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09 de mayo de 2024

Jorge Juan y Santacilia fue un eminente marino, ingeniero naval y científico alicantino

Jorge Juan y Santacilia fue un eminente marino, ingeniero naval y científico alicantino

El Debate de las Ideas

Jorge Juan, marino ilustrado

La vida del marino no iba a estar marcada por el derrotismo de Utrecht, sino, en palabras del historiador británico Christopher Storrs, por el resurgir español

Si nos atenemos a la clásica definición de Kant sobre la Ilustración, sapere aude o «atrévete a saber», nadie habría más movido por el atrevimiento y la curiosidad que un marino. Demostración de ello es el plus ultra, el «más allá» que los Reyes Católicos incluyeron en su escudo tras la empresa de Cristóbal Colón. Esa intrínseca vocación ilustrada del navegante se desarrolla, a partir de 1503, en torno a una institución y dos ciudades. La Casa de la Contratación certificará sucesivamente el oficio de piloto mayor y cosmógrafo, y creará la cátedra de Arte de Navegar y Cosmografía. En su entorno sevillano o gaditano se editarán los numerosos tratados de náutica de los siglos XVI y XVII, cada vez más especializados, hasta que a finales de siglo la fundación de Colegio de San Telmo y el Norte de la Navegación de Gaztañeta ponen los cimientos de la centuria ilustrada, que culminará Patiño con la creación de la Academia de Guardiamarinas en Cádiz en 1717.
Este es el mundo en el que nace Jorge Juan, precisamente, en 1713. Pero la vida del marino no iba a estar marcada por el derrotismo de Utrecht, sino, en palabras del historiador británico Christopher Storrs, por el resurgir español. Un resurgir que se manifiesta en el amplio programa del reformismo borbónico, y que viene precedido por los interesantes y cada vez menos olvidados novatores de fines de la centuria anterior. Existe una continuidad en ese desarrollo, igual que existe una zona de sombras en el siglo de las luces…

El mundo protestante se lanzaba al espionaje más descarado en los territorios gobernados por los Habsburgo que, entre otras cosas, concedieron el título de matemático imperial a Kepler

Abrumados por el peso de la leyenda negra, los españoles del XVIII empiezan a creerse los tópicos sobre su subdesarrollo cultural y científico difundidos por el enciclopedista Masson de Morbilliers. No digamos nada cuando, ya en la segunda mitad del XIX, los krausistas hispanos se unan a la campaña de desprestigio (y autobombo) movida desde tierras germanas contra el mundo católico. Los ecos de la Kulturkampf o lucha cultural llegan hasta nuestros días y resuenan incluso en las páginas de muy conocidos y patrióticos autores… Pero la realidad era muy diferente, como cada vez más estudios (como los de Miguel López Pérez) se encargan de demostrar. El mundo protestante se lanzaba al espionaje más descarado en los territorios gobernados por los Habsburgo que, entre otras cosas, concedieron el título de matemático imperial a Kepler. Del colegio de Ingolstadt salieron los jesuitas Riccioli, autor del primer mapa serio de la Luna, y Athanasius Kircher, estudioso de los volcanes que se aventuró a bajar por la chimenea del Vesubio… Así podría alargarse la nómina, incluyendo a los españoles Feijoo, Sarmiento, Burriel, Juan Andrés, Hervás y Panduro, Flórez, Riesco y muchos más. Hay que decir que, tristemente, la mala fama de los «frailes» no se debía solo a la leyenda negra procedente del exterior, sino a la guerra entre órdenes religiosas, que tiraban a matar contra la «competencia». ¿Qué sucedía, mientras, en el mundo que presumía de ilustrado? Que Newton, «el último brujo», murió envenenado por mercurio debido a sus prácticas de alquimia, o que el famoso químico Boyle estaba convencido de que llegaba el fin del mundo, según sus científicos cálculos.
Resulta así baldía, frente a todos los tópicos cultivados habitualmente (especialmente en los extremos del espectro ideológico), la discusión sobre la existencia de las luces o, como diría Menéndez Pelayo, de la ciencia española.
Para Jorge Juan, esas brumas estaban más que disipadas hacía tiempo, y los únicos arrebatos de cólera que se le conocen es cuando tiene que enfrentarse a la ignorancia y la pereza mental. No podía ser de otra forma, puesto que como marino contaba con la mencionada tradición de estudios náuticos, matemáticos y cosmográficos de la Casa de la Contratación y de la Academia de Guardiamarinas. Participó además en la expedición científica de la Condamine, destinada a determinar la posición del Ecuador y la forma de la Tierra. Con su joven compañero Antonio de Ulloa recopilaron una cantidad ingente de información científica, pero también antropológica, económica, administrativa y militar, que vertieron en sus Noticias secretas de América y Relación del viaje a la América Meridional (1748) o en Observaciones astronómicas y físicas hechas en los Reinos del Perú, del mismo año. Como marino también se dedicó a la aplicación práctica de los conocimientos científicos, empleándose a fondo en la ingeniería naval.

