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24 de abril de 2024

Cada vez más autores señalan que la civilización occidental está en riesgo con el actual modelo de sociedad

Cada vez más autores señalan que la civilización occidental está en riesgo con el actual modelo de sociedadLu Tolstova

El derrumbe de occidente: adoctrinamiento escolar, censura de la libertad de expresión, imposición de la teoría de género...

El Debate publica el estudio de la Fundación Disenso firmado por Alicia Delibes, nieta de Miguel Delibes y exviceconsejera de Educación de la Comunidad de Madrid, que aborda el desmoronamiento de la civilización occidental

El «discurso secreto» de Kruschev en febrero de 1956 en el que reconocía los crímenes de Stalin y la posterior invasión de Hungría por los tanques soviéticos descolocó a la izquierda occidental, que hasta entonces se había declarado estalinista y prosoviética. Los intelectuales marxistas vieron la necesidad de adaptar el marxismo a los nuevos tiempos. De esa revisión de los principios de Marx nació la llamada Nueva Izquierda. La expresión Nueva Izquierda (New Left) se ha mantenido después para cualquier movimiento de izquierdas que se declare revisionista con el marxismo.
A los filósofos de la Nueva Izquierda dedicó el conservador inglés Roger Scruton su libro Pensadores de la Nueva Izquierda (Thinkers of the New Left), publicado en 1985, antes de la caída del Muro de Berlín. El historiador comunista británico Eric Hobsbawmn, los filósofos franceses Sartre y Foucault, el alemán Habermas y los filósofos de la Escuela de Frankfurt son algunos de los pensadores sobre los que Scruton expresa su opinión.
El desmoronamiento de la Unión Soviética y el manifiesto fracaso del comunismo dio alas a la derecha liberal; parecía que el comunismo iba a desaparecer para siempre. En Inglaterra hasta los laboristas se vistieron de liberales con Tony Blair. Por un momento pareció que la izquierda marxista iba a pedir excusas, pero no, aquello no fue más que una vana esperanza.
La exdirectiva política y autora de este artículo Alicia Delibes

La exdirectiva política y autora de este artículo Alicia Delibes

Y es que, paralelamente al éxito de las ideas liberales, la izquierda resurgió dispuesta a armarse ideológicamente contra la hegemonía del «neoliberalismo». El esquema marxista no encajaba bien en una sociedad que crecía económicamente y donde la lucha obrera no tenía ya mucho sentido. Entonces estalló la crisis financiera. Qué fácil resultó echar la culpa de la pobreza y del desempleo al libre comercio, a los bancos y, en general, al modelo capitalista. La izquierda se reivindicó como defensora de la igualdad, mientras que la derecha era acusada de ser cómplice del capital, de los banqueros y de la injusticia social
Los intelectuales de la Nueva Izquierda recuperaron cierta reputación, consiguieron convencer de que ellos nunca se habían comprometido con la propaganda comunista y renovaron sus ataques a la civilización occidental y a su sistema económico. La izquierda que reaparece después de la caída del Muro busca su ideología en la Nueva Izquierda de los setenta y ochenta del siglo pasado, sustituye a Marx por el fundador del partido comunista italiano, Antonio Gramsci, y se define como la oposición al neoliberalismo opresor y el adalid de un orden nuevo que corregirá las viejas injusticias infligidas contra todos los oprimidos. En las universidades vuelven a ponerse de moda los estudios sobre el marxismo, ahora bajo la mirada de los filósofos posmodernos, entre ellos, Althusser, Foucault, Derrida o Deleuze.

