La vuelta del verano

Las pequeñas repoblaciones de fresnos, álamos y alcornoques, que con tanta ilusión y esfuerzo se han hecho a lo largo del año, tienen algunas bajas aseguradas, aún con la ayuda del riego que Adrián les da dos veces por semana. Solo sobrevive el más fuerte, no el que más ayuda tiene

Act. 23 ago. 2025 - 08:24

Río Piedras, más arena que piedras

Río Piedras, más arena que piedras

Quedan pocos días para terminar de disfrutar del maravilloso verano. Algunos lo hacen de golpe y porrazo, pasan de la sombrilla a la oficina en un santiamén y creo que este paso, dado de sopetón, no es bueno ni para el cuerpo ni para el espíritu. Desde hace muchos años, Rocío y yo y la parte de nuestra infantería que pueda permitírselo, pasamos unos días en el campo como periodo de transición.

Dejamos el campo en el mes de julio totalmente achicharrado y, con toda seguridad, nos encontraremos de vuelta a finales de agosto algo parecido a la calcinación. Me sigue sorprendiendo la dureza del verano en las dehesas españolas, cómo el sol abrasador arrasa con todo lo vegetal a excepción de las robustas encinas y alcornoques que se mantienen verdes, aunque cuando ya están al límite de su resistencia dejan caer algunas hojas como defensa a tanto castigo estival, con el consiguiente susto para el propietario que ve con las primeras lluvias otoñales como vuelve todo a su ser.

Las pequeñas repoblaciones de fresnos, álamos y alcornoques, que con tanta ilusión y esfuerzo se han hecho a lo largo del año, tienen algunas bajas aseguradas, aún con la ayuda del riego que Adrián les da dos veces por semana. Solo sobrevive el más fuerte, no el que más ayuda tiene.

Tenemos la suerte de pasar el verano en un lugar lleno de vida en la costa onubense. Este paraje marismeño sigue aún virgen y en parte en su estado original, respetado en su gran mayoría por el invasor ladrillo y el perdurable cemento. En los últimos años esta imparable avalancha turística ha hecho alguna barbaridad en la zona, pero sin que lleguen aún los rubios con ojos azules del norte de Europa, el turista sigue siendo local, que por estos lares tiene mucha gracia e ingenio.

Aquí, por suerte, no hay que correr al amanecer para hacerse propietario de una hamaca durante todo el día, nosotros no tenemos que madrugar y salimos a media mañana en gomonas –como las llaman la gente de la zona– en busca de islas de arena que aparecen y desaparecen según las mareas, vivimos al son de la pleamar y la bajamar, como el resto de habitantes de la marisma.

Somos un grupo de tres o cuatro gomonas y algún barco algo más sofisticado, los que todas las mañanas dedicamos un cuarto de hora de navegación para llegar a un pequeño trozo del paraíso en pleno mes de agosto. Cuando pienso en como estarán en agosto algunos de mis amigos en esta España de casi 100 millones de turistas, me pellizco varias veces.

Un puerto natural y por lo tanto un refugio extraordinario para las aves

Esta corta travesía por el Río Piedras se recorre en paralelo a una inmensa franja de arena, ya convertida con el paso del tiempo en una espléndida marisma rodeada de arenas litorales. Esta «barra» de más de 12 kilómetros que separa el océano Atlántico del Río Piedras –yo lo llamaría más ría que río por ser aguas salobres– es un puerto natural y por lo tanto un refugio extraordinario para las aves. Todas las mañanas disfrutamos de un espectáculo con una riqueza ornitológica fuera de lo común; cientos de limícolas y gaviotas buscan alimento en los depósitos marinos aportados por el flujo mareal y los vientos del suroeste dominantes en la zona. Dicen los lugareños que es la única franja del litoral español que crece a un ritmo de más de 30 metros al año. Si lo dicen ellos, pues así será. Pronto estas arenas serán colonizadas por plantas marismeñas, en su mayoría ásperos almajos y los maravillosos lirios y azucenas de mar, capaces de crecer y dar flores en plena arena de playa.

Charranes y charrancines, chorlitejos y correlimos, archibebes y reidoras vuelan a nuestro alrededor diciéndonos que están acostumbrados a que los miremos a diario porque aquí no nos molestamos nadie, todos cabemos en este espacio tan rico como son las marismas junto a litorales arenosos.

Los zarapitos, el real y en mayor numero el trinador, gritan a nuestro paso con las gomonas, ¡¡¡curling, curling!!!, es entonces cuando entendemos porque los ingleses los llaman así, poco se estrujaron la cabeza estos británicos para denominar a cada especie. Pero, si hay alguno que demuestra ser el rey de las orillas limosas es el ostrero, un ave grande de casi medio metro con las plumas de la parte superior negras y la parte inferior blancas, que le dan una apariencia muy elegante, parece que va vestido con frac.

Algunas tardes las dedicamos a pescar hasta casi la plena anochecida, momento que vemos el paso de los flamencos y moritos en formación militar camino de sus dormideros. Si volvemos con alguna cochinilla, un gran sargo o una lubina para cuatro, te reciben en casa con la mejor de las sonrisas.

Los días pasan sin que nadie ni nada cambie, poco queda para que volvamos a ver las dehesas pidiendo socorro al cielo que a veces regala algún chaparrón tormentoso de agosto como preámbulo al esperado otoño.

Desde ese campo del centro de España, a punto de convertirse en erial, Adrián me llama por teléfono y me cuenta que ha visto tres gamos muy grandes cruzar el camino cuando va a regar las repoblaciones. Espero que podamos verlos en la ronca, aunque para entonces andarán cada uno a su aire buscando amoríos.

No sé si es suerte, pero si Dios quiere, aún nos queda mucho por disfrutar.

Jaime Arana es empresario

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas