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El escritor Roald Dahl

El escritor Roald Dahl

'Te quiere, Boy', el libro maravilloso de las cartas de Roald Dahl a su madre que ella conservó

El maestro de la literatura infantil muestra en las misivas el carácter de niño a lo largo del tiempo con el que impregnó sus cuentos hasta el final de sus días

Hoy casi nadie escribe cartas. Se envían correos electrónicos, whatsapps, mensajes en redes sociales, vídeos... De haber vivido Roald Dahl en este tiempo no hubiera tenido la maravillosa sorpresa que su madre le tenía reservada. Cuando ella murió y su hijo fue a su casa, se encontró con todas las misivas que él le había enviado a lo largo de su vida. Un tesoro amanuense y una gran belleza como aquella exposición de la película del mismo nombre de Sorrentino en que un padre le había hecho una foto a su hijo todos los días de su vida hasta la edad adulta.

Jeb Gambardella lloraba antes aquellas decenas de miles de fotografías juntas del niño que se fue haciendo hombre en el homenaje de su padre. Es posible que Dahl llorara al ver aquel regalo de su madre muerta, con quien habló por teléfono solo unos días antes del fallecimiento. Ella le llamó al hospital donde estaba ingresado por una cirugía de espalda. Sabía que se moría, pero no se lo dijo. Solo le llamó para hablar con él por última vez y decirle que le quería. Esto lo contó el mismo escritor que muchas décadas antes la escribía siendo niño desde el internado sobre sus travesuras con una confianza conmovedora entre madre e hijo.

Así fueron siempre sus cartas. Divertidas, positivas, descriptivas. Pequeños cuentos íntimos del futuro escritor que ya daba señales de su estilo. Bromista y metafórico, pleno de humor británico incluso en los sucesos y avatares luctuosos, le escribió desde Washington a sus veintitantos que le habían echado de su piso con sorna y a continuación le hablaba del asesinato que se había producido en la casa a la que se iba a mudar:

Cubierta de Te quiere, Boy

Cubierta de Te quiere, BoyGatopardo

«Un hombre disparó a una chica en el salón y luego se voló la tapa de los sesos. Necesitó dos disparos para matar a la chica y otros dos para matarse a sí mismo, con lo cual deduje que no tenía mucha puntería. En fin, me han dicho que la casa ya está limpia y me mudaré mañana (…). No tengo ningún inconveniente. No está el patio como para ponerse quisquilloso».

Todas las cartas acababan igual: «Te quiere, Boy. Te quiere, Roald». Las misivas irreverentes, llenas de humor y miradas sobre todo del autor maravilloso que gana batallas a la corrección política después de muerto, como El Cid, después de que no llegara a término la propuesta de censurar sus libros, sus palabras, sus expresiones, sus sentidos universales que han despertado la imaginación de los niños a lo largo de las décadas y siguen haciéndolo como un rayo de esperanza en un mundo que pretende cerrarle las puertas al pasado del que venimos, del que la humanidad siempre vino en todas las épocas, como vino de Roald Dahl y como Roald Dahl volvió a venir a través del gesto de amor de su madre al conservar los recuerdos de ambos como el tesoro de su propia civilización.

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