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03 de mayo de 2024

Un momento del capítulo "El cartel"

Un momento del capítulo «El cartel»Disney +

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'Bluey' dibuja una oda a la familia en su capítulo más largo y emotivo

El episodio más esperado de la serie australiana está a la altura de la exceptación generada

Digámoslo ya: el episodio más esperado y largo (28 minutos) de Bluey está a la altura de la expectación generada. «Ojalá haya lágrimas y risas entre los espectadores. Hizo llorar a la mayoría de nuestro equipo», declaró el creador de la serie australiana, Joe Brumm, antes del estreno de El cartel. Efectivamente, lloras. De alegría, claro. Y no de pena por el final de las aventuras de Bluey Heeler, familia y amigos, desenlace funesto con el que habían especulado algunos cenizos.
Por el trailer sabíamos que habría boda entre Frisky y el Tío Rad. Y, tal y como habíamos sospechado, El cartel está directamente enlazado con El cesto fantasma, el episodio estrenado el pasado 7 de abril que finaliza con un cartel de «En venta» («For Sale») delante de la casa de Bluey. Efectivamente –y aquí comienzan algunos destripes–, el extenso capítulo nos presenta a la familia Heeler con su vivienda a la venta por motivos laborales del padre. Se trata de mejorar de vida, pero para hacerlo hay que dejar Queensland, cuyo nombre, por cierto, se dice en El cartel por primera vez en las tres temporadas y 152 episodios que van de serie. «Yo no quiero una vida mejor», dice a sus siete años Bluey, que es la única que en principio parece contraria al cambio. Porque lo que quiere es su vida, tal y como es: los días azules y el sol de la infancia, que escribió Antonio Machado en el que fue –en su caso sí– el episodio final.
El capítulo cruza dos tramas (la venta de la casa y la boda) que en principio parecen separadas pero en realidad son vasos comunicantes. El cartel avanza como las novelas de Paul Auster, con la música del azar a todo trapo, con las casualidades como motor de combustión, y es por ello que la mala suerte puede ser finalmente buena suerte, y viceversa, como en el cuento que aprende Bluey y con el que intenta consolar a su hermana. Dicho de otra manera, todos estamos sometidos al vaivén de un efecto mariposa –y de ahí que aparezca una mariposa en la trama, participando del efecto en cuestión–.
Frente a la aventura y la promesa de un futuro mejor, está la estabilidad de una familia que ya tiene su lugar en el mundo, que es en Queensland en una casa sin piscina. Ese es el dilema de la familia de Bluey, cuyas raíces son más fuertes que un cartel clavado con dos palos, por muy fuerte que se haya hundido en la tierra.
Todo ello nos conduce a un emotivo final que, al son de una hermosa canción (Lazarus Drag, de Meg Washington), nos lleva allí donde quería transportarnos Joe Brumm: a la lágrima. El cartel es como La casa de Paco Roca pero en modo Bluey. Es una oda a la familia, la amistad, el amor y la pertenencia. Es, en definitiva, un episodio a la altura del mejor de la serie, que es por consenso mundial A dormir.
Permitido llorar, sí, pero de alegría. Niños y mayores del mundo: tranquilos, que hay Bluey para rato. Así lo confirmó el productor ejecutivo de la serie, Daley Pearson, antes del estreno de El cartel. «No tenemos planes de terminar el espectáculo». Es más, lo que tienen es «grandes planes» para el cachorro blue heeler. ¿Qué planes? Pues quizá una película. La respuesta positiva del público infantil a un episodio que practicamente multiplica por cuatro la duración habitual de los capítulos de siempre reforzará sin duda el proyecto de largometraje. Así que larga vida a Bluey.
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