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20 de mayo de 2024

Antonio Flores
Antonio Flores

París insólito: amor a lo hispánico, amistoso con lo católico y lleno de museos medievales

Más allá de la capital francesa prejuicio y prejuzgada se esconde una ciudad que encierra tesoros como el Museo Nacional de la Edad Media e iglesias, abadías o catedrales como la de San Denis y su mausoleo, que hablan de la universalidad del catolicismo

Actualizada 04:30

Imagen de Montmartre, con la iglesia del Sagrado Corazón al fondo, en París

Imagen de Montmartre, con la iglesia del Sagrado Corazón al fondo, en París

Además del París turístico, grande, tumultuoso, bonito, existe otro París, más discreto, más amplio, desconocido. Coexiste con el otro en el mismo territorio, pero es fácil que le pase a uno desapercibido. Es el París insólito.
Una de las características del París insólito es que es mucho más amistoso con lo hispánico que el París turístico que yo había conocido hasta ahora. Al coger el cercanías que te lleva del aeropuerto al centro, te llevas la primera sorpresa cuando escuchas que la megafonía del vagón da las indicaciones en perfecto español además de en francés y en inglés. Sí, ha oído usted bien. En la lengua de Cervantes, a la que en ciertas latitudes próximas se pretende reducir a «castellano» para ocultar su universalidad.
Pero también están en español los rótulos de los grandes y los no tan grandes museos parisinos. Y no en caracteres de tamaño inferior a los franceses, como sucede en algunas instituciones autonómicas respecto al idioma local. Tienen exactamente el mismo tamaño que los que están en los otros dos idiomas, reconociendo su importancia como instrumento de comunicación de alcance global, como se dice ahora.
Lo mismo pasa con las cartas de muchos restaurantes, con los rótulos de muchos comercios y con el encantador intento de muchos habitantes del París insólito de comunicarse contigo con sus pequeños conocimientos de español.

Los 'otros' museos parisinos

El París insólito se manifiesta también en algunos museos de especial interés. Suelen unir a su calidad el hecho de que no presentan aglomeraciones, ni hay que hacer colas. El ejemplo más destacado es el Museo de Cluny, también llamado Museo Nacional de la Edad Media. Es una especie de ajuste de cuentas con la iconoclastia de los revolucionarios franceses que hicieron tabula rasa con la incomparable riqueza del Medievo francés.
Relicario historiado de Santo Thomas Becket en el Museo de Cluny, en París

Relicario historiado de Santo Thomas Becket en el Museo de Cluny, en ParísRMN/Jean-Gilles Berizzi

Está lleno de maravillas procedentes de los cuatro extremos de la cristiandad, porque una de las características fundamentales de la cultura de la Edad Media es su universalidad, que junto a su humanidad y su búsqueda de la trascendencia pueden apreciarse en este poco conocido museo... en el que además existen multitud de objetos y referencias a España. Por ejemplo, ¿a que no saben ustedes dónde se encuentra la «R» que le falta a la corona de Recesvinto del tesoro de Guarrazar? Pues está en una destacada vitrina, junto al resto de coronas votivas visigóticas que faltan en el conjunto que se expone en el Museo Arqueológico de Madrid.
Esto nos introduce en otra de las características del París insólito. Es una ciudad amistosa con los católicos. Cualquier paseo por los barrios más tradicionales de la capital francesa suele estar acompañado por el sonoro tañido de potentes campanas. Un sonido evocador y amable, que recuerda que estamos llamados a grandes destinos. Y que se relaciona con las enormes y hermosas iglesias que ilustran el paisaje urbano de contrapuntos llamativos, en plazas, plazuelas y perspectivas. Las más hermosas son las góticas con su vertiginosa verticalidad y el tamizado colorido de sus vidrieras. La que más impresiona es la de San Severino, en el corazón del barrio latino. Hay que verla para pararse un rato, fíense ustedes. Pero hay muchas más: San Esteban, San Marcelino, San Medardo...
Iglesia de San Severino, en París

Iglesia de San Severino, en París

El París africano

El París insólito es la única ciudad de Europa que está a cuatro estaciones de metro de África. De verdad. Al coger el metro en el centro de la ciudad en dirección a Saint Denis, lo verán lleno de paliduchos franceses y orientales no menos paliduchos. Conforme el tren se aleja del centro el panorama humano se va oscureciendo y cuando se llega al destino, ¡se ha llegado a África! Porque africana es la gente que pasea, conversa o se afana. Como también los son las abundantes boutiques de ropa llamativa, esa que les suele gustar a las africanas, los olores de comida y la amabilidad generalizada. Y todo en un agradable contexto urbano de modesta ciudad francesa de provincias.
Y en el barrio de Saint Denis está otro destino imprescindible: la abadía, hoy catedral, de Saint Denis, con el mausoleo de los reyes de Francia. Allí están enterrados prácticamente todos. Y uno no puede evitar preguntarse qué pensarían Carlos Martel, Felipe Augusto o San Luis de su nuevo vecindario. Por cierto que los que administran este monumento a la Historia, los que ponen velas y los que se arrodillan para rezar también son africanos. Son los que ahora más disfrutan de esta joya, en cuya cripta se encuentran las primeras creaciones del gótico.
Cenotafio de Luis XVI y María Antonieta en la Abadía de San Denís

Cenotafio de Luis XVI y María Antonieta en la catedral de San Denís

Para terminar las perspectivas, se puede visitar París sin hacer colas interminables para subirse a la Torre Eiffel o al Arco de Triunfo. El París insólito ofrece dos que, además, ¡son gratuitas! Una es la cúpula de las Galerías La Fayette. Es muy hermosa y además se puede sentar uno en una terraza fabulosa contemplando la vista sin que nadie venga a importunarle para que pidas algo.
La otra son las escalinatas de la iglesia de Montmartre al atardecer. La inmensidad del cielo parece intensificarse frente a la horizontalidad de los bajos tejados de París. Tiene, además, un color especial que no he apreciado en otros lugares hermosos. Aunque lo mejor está en el interior de la Iglesia si uno llega a la hora adecuada: el rezo cantado de las vísperas por las monjas benedictinas parece detener el tiempo. Incluso hace imperceptible la presencia de los visitantes, que suelen quedar paralizados. Una belleza musical que sobrecoge. Y que solo puede entenderse desde la percepción de lo sobrenatural.
Este París insólito existe, escondido entre el laberinto de tan gran ciudad. No se lo puedo jurar porque mi madre me lo prohibió y yo siempre he sido un chico obediente. Pero les aseguro que existe. Mi mujer y yo hemos estado allí.
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