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29 de marzo de 2024

Roald Dahl en 1954

Roald Dahl, en 1954

Roald Dahl, el autor esencial para generaciones de niños cuyas historias no pasan el filtro de la «corrección» actual

Hombres y mujeres de todo el mundo han crecido con los famosos cuentos del escritor galés, ejemplo de una obra que reúne buena parte de los objetivos de la «cultura de la cancelación»

El carácter violento y desagradable de las tías de James (y el Melocotón Gigante) puede causar traumas insuperables a los delicados lectores del presente. Si en las grandes universidades británicas Jane Austen o Shakespeare empiezan a ser considerados un peligro para las impresionables mentes del futuro, Roald Dahl, en el día de su aniversario, podría considerarse una especie de Marqués de Sade del XXI para los más pequeños.
Personajes racistas o crueles ocultos, personajes reales, bajo una confusión deseada, la del autor, que ni por asomo es el ideal de la nueva ideología que lo presenta todo masticado, sin las realidades y las ambigüedades necesarias para aprender a pensar. Sponge y Spiker, las dos malvadas tías de James, se dirigen a él mediante insultos y lo «acogen» en una suerte de esclavitud que existe y existirá, pero que ya no se quiere mostrar.

'La Principesa'

En la simple descripción de los personajes de Dahl, a veces solo pinceladas, puede sentirse agraviada cualquier minoría dispuesta a encontrar el quid sobre el que levantarse. Willie Wonka no come dulces (es vegetariano), pero sin embargo se los da a los niños. Esto causó en su día cierta controversia. ¿Acaso era Willie Wonka el hombre mítico que antaño daba caramelos a las puertas de los colegios?
El niño lector de hoy ya no podrá comprobarlo porque nadie hoy publicará un libro en que pueda imaginarse, ni siquiera sugerirse, tal cosa. Es posible que, en cambio, los horribles padres de Matilda fuesen convertidos, a pesar de su maldad, en personajes «buenos». Las sugerencias se han cambiado por las «certezas» y los dogmas como el de La Principesa, la adaptación que lanzó una editorial española en 2018 de El Principito: «Fiel al mensaje transmitido por el autor, La Principesa es más que una simple traducción de género; es una obra reescrita a través de un nuevo universo de personajes que respeta lo esencial de la obra original», decía la editorial.

Hoy lo ofensivo ya no es ni siquiera lo llamado «políticamente incorrecto», sino que basta con la sugerencia, la metáfora...

Un eufemismo casi ofensivo en una reescritura total del clásico donde no solo hay un cambio de sexo en el personaje protagonista, sino que, entre otras cosas, ya no hay serpiente que devore al elefante, a quien en su lugar se traga un volcán, no vayan a ofenderse los animalistas. En realidad, el pasado, la historia y lo que es peor: la imaginación de un autor con cuyas historias han crecido los niños durante generaciones ya no tiene cabida en la educación, privados los jóvenes lectores del bien y del mal no señalados sino simplemente mostrados para enseñarles a distinguirlos.
Hoy lo ofensivo ya no es ni siquiera lo llamado «políticamente incorrecto», sino que basta con la sugerencia, la metáfora, el atisbo, la referencia: todo aquello que no sea susceptible de mostrar en bloque, sin posibles interpretaciones cuya presencia pueda desviar a los incautos e inocentes jóvenes lectores del camino dictado por la nueva ideología que no permite que ellos se pregunten cosas (que castiga con el señalamiento y la censura) y para la que Roald Dahl, probablemente el más singular y genial inventor y narrador de cuentos infantiles, el alma imaginativa de millones de niños, es hoy un escritor «cancelado» y, si no, como Saint Exupéry y La Principesa, un autor reinterpretado «a través de un nuevo universo».
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