Detalle de El grito de Edvard Munch
La explicación filosófica al suicidio demográfico
Soren Kierkegaard supo ver hace casi 175 años las características de un tipo de hombre que teme al aburrimiento y se aleja de cualquier compromiso
A pesar de que algunos intentan poner el foco en su inutilidad, la filosofía es una gran herramienta para interpretar la realidad. Teorías planteadas hace décadas o siglos siguen siendo útiles si se quieren observar muchas cuestiones de actualidad con una mirada crítica y alejada de cortoplacismos.
Desde hace varios años son muchos los estudios e instituciones que alertan del problema de la baja natalidad en el mundo occidental. Los efectos de este hecho son de tal calado que se puede hablar de un suicidio demográfico que «entraña consecuencias potencialmente muy negativas para la economía, la calidad del sistema democrático y el bienestar afectivo de las personas, entre otros males», según constata el experto Alejandro Macarrón Larumbe en alguno de sus estudios.
Los análisis sociológicos, económicos o políticos sobre este fenómeno se pueden completar con una visión filosófica que nos obliga a mirar directamente al hombre y su razón de ser. En este punto utilizaremos como punto de partida la teoría de Soren Kierkeegard sobre los tres estadios de la existencia humana. En el origen de ese suicidio demográfico podemos encontrar el triunfo en nuestros días de una de esas tres esferas.
El danés llegó a la conclusión de que el hombre puede conducir su vida por tres caminos diferentes: el estético, el moral o el religioso. El primero vivirá en el instante, acumulando sensaciones, el segundo dará el paso y asumirá sus responsabilidades cumpliendo con el deber y aquel que opta por lo religioso se arriesga con el salto de fe y hace de esta vida una apuesta por la eternidad.
De esta breve introducción es fácil intuir que el estadio estético es el que se ha impuesto en nuestros días. El considerado padre del existencialismo supo ver a mediados del siglo XIX una serie de factores que hacen del hombre un ser al borde de la nada. De todos ellos, el aburrimiento se erige como el riesgo supremo para un estilo de vida que puede desembocar en un sentimiento de «nausea» ante un mundo «insípido».
Aburrimiento o agotamiento
El hombre que apuesta por la vida estética opta por una existencia superficial, acumula experiencias del mismo modo que el don Juan pasa de una conquista a otra haciendo de la seducción un fin y no un medio. El esteta se asoma al abismo del tedio al perder el contacto con el presente por culpa de un pasado que recuerda con añoranza y un futuro plagado de expectativas que nunca son «ahora».
El propio Kierkeegard observa las soluciones que encuentran aquellos que se ven obligados a aferrarse al entretenimiento perpetuo. El danés se sirve de la imagen metafórica de un campo de cultivo. Este, para dar fruto, requiere del barbecho, aunque también se puede optar por la rotación de los cultivos.
El esteta debe cambiar constantemente de actividad, «emprende un viaje interminable y deambula de aquí hacia allá sin cesar en búsqueda de diversión», como comentan los autores del artículo El concepto de aburrimiento en Kierkegaard. Llegamos así al problema demográfico.
Contra la estabilidad
En la carrera contra el tedio se fomenta la ruptura con toda relación que implique una continuidad en el tiempo y un salir de uno mismo. Así, la amistad queda descartada: «¿Cuál es el significado de la amistad? Asistencia mutua a base de consejos y de actos. Por eso se asocian dos amigos tan estrechamente, para serlo todo para el otro; y ello a pesar de que un hombre no puede ser para otro nada de nada más que un estorbo», escribirá el danés. Frente a esto, solo serán necesarios «cómplices» para buscar más placer.
Si la camaradería es impensable, qué decir del matrimonio y su promesa de «eternidad». Con esta perspectiva vital cualquier tipo de vida familiar coarta la libertad del individuo que «al multiplicarse, no puede calzarse las botas de viaje cuando le place». Desde el punto de vista del esteta: ¿qué puede haber más aburrido que el compartir la vida con una sola mujer (u hombre) y tener unos hijos que obligan a la rutina y la responsabilidad?
Todo lo dicho por Kierkegaard hace casi 175 años parece materializarse ahora. El modo de vida occidental es el de la inmediatez, los cambios constantes y la lucha contra los «tiempos muertos». Estas características, propias de un estadio estético según el filósofo de Dinamarca, no casan con una vida entregada al otro, comenzando por una posible familia.
Aquel que se enfrenta a un aburrimiento que puede llevar a la desesperación existencial poco tiene que hacer pasando la tarde en un parque infantil. La solución, como explicaría nuestro autor, está en la superación de la esfera estética, dejar atrás la fugacidad, y abrazar lo duradero en un estadio ético del que podremos hablar en otra ocasión.