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Benny Hill, en una imagen de 1982

Benny Hill, en una imagen de 1982GTRES

El triste final de Benny Hill, el cómico olvidado que hoy sería cancelado

Su show, que estuvo 20 años en antena y que llegó a tener más de 20 millones de espectadores por episodio, fue cancelado ante las críticas de misógino y anticuado

Pocos programas de humor han aguantado más tiempo en televisión como El show de Benny Hill, aquel hilarante espacio con el que un inglés con sobrepeso al que le encantaba disfrazarse, dar collejas a un anciano y perseguir a policías con minifalda, logró revolucionar la historia de la pequeña pantalla. Hoy, sin duda, sería cancelado. Tal vez por eso es uno de esos cómicos geniales que han caído en el olvido.

Nacido en Southampton en 1924 bajo el nombre de Alfred Hawthorn Hill, fue un niño silencioso y solitario que leía compulsivamente para suplir su temprano abandono de los estudios, que aprendió seis idiomas y que emborronaba historias y chistes a todas horas. Animado por su padre a la actuación, durante la adolescencia empezó a trabajar en el music hall donde exploró una evidentísima vis cómica que poco tenía que ver con la fina ironía británica. Pero era fresco.

Después de servir en la Segunda Guerra Mundial, pasó un tiempo por el teatro, pero su miedo escénico le impedía proyectar la voz y pronto lo dejó. Su gran oportunidad le llegó en 1952 de la mano de la BBC para la que creó el programa de sketches Hi! There logrando un sonadísimo éxito. En los 60 picoteó un poco en el cine con Aquellos chalados en sus locos cacharros (1965) y Chitti Chitti Bang Bang (1968), pero su elemento, sin duda, fue la televisión. Porque fue allí donde pudo perfilar y configurar el humor que definiría toda su carrera.

En 1969 empezó a escribir, dirigir y protagonizar El show de Benny Hill –nombre que tomó del actor de vodevil Jack Benny–. Durante veinte años Thames Television lo mantuvo en prime time cosechando risas, fama, éxito, mucho dinero y unas cuotas de pantalla hoy impensables (llegó a tener más de 20 millones de espectadores por capítulo). Su humor se basaba en el arquetipo con el bueno, el malo, el ladrón, el tonto, el policía, el pensador, el artista… Y la guapa. Pero también se basaba en la astracanada sin una línea argumental definida, con muchos chistes mudos narrados a modo de pequeñas historias y otros gags hilarantes que protagonizaba casi siempre disfrazado. Policía, boy scout, golfista, mendigo, barbero, vaquero, superhéroe, camarero, preso, granjero, rey, atleta, cortesano francés, domador de circo, Robin Hood, mayordomo o cantante disco fueron solo algunos de sus personajes recurrentes. Y, por supuesto, le encantaba disfrazarse de mujer, de cocinera, de bailarina, de cajera de supermercado, de maestra, de estatua griega o de dulce damisela…

Siempre se dijo que su madre, con quien vivió toda su vida (intentó casarse tres veces y las tres veces fue rechazado), inspiró buena parte de sus chistes que, en muchas ocasiones, volvían sobre las mismas ideas o los mismos actores entre los que destacaron los geniales y comiquísimos Patricia Hayes, Jeremy Hawk, Henry McGee, Bob Todd, Ronnie Brody o Jackie Wright, el conocido como «el calvo del show».

Benny Hill creó un estilo lleno de muecas, de miradas a cámara, de silencios prolongados, de sonrisas sardónicas, de risas enlatadas, de persecuciones –que tomó de Chaplin y Keaton– y de efectos de sonido –que tomó de Tati– que son más que una seña de identidad. Que son puro Benny Hill.

Sin embargo, en los albores de los 90 la cadena canceló repentinamente su programa acusándolo de anticuado y de no saber adecuarse al nuevo curso de los tiempos, cuando lo cierto es que no quería seguir enfrentando las críticas que le tachaban de soez, misógino y obsceno además de insultante para con los británicos. Sin embargo, al tiempo que se dejaba de emitir en Reino Unido, llegaba a Telecinco en España, donde logró gran popularidad.

En 1990, un Benny Hill de 66 años se retiraba de la actuación abatido, desmejorado, pantagruélico y con una enfermedad severa de corazón que además se agravó en cuanto dejó de trabajar, pero que nunca quiso tratarse adecuadamente. Austero y solitario hasta el final, apenas si gastaba dinero en ropa ni en taxis, no iba a fiestas ni concedía entrevistas y jamás se compró una casa propia. Murió viendo la televisión el 20 de abril de 1992 y permaneció en esa postura cinco días hasta que su publicista, alertado por no dar con él, se coló por la ventana de su casa y halló su cadáver.

Su fortuna, que ascendía a más de 10 millones de libras, se repartió entre una decena de sobrinos a los que casi no veía, aunque nunca se supo qué fue de la famosa colección de joyas de oro que todo el mundo sabía que tenía. Dijeron que se hizo enterrar con ellas y que por eso saquearon su tumba semanas después de su muerte.

Su figura fue cayendo dramáticamente en el olvido. Desde la delegación estadounidense de la BBC, que en 2007 descartó las reposiciones de El show de Benny Hill por mostrar una Inglaterra «anticuada y retrógrada», a las críticas más severas que le tildan todavía de perverso con la figura femenina. Pero, por otro lado, dejó un legado de cientos de miles de fans, entre los que destacarán siempre Michael Jackson y Charles Chaplin, al que visitó varias veces en su casa de Suiza y que diría: «Hacía falta alguien como él para resucitar el slapstick». Además, hoy es incuestionable que hay ecos de su estilo en la irreverencia de los Monty Phyton y en el humor físico de Mr. Bean.

Con todo, más de treinta años después de su muerte, la televisión actual ni repone ni redime a un cómico que dejó un show que, durante sus 19 temporadas, 59 episodios y 3.500 horas de chistes y gags, estuvo en lo más alto. Benny Hill sigue siendo único en la historia del entretenimiento, mientras sus todavía fieles seguidores siguen esperando que llegue el reconocimiento que merece.