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07 de mayo de 2024

Belén Esteban, en el nuevo producto de Netflix

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Netflix

‘¡Sálvese quien pueda!': El Puma acaba con el sueño de Belén Esteban

Sálvame es un producto tan español como el gazpacho y su exportación resulta por ello imposible

A Belén Esteban una muchacha escultural la reconoce en Miami Beach y le pide una foto y la receta de su gazpacho. Lo primero se lo concede. Lo segundo, lógicamente, no, pues ella es una mujer de las que factura con su marca «Sabores de la Esteban». Viene a cuento esta introducción porque Sálvame es un producto tan español como el gazpacho y tiene por ello una exportación imposible. El Puma, aquel cantante de pelo leonino que en los años 80 levantó pasiones en nuestros pabellones municipales, se lo acaba diciendo en la cara al elenco del difunto programa de Telecinco que participa en este nuevo producto de Netflix.
La excusa de buscarse la vida en la emigración tras haber sido expulsados del que fue su paraíso, Mediaset, es el punto de partida de este presunto reality de la Fábrica de la Tele. Ocho ilustres reyes de los decibelios en aquel plató en el que ponía orden –y desorden– Jorge Javier cruzan el charco hasta Miami y se convierten en poco menos que unos becarios en busca de productor y formato. No se cree nadie este punto de partida, ni siquiera los propios protagonistas. Especialmente delirante es un momento en el que un tipo vestido con un traje amarillo, un presunto productor de éxito, se enseña con la falta de credibilidad ganada a pulso por Lydia Lozano hasta hacerla llorar. Sí, para continuar con la tradición que creó en los más de diez años de Sálvame, Lydia llora. O más bien se fuerza a llorar.

Esteban es la patrona

Aún coja por su la rotura de tibia y peroné que sufrió en vivo y en directo en pleno circo de Sálvame, Belén Esteban es sin embargo la más activa. Y la que deja los momentos más memorables en forma de frases made in ella misma. Como cuando Patiño le dice que el agua del mar está caliente y ella contesta que «bueno, depende, es que como ha subido el cambio climático». Qué decir de este juicio paisajístico: «Pues a a mí Miami me recuerda a Paracuellos». ¿Y de esta contestación a Matamoros?: «A ti te gusta Beethoven y a mí mo ne gusta Beethoven. No te jode. Viva el reguetón». Cuando una fan –la del gazpacho– elogia su tipo en Miami Beach, ella asume la realidad de su cuerpo serrano: «Tengo una barriga más grande que mi cabeza». En definitiva, tenemos a La princesa del pueblo en todo su esplendor físico e intelectual. Aunque ahora quiere que la conozcan de otra manera: «Yo quiero ser 'La princesa del pueblo' siempre. Pero de ahora en adelante quiero que me digan ‘La patrona’». Es, en efecto, la patrona de ¡Sálvese quien pueda!
A los adeptos les sabra a muy poco –se han estrenado tres capítulos de unos 45 minutos y restan otros tantos que llegarán en enero–, pero esto no es un programa de sobremesa, y ni siquiera podemos considerarlo un reality, sino más bien un documental muy guionizado pero cuyos mejores momentos, o al menos los momentos más Sálvame, son curiosamente los menos trabajados desde el punto de vista de la producción, y nos referimos en concreto a las conversaciones que mantienen los colaboradores –en Miami se les llama panelistas– en el minibús que los transporta de un sitio a otro. Convierten el vehículo en un plató, en un ring televisivo, y ahí, al sentirse en su medio, vuelan las cuchilladas verbales como en los viejos tiempos.
Acaban en un barco de lujo, donde les aguarda El Puma, José Luis Rodríguez en su pasaporte. Le plantean si el formato Sálvame podría triunfar en Miami, o sea, si Belén Esteban podría acabar siendo La princesa de Miami Beach . Y les echa un jarro de agua fría: «Aquí el chisme es muy delicado. Hay muchas demandas. Este es el país de las demandas. Cuando dices algo tienes que sostenerlo». La cara de El Puma es un poema cuando después los ve en el estado natural antes citado, es decir, discutiendo a gritos: «No entiendo lo que están hablando. Estoy como en un partido de ping-pong entre dos chinos». Y acaba concluyendo algo que en España ya sabemos desde hace más de una década: «Este programa es indescriptible».

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