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27 de abril de 2024

'La muerte de Sócrates' (1787) de Jacques-Louis David

La muerte de Sócrates (1787) de Jacques-Louis David

¿Por qué Sócrates y su pensamiento son enemigos del «hombre moderno»?

En estos tiempos de revisionismo, del auge de lo woke, Sócrates sería un proscrito, un filósofo cancelado en su búsqueda del pensamiento crítico

Dicen que Sócrates fue el autor de la famosa frase: «Solo sé que no sé nada», pero el asunto solo es una transformación de los tiempos. Este dicho es una reducción de varias frases del filósofo referidas en la Apología de Sócrates de Platón, el discípulo por el que se conocen las enseñanzas del maestro. Lo qué sí es cierto y lo que trasciende con propiedad de la frase es el reconocimiento de la propia ignorancia como base fundamental del método socrático.
¿Está el hombre actual preparado para reconocer tal cosa? El quid está más bien en la actitud que es casi toda la filosofía del maestro de Atenas. En una actualidad copada en buena medida por políticos incapaces y renuentes no solo a reconocer su ignorancia sino a exhibirla. ¿Está preparada la sociedad para afirmarse en los límites de su conocimiento? En estos tiempos de revisionismo, del auge de lo woke, Sócrates sería un proscrito, un filósofo cancelado en su búsqueda del pensamiento crítico, sobre todo, y de la intelectualidad y la moralidad libres.
«Conócete a ti mismo», quizá el pilar fundamental de la enseñanza de Sócrates, parece la máxima contraria al globalismo presente, donde nadie se «conoce» excepto a través de los demás. Lo emocional como parte consustancial de su mensaje, que no lo emotivo. Sócrates solía poner en evidencia a sus pupilos para forzarlos a pensar, lo que hoy sería considerado un abuso (y entonces también se consideraba así). Sin embargo, es una plena enseñanza de la vida en desuso, apartada. ¿Porque supone una formación integral más allá de las cuatro paredes del aula y de los nuevos y viejos intereses?

La ignorancia infinita

El aforismo Ubi dubium ibi libertas (donde hay duda, hay libertad) es uno de los baluartes del pensamiento de Sócrates. Es la lucha contra las certezas que precisamente se tratan de imponer hoy, ideológica y políticamente. Detentan el poder quienes siempre tienen razón, precisamente lo opuesto de lo que propugnaba el filósofo, enemigo de la ingeniería social predominante, a la que oponía la mayéutica (conocer por medio de hacerse preguntas), también enemiga del relativismo que campa a sus anchas allí donde se mire, donde no se busca la verdad, sino esconderla para que nadie tenga asideros, ni siquiera posibles.
La desconfianza en la soberanía de las mayorías, (terminó su vida condenado, por seis «democráticos» votos en contra, a beber cicuta por defender la justicia y la libertad), en clara relación con el cultivo del alma, le separa del presente si no es como oposición. Resulta cada vez más difícil decirle al común de los ciudadanos (y que lo entienda) que su ignorancia es infinita (como difícil le resultó a él en su época), del mismo modo que cada vez resulta más difícil celebrar la modestia, incluida la intelectual, que ostentaba (si vamos a suponer que alguna vez ostentó algo Sócrates) el pensador carente de cinismo y de rencor, el hombre también carente de atractivo físico que también enseñó que la belleza, frente a una sociedad llena de dentaduras tan blancas que parecen fluorescentes (la luz artificial frente a la luz verdadera que proporcionaba el filósofo), estaba en el interior.
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