El pensamiento del 68 y la «máquina del sinsentido»

Cuando se habla del pensamiento del 68 siempre surge la duda de hasta qué punto el movimiento revolucionario de los estudiantes que ocuparon violentamente las calles de París en mayo de 1968 estuvo inspirado por la izquierda intelectual de los años sesenta. Lo que sí se puede asegurar es que casi todos los pensadores de los años sesenta y setenta que constituyeron la llamada Nueva Izquierda francesa aplaudieron con entusiasmo la revolución de los estudiantes. Raymond Aron fue el único intelectual que desde el primer momento se manifestó en contra de lo que estaba ocurriendo, y, sobre todo, en contra de la actitud de sus compañeros de profesión.
En julio de 1968, cuando aún no se habían reparado los desperfectos de los asaltos callejeros, Raymond Aron publicó La révolution introuvable, un libro que recogía las reflexiones del intelectual francés sobre los acontecimientos Antonio Gramsci de mayo. Aron pensaba que aquel levantamiento estudiantil no había llegado a ser una revolución salvo en el ámbito universitario. A partir de entonces, la jerarquía del saber quedó destruida y la Universidad dejó de ser una institución liberal.
El cuadro 'Mayo 1968', de Joan Miró

El cuadro 'Mayo 1968', de Joan Miró

El filósofo inglés Roger Scruton tuvo ocasión de visitar París en aquella primavera del 68. En sus entrevistas solía decir que el ver cómo aquellos jóvenes quemaban y destruían todo lo que encontraban a su paso despertó su conciencia conservadora. Aquellos muchachos violentos, consentidos y arrogantes querían destruir todas las instituciones que él deseaba conservar.
Scruton, en Los pensadores de la Nueva Izquierda (2015), habla de aquella revolución como de una «revolución de laboratorio» en la que se podía observar la «conciencia revolucionaria» sin más amenaza de violencia que la de las palabras y, en la que se puso de manifiesto la habilidad para convertir en dogma todos los mensajes de la izquierda.
Como Raymond Aron, Scruton considera que aquella revolución fue fundamentalmente intelectual y pedagógica: «El entusiasmo de izquierdas que inundó las instituciones de enseñanza en los sesenta fue una de las revoluciones intelectuales más eficaces de la historia reciente».
Los revolucionarios del 68 tomaron al filósofo marxista Louis Althusser como guía intelectual. Profesor en la Escuela Normal Superior de París, fue muy apreciado por sus discípulos. Según Scruton, fue un maestro en la práctica de una «neolengua» sinsentido, tan incomprensible como apreciada por sus seguidores. Con ella transmitió a sus alumnos una conciencia revolucionaria, la obligación moral de combatir contra la opresora clase dominante. Althusser, como Orwell, fue consciente de que el primer objetivo de toda revolución es el lenguaje.
Althusser tuvo un gran éxito como profesor. Según Scruton, el secreto de su éxito con los alumnos estaba en que estos, en su mayor parte, eran profesores jóvenes y radicales que enseñaban en la universidad y en los institutos politécnicos y que necesitaban ganarse sus acreditaciones académicas y al mismo tiempo reafirmarse como radicales. Con Althusser no solo adquirían una pedantería que disimulaba su mediocridad, sino que ganaban las credenciales de izquierdistas. Las incursiones de Althusser en el absurdo no eran consideradas por sus discípulos como faltas, sino como la demostración de su gran relevancia, de su profundidad de pensamiento.
Althusser tuvo problemas psiquiátricos durante toda su vida. En 1980, en un ataque de enajenación mental, asesinó a su mujer. Considerado por las autoridades médicas que le trataron como un enfermo mental, fue recluido en varios establecimientos psiquiátricos, donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1990 como consecuencia de una embolia cerebral irreversible.
Althusser fue apoyado por sus contemporáneos parisinos, que por entonces juntaban las piezas de lo que el filósofo inglés llama «la máquina del sinsentido», productora de frases indescifrables que esconden un significado político. El sinsentido va dirigido a descalificar al enemigo: la familia burguesa y patriarcal, las parejas tradicionales, las instituciones propias del sistema capitalista. Los creadores de la máquina toman sus piezas de teorías marxistas ya olvidadas, de la filosofía marxista de la generación anterior o del psicoanálisis de Freud.
El marco de esta máquina del sinsentido, según Scruton, fue creado por el «estrafalario psiquiatra» Jacques Lacan y completado, entre otros, por Jacques Derrida y su teoría de la deconstrucción, Félix Guattari, y el «impostor» Gilles Deleuze. Eran, según el filósofo y exministro de Educación Nacional francés, Luc Ferry, los pensadores del 68.

