El hijo de la novia es, al tiempo, un conmovedor drama con una admirable capacidad para hacernos reír –impagable la escena con Eduardo Blanco confesando algo a Ricardo Darín con los dos ejerciendo de extras en un rodaje– y una comedia con un don especial para hacernos llorar. Juan José Campanella combinó sabiamente humor, amor y emoción, la receta que tan bien aplicaba Antonio Mercero, para dirigir una película inolvidable y, entre risas, provocarnos un nudo en la garganta. Uno distinto al que ahoga a Rafael Belvedere, el personaje que borda Ricardo Darín, falto de tiempo y sobrado de problemas entre su divorcio, lo poco que ve a su hija, el estrés propio del restaurante del que se hace cargo, las diferencias con su novia (Natalia Verbeke) y la enfermedad de su madre, que padece alzhéimer y a la que visita con menos frecuencia de lo deseable en la residencia. El hijo de la novia fue nominada al Oscar a la mejor película en habla no inglesa (ahora, mejor película internacional) el mismo año que Amélie, pero la bosnia En tierra de nadie (No Man’s Land) dejó a las dos sin premio.