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29 de abril de 2024

Fernando Bonete Vizcaino
Fernando Bonete Vizcaino
Anecdotario de escritores

Jon Fosse, el alcalde y el párroco

El Premio Nobel de Literatura 2023 es católico, y la Academia no rompe con su dinámica de conectar con las principales inquietudes de su tiempo, pues no hay inquietud más fuerte que la búsqueda urgente de algo grande con lo que «dar voz a lo indecible»

Actualizada 04:30

El escritor noruego Jon Fosse, Premio Nobel de Literatura 2023

El escritor noruego Jon Fosse, Premio Nobel de Literatura 2023

En la década de los veinte del siglo XXI, el Premio Nobel de Literatura parece haber adoptado una dinámica para su concesión que enlaza con las principales inquietudes de su tiempo –o bien siempre fue así, pero vivimos en un momento de hiperconcienciación social–. En 2021 fue para Abdulrazak Gurnah, con su preocupación por las «periferias», la experiencia del inmigrante y el choque cultural. En 2022 fue para Annie Ernaux, con su preocupación por el desentrañamiento de la memoria personal femenina y la exploración y cuestionamiento de los principios asumidos como «típicos» de la feminidad.
En 2023 fue para Jon Fosse, con el testimonio de una fe que ilumina su vida y la de sus protagonistas, con una propuesta de novelística espiritual unida a un vanguardismo literario nada habitual en la tradición de este tipo de narrativa –piénsese en los grandes del XX, Mauriac, Bernanos, Greene, etc.–. El Premio Nobel de Literatura 2023 era, en definitiva, para un católico. Un católico de un país de mayoría protestante no practicante, de una Europa descristianizada, de un mundo profundamente alejado de la propuesta de la Iglesia. Nadie podía creerlo.
No se lo creían ni los propios católicos, esgrimiendo la aparición de la mística del dominico Maestro Eckhart –condenado parcialmente por Juan XXII– en la conciencia del protagonista de Septología –obra cumbre de la narrativa de Fosse–; propuesta de una teología, por lo demás, rehabilitada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1992.
El acomplejamiento de los creyentes, que ha llegado ya a ese punto en el que se asume que la propia fe no merece reconocimiento de prestigio alguno –el descrédito con que el resto del mundo la contempla se interioriza como natural y obvio– podría ser la anécdota en sí misma –por ilustrativa–. Sin embargo, hay otra que desmonta a la anterior con la sencillez de los hechos: Josef-Jerko Manola, corresponsal de la ORF en Madrid, contaba en la red social X que una redactora de su medio desplazada a Hainburg –localidad donde el escritor tiene domicilio y de donde es su mujer– había pedido una valoración al alcalde de la localidad con motivo de la concesión del Nobel. El alcalde no tenía ni idea de quién era Fosse, pero el párroco sí: «Siempre ha celebrado misa con nosotros».
Pues sí, Fosse es católico, y no es, pese a todo, tan sorprendente, ni el Nobel rompe con su dinámica de conectar con las principales inquietudes de su tiempo, pues no hay inquietud que se manifieste con más fuerza en nuestros días que la búsqueda cada vez más urgente de algo grande con lo que «dar voz a lo indecible» –por utilizar la motivación del jurado de la Academia– y volver a dotar de significado nuestras vidas.
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