La filosofía posmoderna

El posmodernismo está ligado a los filósofos franceses Jean-François Lyotard (1924-1988), Michel Foucault (1926-1984), Gilles Deleuze (1925-1995) y Jacques Derrida (1930-2004). Es decir, a los intelectuales de la Nueva Izquierda que Roger Scruton cita como creadores de la máquina sinsentido.
Estos filósofos rechazan la objetividad y todo intento de acercamiento a la verdad de las cosas. Para ellos todo concepto de realidad objetiva resulta sospechoso y la honestidad sólo se puede encontrar entre la confusión y la niebla. En la década de 1980, cuando ya en Francia comenzaba el declinar del movimiento posmoderno, sus filósofos se pusieron de moda en las universidades norteamericanas. Con el nombre de French Theory, el posmodernismo fue adoptado por la izquierda norteamericana y utilizado para dar sentido a una nueva y radical oposición al liberalismo y al capitalismo. La ideología de la izquierda francesa de los setenta resultaba útil a la izquierda norteamericana a la hora de combatir el liberalismo (para la izquierda, «neoliberalismo») de los Republicanos de Reagan y el conservadurismo del Tea Party. El escepticismo científico, la subjetividad y el relativismo moral y cultural fueron sus principales características.

El escepticismo científico, la subjetividad y el relativismo moral y cultural fueron las principales características del posmodernismo

En 1992, el antropólogo británico Ernest Gellner (1925-1995) publicó Postmodernism, reason and religion (Posmodernismo, razón y religión), un libro en el que trataba de explicar qué era el posmodernismo, ese movimiento del que muchos hablaban sin que nadie fuera capaz de dar de él una definición comprensible. «Es fuerte y está de moda –escribía Gellner–. Por encima o más allá de esto, no está claro qué diablos es. De hecho, la claridad no está presente entre sus atributos más marcados. No sólo no la practica sino que en ocasiones llega a repudiarla».
La influencia del movimiento posmoderno se puedo encontrar en la antropología, en la literatura e incluso en la enseñanza de las matemáticas. Ernest Gellner consideraba el posmodernismo heredero del relativismo cultural.

El escándalo Sokal

Una de las características de los filósofos posmodernos fue la utilización de términos científicos en artículos que pretendían ser divulgativos pero que resultaban totalmente incomprensibles, tanto para el público no especializado al que iban dirigidos, como para los propios especialistas en la materia. En 1996, Social Text, una prestigiosa revista cultural americana, publicó un artículo titulado Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity (La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravitación cuántica). El autor del artículo, Alan Sokal, profesor de Física de la Universidad de Nueva York, defendía la tesis de que la gravedad es una construcción social y que, por tanto, solamente existe porque la sociedad se comporta como si existiera.
El artículo estaba lleno de sinsentidos que nadie denunció. El mismo día de su publicación, Sokal anunciaba en otra revista, Lingua Franca, que el artículo era una parodia cuyo objetivo había sido llamar la atención sobre los filósofos posmodernos que introducían en sus escritos de divulgación filosófica términos científicos de los que ni siquiera ellos comprendían el significado.
El año siguiente Sokal y un profesor de Física teórica de la Universidad de Lovaina, Jean Bricmont, escribieron conjuntamente el libro Impostures intellectuelles para denunciar el relativismo posmoderno que llevaba a extender la idea de que la objetividad, incluso en las disciplinas científicas, es una construcción social. El libro se publicó en Francia en 1997, en Estados Unidos un año más tarde con el título Fashionable Nonsense y en España en 1999 como Imposturas intelectuales.
Los autores explican en este libro las razones que habían llevado a Sokal a escribir aquel artículo trampa. Su intención había sido contribuir a la crítica del movimiento posmoderno fijándose, sobre todo, en el abuso y mal uso de conceptos y términos provenientes de las ciencias físico-matemáticas. Sokal y Bricmont alertaban de la nefasta influencia que podía tener el posmodernismo sobre la cultura y sobre la enseñanza. Los alumnos de las universidades, muchos de ellos futuros profesores, aprenderían a repetir y a elaborar discursos sin comprender nada, convirtiéndose en expertos en el arte de manipular una jerga erudita llena de sinsentidos.