En la vertiente del sapere se dedicó a la investigación y al estudio, siendo autor de un total de 13 obras

¿Qué decir de Jorge Juan como ilustrado? En la vertiente del sapere se dedicó a la investigación y al estudio, siendo autor de un total de 13 obras. La otra faceta típica y activa de la ilustración, la pedagógica, la desarrolló en diferentes instituciones: en 1751 como Comandante de la Real Escuela de Guardiamarinas de San Fernando, en la que instituyó una pequeña academia de ciencias, la Asamblea Amistosa Literaria; en la Real Academia de San Fernando de Bellas Artes, en Madrid, en el Real Seminario de Nobles (antiguo Colegio Imperial de los jesuitas, expulsados en 1767). En todo momento persiguió un modelo educativo que uniera teoría y práctica, superando así el modelo francés (en el que predominaba lo primero) e inglés (de carácter eminentemente práctico). En la Academia de Guardiamarinas instaló laboratorios y modelos, pero también pretendió formar al perfecto «oficial y caballero». Además del latín (lengua vehicular todavía, no se olvide, para el intercambio científico), se cultivaba el baile, no tanto como símbolo de nobleza, pues terminó con el requisito de hidalguía para ingresar en la misma, sino como habilidad social de cara a las relaciones diplomáticas que cualquier marino ejercía por el mundo como representante de España.
En cuanto al audere, al atreverse, ¿con quién o contra quién se atrevió Jorge Juan? En primer lugar, contra los malos científicos o más bien, pseudocientíficos, como Torres Villarroel. El salmantino, exitoso editor de almanaques y horóscopos, cometió el desliz de apoyar al picajoso inquisidor general Francisco Pérez de Prado, experto en judaizantes pero no en astronomía. Este exigió rectificar las teorías copernicanas que se defendían en las Observaciones astronómicas, condenadas por la Iglesia a comienzos del siglo XVII. Ya había llovido desde entonces, y el sistema copernicano y el newtoniano estaban plenamente aceptados, yendo su negación en menoscabo del prestigio científico patrio. Como escribió Jorge Juan, dirigiéndose a Campomanes: «¿Dejaría de hacerse risible una Nación que tanta ceguedad mantiene? No es posible que su Soberano, lleno de amor y de sabiduría, tal consienta: es preciso que vuelva por el honor de sus Vasallos; y absolutamente necesario, que se puedan explicar los Sistemas, sin la precisión de haberlos de refutar: pues no habiendo duda en lo expuesto, tampoco debe haberla en permitir que la Ciencia se escriba sin semejantes sujeciones».

Benito Bails, 'Elogio de D. Jorge Juan', 1773:

«Fue de estatura y corpulencia medianas, de semblante agradable y apacible, aseado sin afectación en su persona y su casa, parco en el comer, el igual de sus subalternos, el amigo de sus criados, y, por decirlo todo en menos palabras, sus costumbres fueron las de un Filósofo Christiano…

Miraba no con desprecio (en él no cabía), sí con lástima a muchos Españoles de corazón tan ceñido, como limitados de entendimiento que no conocen mas patria que la Ciudad, la Villa, la Aldea, el rincón donde nacieron; y aunque natural del Reyno de Valencia, no era Valenciano, sino Español».
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