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Eyección de masa coronalSebastian Carrasco

La Tierra, bajo los efectos de una tormenta solar clasificada como severa

Los científicos señalan que, tras una eyección coronal, el fenómeno puede tardar entre uno y varios días en alcanzarnos, pudiendo afectar a satélites y redes eléctricas

Las luces danzantes que iluminan los cielos del norte del planeta esconden un fenómeno tan fascinante como poderoso. Las tormentas geomagnéticas, conocidas popularmente como tormentas solares, son las responsables de las espectaculares auroras boreales que maravillan a millones de personas. Sin embargo, tras su belleza natural se ocultan procesos cósmicos que, en ocasiones, pueden alterar el funcionamiento de satélites, sistemas de navegación o redes eléctricas.

La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos ha clasificado la tormenta que actualmente impacta sobre la Tierra como «severa», asignándole un nivel G4 en una escala que va del 1 (menor) al 5 (extremo). Aunque la mayoría de estos episodios no provoca daños significativos, los más intensos activan alertas preventivas en todo el mundo.

Según explica el Instituto Geográfico Nacional (IGN), dependiente del Ministerio de Transportes español, las tormentas geomagnéticas son perturbaciones del campo magnético terrestre que pueden prolongarse durante horas o incluso días. Se originan cuando una erupción solar lanza al espacio una gran cantidad de partículas cargadas –en lo que se conoce como una eyección de masa coronal– que, al llegar a la magnetosfera, generan alteraciones en el escudo magnético de nuestro planeta.

El Sol, de manera constante, libera un flujo de partículas denominado viento solar. En condiciones normales, este viento es desviado por la magnetosfera y apenas tiene efectos sobre la superficie terrestre. Pero, en ocasiones, la violencia de las erupciones es tan grande que deforma esa protección natural, permitiendo que parte del material solar penetre en la atmósfera y desencadene una tormenta geomagnética.

Estas perturbaciones afectan simultáneamente a todo el planeta, aunque su impacto puede variar según la intensidad y la velocidad del viento solar. Los científicos señalan que, tras una eyección coronal, el fenómeno puede tardar entre uno y varios días en alcanzarnos. Para anticipar estos episodios, diferentes agencias espaciales han desplegado satélites de observación solar que monitorizan continuamente la actividad del astro y alertan de cualquier evento potencialmente peligroso.

El efecto más visible y menos dañino de las tormentas solares son las auroras, un espectáculo lumínico que se produce cuando las partículas solares chocan con los gases de la atmósfera –principalmente oxígeno y nitrógeno–. Este choque libera energía en forma de luz, generando cortinas que pueden adoptar tonos verdes, rojizos o violetas. En los casos más extremos, las auroras pueden incluso observarse en latitudes bajas, muy lejos de las regiones polares donde son habituales.

Aunque el impacto sobre las personas es mínimo, la NOAA advierte que las tormentas más fuertes pueden interferir en las telecomunicaciones, alterar sistemas GPS y afectar a la red eléctrica, provocando sobrecalentamiento en transformadores de alta tensión. Por ello, su Centro de Predicción del Clima Espacial ha notificado la situación a los operadores de infraestructuras críticas y a las autoridades, recomendando la adopción de medidas preventivas para mitigar posibles fallos.

Los expertos coinciden en que la mayoría de los efectos se pueden controlar con protocolos adecuados. Aun así, cada tormenta solar recuerda que la Tierra está íntimamente conectada con la actividad de su estrella madre. Detrás del colorido espectáculo de las auroras, el Sol continúa recordándonos su poder: fuente de vida, pero también de energía desbordante capaz de alterar, por unos instantes, la calma tecnológica de nuestro planeta.

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