La mutación del posmodernismo: el movimiento 'woke'

Veinte años después de la publicación de Imposturas intelectuales, dos profesores norteamericanos, James A. Lindsay, matemático, y Peter Boghossian, filósofo, repitieron la hazaña de Sokal, pero esta vez para caricaturizar la teoría de género que está invadiendo los estudios universitarios en todas las universidades occidentales. En la revista Cogent Social Sciences publicaron un absurdo artículo titulado The Conceptual Penis as a Social Construct (El pene conceptual como un constructo social) en el que sostenían que el pene no debía ser considerado como un órgano anatómico, sino como «una construcción social isomorfa a la masculinidad tóxica performativa». La revista se había tomado el artículo en serio.
Recientemente ha sido publicado en Estados Unidos con gran éxito de ventas el libro Cynical Theories (2020), escrito por James Lindsay y la periodista británica Helen Pluckrose. En él, los autores tratan de explicar los orígenes filosóficos y los principios que sustentan las teorías sobre la identidad, el género o la raza. Teorías que, en su opinión, amenazan con gangrenar las universidades, ya no solo las anglosajonas, y dañar seriamente las sociedades occidentales. Este libro, que fue bestseller en Norteamérica, ha sido publicado en Francia con el título Le triomphe des impostures intellectuelles.
James Lindsay y Helen Pluckrose exponen su teoría de que el hoy llamado wokismo tiene su origen en la teoría posmoderna desarrollada en los años setenta del siglo pasado, por los filósofos franceses Michel Foucault, padre del posmodernismo, Jacques Derrida, creador del término «deconstrucción», y Jean-François Lyotard, autor de La condición posmoderna (de nuevo aparece la cuadrilla de productores de la máquina del sinsentido a los que Scruton incluyó entre sus «locos, impostores y agitadores»).
Para los autores de El triunfo de las posturas intelectuales, el posmodernismo, que a principios de los años 1980 se había dado por desaparecido, tras la caída del Muro ha resurgido de sus cenizas, convirtiéndose en una segunda edición de la Nueva izquierda de los años setenta. Una especie de mutación del posmodernismo que llaman «posmodernismo aplicado o activista». El posmodernismo original era en sí mismo tan contradictorio e incomprensible que estaba condenado a autodestruirse, pero, en su mutación activista, se ha extendido con virulencia y de él han ido surgiendo nuevas cepas: los llamados grupos identitarios (feministas radicales, antirracistas, LGTBI, poscoloniales, defensores de la teoría queer…). Todos estos grupos se consideran víctimas del capitalismo y del neoliberalismo y reclaman su derecho a la diferencia. En su libro, los profesores Lindsay y Pluckrose explican que el objetivo de la que podría llamarse Novísima Izquierda es reestructurar la sociedad en base a un nuevo concepto de Justicia Social. Como escribió Roger Scruton, la expresión «justicia social» tiene el éxito asegurado pues «es un objetivo tan sagrado que purifica cualquier acción que se emprenda en su nombre». Estar en contra sería tanto como defender la injusticia.

