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06 de mayo de 2024

Oscar Isaac protagoniza El contador de cartas, que ya está en los cines

Oscar Isaac protagoniza El contador de cartas, que ya está en los cinesUniversal Pictures

Crítica de cine

'El contador de cartas': Schrader y Scorsese vuelven a llevarnos por tortuosos caminos

Paul Schrader escribe y dirige El contador de cartas, una película producida por Martin Scorsese

Paul Schrader es uno de los directores y guionistas con más personalidad de Hollywood. Su cine siempre ha sido oscuro, obsesionado por las aristas menos luminosas del ser humano. Educado en un moralismo calvinista extremo, su filmografía es el retrato de una búsqueda desesperada de redención. Su preocupación por las profundidades del alma humana se plasmó en una obra escrita que se convirtió en seguida en un clásico: El estilo trascendental en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer (1972). En esta mirada insatisfecha y dramática encontró un aliado que compartía sus inquietudes sobre el cine: Martin Scorsese. De su colaboración profesional nacieron Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (1980), La última tentación de Cristo (1988) o Al límite (1999). Ahora vuelven a estar juntos en El contador de cartas, escrita y dirigida por Paul Schrader y producida por Martin Scorsese.
William Tillich, apodado Guillermo Tell (Oscar Isaac), es un exmilitar que ha sido condenado por practicar torturas en sus interrogatorios en la Guerra de Irak. En la cárcel aprende a jugar al blackjack o, mejor dicho, aprende a ganar, valiéndose de su habilidad para observar y calcular matemáticamente qué momento es bueno para apostar. Tell no es avaricioso, juega por placer, y se retira de las partidas cuando ha ganado una cierta cantidad de dinero, tratando de pasar desapercibido y no llamar la atención de la banca de la casa de juegos. En la cárcel ha cogido gusto a llevar una vida llena de orden y rutinas. Pero un día, ya libre, conoce al joven Cirk (Tye Sheridan), hijo de un compañero de torturas del ejército, que se suicidó. Cirk le pide ayuda a Tell para matar a John Gordo (Willem Dafoe), el comandante que en Guantánamo estaba a cargo de su padre y de Tell, y que fue quien les instruyó e indujo a las malas artes del interrogatorio. Gordo nunca fue procesado, se jubiló y se fue de rositas, y Cirk quiere venganza. Pero Tell no está nada convencido.

Una redención nada convencional

Oscar Isaac interpreta a Tell, un personaje que en los ochenta hubiera encarnado Joe Mantegna. Tell no se ha deshumanizado por completo. Sabe distinguir perfectamente entre el bien y el mal, y tiene claro que lo que hizo en Irak es deleznable. Y aunque legalmente ya ha saldado su deuda con la sociedad, humanamente necesita una posibilidad diferente de redención. Posibilidad que le llega de la mano de dos personajes secundarios: el citado Cirk, que sufre un vínculo traumático con su madre viuda, y La Linda (Tiffany Haddish), una profesional de las casas de juegos, que se ofrece a Tell como mánager. Pero la redención en Schrader no es convencional, como no podría ser de otra manera, y además incluye una cierta filosofía del eterno retorno, que recuerda a la rutina salvífica de la que hablaba Alexander en Sacrificio (A. Tarkovski, 1986) cuando le explicaba a su hijo lo que suponía que regara todos los días y metódicamente el pequeño arbolito. Pero la redención de Tell también tiene que ver con una cierta idea de paternidad sobrevenida, dirigida hacia el personaje de Cirk. Y con el perdón. E incluso con la gracia, expresión máxima de la gratuidad. El guion va mejorando a lo largo del film, ofreciendo giros cada vez más profundos para llegar a una resolución redonda. Desde un punto de partida de muerte y aridez, en las tramas va apareciendo el amor verdadero, camino de redención.
Así pues estamos ante una película que armoniza el drama con el thriller, el cine de género con el cine existencial, el cine de luz con el cine de oscuridad. No hay personajes buenos, sino complejos. No hay soluciones totales, sino parciales. Hay moralidad, pero no moralina. Puro Schrader. Puro Scorsese.
La puesta en escena es sobria, estólida, con una fotografía de Alexander Dynan -que ya trabajó con Schrader en El reverendo- oscura, dura, coherente con el estilo calvinista del director. Probablemente estamos ante una de las películas más sólidas del cineasta de Michigan. Su guion obtuvo el premio Miguel Delibes en el Festival de Valladolid y la cinta estuvo nominada al premio a la Mejor Película en el Festival de Venecia.
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