El actor que encarnó al Papa Francisco porque se parecía a él y acabó nominado al Oscar

El día de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI, el 13 de marzo de 2013, circuló por internet el singular parecido del Papa Francisco con un conocido actor: Jonathan Pryce. «Hasta mi hijo me envió un mensaje: ‘papá, ¿eres el Papa?’, confesó el intérprete británico de películas como Brazil, El mañana nunca muere (la cinta de James Bond en la que terminó interpretando el papel pensado inicialmente para Anthony Hopkins, su compañero de reparto en Los dos Papas) y series de televisión como The Crown o Slow Horses.

Ese parecido entre el Papa Francisco, fallecido este lunes a los 80 años, y Jonathan Pryce fue decisivo para que el actor protagonizase Los dos Papas, la interesante película de 2019 que dibujó libremente los encuentros entre Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio antes de que el argentino fuese elegido como su sucesor.

El director de Los dos Papas, el brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel), buscaba fotos del Papa Francisco en internet para preparar la película cuando se topó con numerosas imágenes de Jonathan Pryce. Admirado por el parecido entre ambos y por la personalidad que mostraba en las entrevistas que consultó, el cineasta tuvo claro quién sería uno de sus dos Papas. El otro, Benedicto XVI, sería Anthony Hopkins. Meirelles acertó de pleno con su elección. Los dos intérpretes bordarían sus actuaciones y serían merecidamente nominados al Oscar (Jonathan Pryce como mejor actor y Anthony Hopkins como mejor actor de reparto) por Los dos Papas, que también optó al Oscar al mejor guion adaptado.

Quien no lo tenía claro, en cambio, era el propio Jonathan Pryce, que de primeras tenía pensado rechazar el papel. No le atraía la idea de interpretar a una persona real pero felizmente cambió de opinión cuando leyó el guion. En el primer encuentro de su personaje con el de Anthony Hopkins en la película (Benedicto XVI aparece dibujado en el filme con trazo menos amable, menos justo, que el cardenal Bergoglio), los dos protagonistas dialogan sobre otro cambio.

Mientras dan un paseo por el jardín bajo el agradable canto de los pájaros –que, a medida que el encuentro se torna en desencuentro de ideas, se torna en estridente ruido de chicharras–.

«La vida es todo cambio. Nada es estático en la naturaleza ni el universo. Ni siquiera Dios», sostiene Bergoglio.

«Dios no cambia», replica Benedicto XVI. «Sí, cambia. Camina hacia nosotros», insiste el primero. «'Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida'. ¿Dónde lo encontramos si no para de moverse?», observa el segundo. «¿En el camino?», se pregunta a modo de respuesta Jonathan Pryce.

«Habla su ego. Cree que sabe más que nadie», señala Anthony Hopkins. En ese momento, el personaje del cardenal Bergoglio descoloca a su interlocutor: «Soy argentino. ¿Cómo se suicida un argentino? Se sube a su ego y salta». El Benedicto XVI de la ficción, descolocado, simula una risa. Después, el desencuentro volverá a convertirse en encuentro.