Las nuevas cepas del posmodernismo son los grupos identitarios: feministas radicales, antirracistas, LGTBI, poscoloniales, defensores de lo 'queer'

La defensa de los derechos de la clase obrera ha dejado de ser una prioridad para la izquierda. La nueva lucha de clases se establece, como en el marxismo clásico, entre opresores y oprimidos. Pero los oprimidos ya no son los obreros sino grupos minoritarios cuyos derechos, según los apóstoles de la Justicia Social, han sido descuidados por los gobiernos conservadores y neoliberales: gays, lesbianas, transexuales, feministas, negros… y cuantos más se les vaya ocurriendo a los teóricos de esta nueva izquierda. En cuanto a los opresores, serán todos aquellos que se opongan a alguno de estos grupos identitarios o, simplemente, que no compartan sus reivindicaciones.

La importancia política del lenguaje

Scruton, en su libro ya citado, hace una referencia al revuelo levantado por el libro Imposturas intelectuales de Alan Sokal y Jean Bricmont. El filósofo inglés ironizaba acerca del esfuerzo de los autores por comprender el significado intelectual del lenguaje pseudocientífico empleado por los intelectuales posmodernos. Un esfuerzo inútil, pues la neolengua inventada por la Nueva Izquierda no tiene como objetivo el ser comprensible. No pretende tener un contenido intelectual, sino político. «Lo que les critico –escribe Scruton– es que pasan por alto el significado político de la literatura posmoderna».
Scruton utilizó la expresión «máquina del sinsentido» para designar la productora de la neolengua inventada por los intelectuales de la Nueva Izquierda de los años sesenta y setenta, que, como en el caso de la neolengua de Orwell, pretende transformar la forma de pensar de la sociedad, ganar la batalla cultural o, como explicó en una ocasión el líder de Podemos Pablo Iglesias, crear un nuevo «sentido común» socialista. El filólogo alemán Victor Klemperer, en su libro La lengua del Tercer Reich, publicado en 1947, explicaba cómo el lenguaje, debidamente manipulado por el poder nazi, pudo transformar el modo de pensar del pueblo alemán: «El nazismo se introducía más bien en la sangre y en la carne de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. (…) Las palabras pueden actuar como dosis ínfima de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cambio de un tiempo se produce el efecto tóxico».

Los estudios de justicia social

En la década de 1990 y hasta 2010, los teóricos del posmodernismo activista se dedicaron a desarrollar la nueva ideología. Crearon nuevas disciplinas académicas englobadas en los llamados «Estudios de Justicia Social» que reúnen estudios diversos: Estudios poscoloniales, Estudios de género, Teoría crítica de la raza, Teoría queer…
Los Estudios de Justicia Social han llegado también a las universidades españolas. Desde 2016, la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) ofrece un Master de formación de maestros y profesores llamado «Master Universitario en Educación para la Justicia Social», con el objetivo fundamental de «formar docentes intelectuales y críticos para la Justicia Social». La propia universidad anuncia así los objetivos de este master: «El Máster Universitario en Educación para la Justicia Social ha sido diseñado con el objetivo principal de capacitar a los estudiantes de forma que les permita iniciar una carrera investigadora y/o mejorar su especialización profesional dentro del ámbito de una educación comprometida con la sociedad que favorezca una reflexión crítica sobre los problemas de exclusión e injusticia social, posibilite la valoración del papel que tiene la educación como transformadora de la sociedad, y aporte recursos para lograr una educación en y desde la Justicia Social. La Educación para la Justicia Social busca aplicar los planteamientos anteriores a la educación y a la escuela en un doble sentido. Por una parte, fomentando una escuela «desde» la justicia social, con conceptos tales como escuela inclusiva, multicultural o democrática, pero también eficaz, equitativa, innovadora o crítica; y, por otra, impulsando una educación «en» justicia social, donde se aborden temas de justicia e injusticia y que lleve a hacer de los estudiantes agentes de cambio».
A pesar de utilizar un lenguaje propio del posmodernismo, o sea, incomprensible, el objetivo de este máster queda muy claro: convertir a los maestros y profesores en «agentes de cambio» para la «transformación de la sociedad». Esa transformación se ha de llevar a cabo a través de una escuela inclusiva, multicultural, democrática, equitativa, innovadora, crítica, eficaz1, adjetivos tan grandilocuentes como inconcretos y de confuso significado.
Si el arte, la ciencia, la moral, el género, la verdad… son constructos sociales, si la civilización occidental es culpable de todos los males del mundo, ¿qué es lo que se va a enseñar en las escuelas? La institución escolar creada para transmitir los saberes y valores de nuestra civilización está a punto de morir. Cuando esta revolución triunfe, las aulas se habrán convertido en talleres de reeducación y los maestros en ingenieros sociales.
Decía Bernanos hace casi setenta años que una civilización no se derrumba como un edificio, sino que se vacía poco a poco y al final no queda nada. El wokismo no es una broma, es una auténtica revolución cuyo objetivo es destruir todo lo que Occidente ha construido. O nos tomamos este asunto en serio o veremos derrumbarse la civilización occidental como las Torres Gemelas de Nueva York. Y esta vez, no habrá ninguna necesidad de aviones ni de pilotos terroristas suicidas.

