James Stewart protagonizó Winchester 73
Historias de película
El gran director de wésterns enamorado de España que se vio eclipsado por John Ford
Dominó como pocos el lenguaje cinematográfico, dirigió a James Stewart en siete ocasiones y se casó con Sara Montiel
Tuvo la «mala suerte» de ser coetáneo de John Ford y Howard Hawks, dos de los directores de wésterns -y no wésterns- más importantes de la historia. Y por eso, muchas veces, Anthony Mann ha sido injustamente olvidado. Pero lo cierto es que pocos directores como él han sabido reflejar la grandeza, la crudeza y la belleza del Oeste.
Allí nació, en la soleada California, en 1906. Hijo de un católico austríaco y una judía de ascendencia bávara, durante once años vivió separado de sus padres en una comunidad espiritual teosófica hasta que, siendo adolescente, su madre le saca de ahí para instalarse en Nueva York. Allí se quedaría, destacando modestamente en el off-Broadway haciendo las veces de actor y director de escena, hasta que, en 1938 David O. Selznick, el todopoderoso productor de Hollywood, observa con interés su talento y le ficha como director de segunda unidad de, nada menos, Lo que el viento se llevó.
Mann debutó en la dirección en el año 42 y durante el resto de la década se dedicó al género de moda del momento: el noir. En seis años rodó trece de estas películas donde destacó, sobre todo, un interés depurado por el diseño de producción y la fotografía. Su primer éxito, Desesperado (1947), El último disparo (1947), Justa venganza (1948), Incidente en la frontera (1949) o Calle lateral (1950), son sólo algunas de ellas. No había duda entonces que Anthony Mann era uno de los mejores directores de noir de serie B de la época.
Pero en la década siguiente fue en la que se entregó al género de los géneros. En diez años haría once wésterns, cinco de ellos con su gran actor fetiche, James Stewart. Y la colaboración de ambos fue una de las más fructíferas y grandiosas del cine del Oeste, sobre todo porque ambos consiguieron relanzar sus respectivas carreras porque en 1950 Mann quería abandonar el noir y la serie B y Stewart necesitaba un éxito tras encadenar varios fracasos de taquilla.
Anthony Mann se casó con Sara Montiel
La aportación del director al género nació de su interés casi obsesivo por rodar en espacios naturales. Para él las llanuras, los paisajes rocosos, la aspereza del desierto y la soledad del jinete eran, el reflejo del periplo físico del personaje, pero también de su periplo emocional. En las cinco cintas que rodó con Stewart llevó esta idea casi hasta el paroxismo. Con Winchester 73 (1950) realizó el original seguimiento de un rifle a lo largo del Oeste en una película enormemente plástica y expresiva. En Horizontes lejanos (1952), el que es para muchos el mejor wéstern de ambos, Stewart realiza una suerte de viaje de redención desde su oscuro y mortífero pasado.
La psicológica y extraña Colorado Jim (1953) no cuenta conquistas de tierras, ni ataques de fuertes, ni caravanas, ni minas de oro, ni ríos que remontar… Sino que se trata de un relato profundamente psicológico sobre varios personajes forzados a estar juntos. En Tierras lejanas (1954), Mann se centra en uno de los grandes temas del wéstern, el ganado, pero de una manera exuberante y casi barroca para reflexionar sobre la extorsión, la venganza y el deseo de justicia. Y en El hombre de Laramie (1955), unos ecos shakespirianos trágicos sobre la violencia contrastan con la belleza del CinemaScope, las extensas llanuras y la violencia cáustica.
Tras ellas, haría aún las extraordinarias El hombre del Oeste (1958) y Cimarrón (1960), con unos inconmensurables Gary Cooper y Glenn Ford, respectivamente, que le permitieron despedirse del género. En la primera, haciendo un retrato interior sobre el poder de la violencia y, en la segunda, la odisea física por la que pasan los pioneros en su colonización de la tierra.
Destacó Mann en otros géneros y en todos brilló con un talento desbordante. Con James Stewart haría tres dramas muy distintos: Bahía negra (1953), Acorazados del aire (1955) y el biopic sobre Glenn Miller, Música y lágrimas (1953). Haría dos cintas bélicas sorprendentes como son La colina de los diablos de acero (1957), con Robert Ryan, ambientada en la Guerra de Corea, y Los héroes de Telemark (1965), con Kirk Douglas y Richard Harris, en la Segunda Guerra Mundial.
De gran reputación dentro de la industria, trabajó con Henry Fonda, Anthony Perkins, Joan Fontaine, Arhtur Kennedy, June Allyson, Janet Leigh, Rock Hudson, Shelley Winters, Dan Duryea, Vincent Price, Mario Lanza, Barbara Stanwyck y… Sara Montiel. En 1956 dirigió a la actriz y cantante española en Dos pasiones y un amor tras la que se enamoraron y casaron en 1957, poco después de tener él un gravísimo ataque al corazón.
En 1959 se pone al frente de Espartaco, pero Kirk Douglas le echa a poco de empezar el rodaje por diferencias creativas insalvables. Así fue cómo, en 1960, y animado por Sara Montiel, un Anthony Mann agotado de un ritmo de trabajo frenético y con problemas para adaptarse a los cambios de la industria, acepta dos proyectos producidos por Samuel Bronston y rodados en España: El Cid (1961) y La caída del Imperio Romano (1964). Feliz de trabajar y vivir en nuestro país, no logró sin embargo salvar su matrimonio y en 1963, Mann y Montiel se separan. Pero la actriz habló toda la vida con un profundo respeto y cariño del hombre al que siempre llamó su marido.
Anthony Mann moriría de un infarto en Berlín en 1967 durante el rodaje de Sentencia para un Dandy y mientras preparaba una adaptación de El Rey Lear en el Oeste donde, seguro, habría vuelto a explorar la complejidad humana en contraste con las grandes llanuras. Y es que su verdadera aportación al cine fue la de reivindicar su grandeza, la de plegarse a la belleza de la imagen. La belleza a veces asusta, a veces sobria, del Oeste.