «emisiones» de la raza humana a lo largo de su vida. Pero lo que sí que nos afecta a nosotros, para nuestra subsistencia es la interacción con las plantas. Sin plantas no habría vida.
La vida de las plantas depende fundamentalmente del agua, y del sustrato. Alteradas por la energía sobre todo lumínica. Y en torno ese sustrato es el que logra una mayor producción. Los humanos cuando aprendimos a cultivar nos establecimos en torno a los lugares más fértiles. Baste el ejemplo de la civilización Egipcia en el Nilo. Las tierras más ricas son aquellas que contienen más nutrientes. Que se forman tras millones de años de pudrirse la materia orgánica de las plantas que vivieron encima. Los nutrientes de esa tierra rica, son sujetados en ese lugar por las raíces de las plantas. Si no hubiera plantas, la lluvia los arrastraría a los ríos y de ahí se irían al mar. Para evitar que eso suceda hay que afianzar la tierra mediante plantas. Cultivos rodeados de árboles periféricos.
Todo muy simple.
Para mejorar el sustrato natural hay que arar para que la lluvia penetre y riegue las raíces. Y abonar, proveyendo a la tierra de esos nutrientes que le faltan
La riqueza de esa tierra se basará en la biodiversidad. Es decir, en la capacidad de albergar la mayor cantidad y variedad de especies de plantas, porque a su vez cabrán un mayor número de animales sobre ellas. Para mejorar el sustrato natural hay que arar para que la lluvia penetre y riegue las raíces. Y abonar, proveyendo a la tierra de esos nutrientes que le faltan. Para añadir esas capas de materia orgánica que enriquecen el suelo. La más natural es el estiércol, que es la materia orgánica de las plantas podrida a través del paso por los intestinos de los animales.
Hay un enorme problema: la oxidación. Si una planta muere y no se renueva, permanece inerte en el suelo. Pasan mucho tiempo… demasiado hasta que se destruya. Y no se incorpora al suelo. Hay dos atajos. El más adecuado son los animales. Los herbívoros. El otro que puede ser una espada de doble filo es el fuego. Basta ver en África los incendios de la sabana para renovar el pasto.
Y un dato curioso. Los israelíes allá por los 60 comenzaron a cultivar la tierra inerte del desierto. Para ello aran y cultivan una primera vez. Riegan por goteo. Obtienen una miserable cosecha. No la recogen. La queman. Rápidamente, vuelven a arar para incorporar las cenizas al suelo. Repiten la operación. A partir de la cuarta cosecha el suelo empieza débilmente a mejorar.
Los herbívoros son, sin embargo, los mejores embajadores de la biodiversidad. Comen semillas que esparcen luego en sus heces. Y sobre todo, dan buena cuenta de esa materia que moriría parasitando temporalmente la cubierta vegetal.
Hay una segunda variable: Los pastos. El ganado doméstico es fundamental no solo para nuestra alimentación. Sino para la creación y mantenimiento de los pastizales. Que en su riqueza son los que albergan la mayor biodiversidad. Si no se pastan la hierba mala puede sobre la buena. Luego vienen los cardos. Luego los tomillos. Luego las zarzas. Sobre ellas el monte bajo y el espacio pierde su valor. Y cuando llega el fuego, arrasa todo.
Nuestro más excelso pastizal es la dehesa. Una hectárea de dehesa alberga muchísimos más insectos, pájaros, ratones, gusanos, mariposas que una preciosa de bosques de la selva negra. Que a su vez alberga muchísima más que las hectáreas de monocultivo de soja que promocionan los saqueadores del planeta que pretenden vendernos hamburguesas vegetales y otras porquerías. Bajo la excusa de salvar al mundo.
En definitiva recuerdo aquel dicho popular:
«Cava hondo, echa basura, y quémate los libros de agricultura»
Recomiendo ver en YouTube «Allan Savory como reverdecer los desiertos»
El conde de Teba, Jaime Patiño Mitjans, es ganadero y arquitecto