El 'wokismo' no es una broma, es una auténtica revolución cuyo objetivo es destruir todo lo que Occidente ha construido

¿Cómo luchar contra la impostura?

Los autores de El triunfo de las imposturas intelectuales se hacen esta pregunta al final de su libro. Lindsey y Pluckrose aconsejan no llevar un combate político sino intelectual: «deconstruir» esa ideología perversa que busca la destrucción de la convivencia social. Pero si hacemos caso a Scruton, los impostores han creado un lenguaje incomprensible que protege su doctrina de la refutabilidad. Han creado una neolengua inmune a la deconstrucción.
Ahora bien, dado que el instrumento que la izquierda utiliza para tratar de imponer su hegemonía moral y cultural en la sociedad es el lenguaje, la derecha debería resistirse a utilizarlo, cosa que raramente hace porque, como Sokal, no es del todo consciente del significado político de la neolengua.
No tenemos más que ver lo que ha ocurrido con la educación en los últimos treinta años en España. Todas las leyes de Educación, desde la LOPEG de 1985, han sido y son socialistas. Solo las enseñanzas de la LOMCE fueron parcialmente aplicadas. En 1990, con la LOGSE, los socialistas crearon una neolengua que ha sido enriquecida a lo largo de los años. En el diccionario de esa neolengua la derecha tiene prohibido añadir o quitar término alguno. El último currículo aprobado por el Ministerio de Educación ya no deja lugar a dudas: la neolengua pedagógica ha derrotado a la Ilustración. Ya los saberes no interesan, solo cuenta la capacidad revolucionaria de la educación.
Como dijo Orwell, en la medida en que el pensamiento depende del lenguaje, este condiciona el pensamiento. Quien tiene el control sobre el lenguaje puede manipular a su antojo el pensamiento de los ciudadanos. Por eso Scruton tenía muy claro que para luchar contra la hegemonía cultural de la izquierda había que resistirse a compartir su lenguaje. «El resultado final de las guerras culturales ha sido la imposición de la corrección política, encargada de vigilar y controlar los vestigios que el pensar racista, sexista, imperialista o colonialista, han dejado en el panorama del arte, la historia o la literatura».
Lo que más sorprende del llamado wokismo es la pasividad de la población, que acepta como simples cambios de moda asuntos tan graves como el adoctrinamiento escolar, la eliminación de la enseñanza, la censura de libertad de expresión, la imposición de la teoría de género o la desigualdad ante la ley del hombre y la mujer. La neolengua de izquierdas es un arma poderosa porque permite adueñarse de nuestra capacidad de raciocinio. Luchar contra la corrección política es tarea de cada uno; realizarla exige un esfuerzo individual de resistencia.
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