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Byung-Chul Han, el intento de retomar la escala humana en el siglo que aspira a digitalizar cada palmo de la vida

Byung-Chul Han, el intento de retomar la escala humana en el siglo que aspira a digitalizar cada palmo de la vida

Byung-Chul Han, el intento de retomar la escala humana en la era de la digitalización total

El célebre filósofo coreano, autor de títulos como La sociedad del cansancio o Vida contemplativa: Elogio de la inactividad, ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

Es coreano, reside en Alemania y es católico. Nacido en Seúl en 1959, el mundo académico es un entorno al que ha dedicado gran parte de su vida; comenzó estudiando metalurgia en su patria, para terminar como profesor en la Universidad de Bellas Artes de Berlín, previo paso por Friburgo y Múnich y sus departamentos de Teología y Filosofía. Quizá el filósofo que más influencia se acuse en su pensamiento sea Heidegger, sobre quien disertaba su tesis doctoral. El enfoque de sus investigaciones y fuentes se halla mucho más en la Modernidad, sobre todo en los intelectuales de lengua germana —el idioma en que él se expresa—, que en raíces clásicas o escolásticas.

Sin embargo, no es, desde luego, un filósofo identificado ufanamente con la Postmodernidad, el relativismo, el pensamiento débil y todas esas doctrinas que, desde el multiculturalismo hasta lo queer, se han vuelto oficiosas. Más bien, podría decirse que Byung-Chul Han es un mentís a la época en que ha crecido y a los referentes que hoy dominan.

Aunque existe un abultado número de intelectuales, de eruditos, de humanistas que evitan citarlo —por asco impostado o auténtico desdén— y que creen que él es una versión de baratillo de filosofía de nuestro tiempo, lo cierto es que su influjo es notable. La manera como se expresa evita la pomposidad, la retórica, el esquema sólido y concienzudo. Como buen oriental, sabe ser sintético y sugerir en muchas de sus frases; como buen occidental, es diáfano en su palabra.

Las líneas generales de su pensamiento podrían resumirse en una llamada a recuperar la auténtica dimensión de lo humano. En un siglo que encomienda a la Inteligencia Artificial un número creciente de actividades humanas, Byung-Chul Han se lamenta de que nos hayamos convertido en meras máquinas productoras de datos, para que las computadoras puedan organizarnos la vida, indicar qué hemos de comprar y con qué servicios digitales —las «no cosas», a fin de cuentas, de que habla en sus libros— hemos de identificarnos en alma, toda vez que el cuerpo ha devenido en gadget extraño y orgánico.

En El Debate hemos comentado su religiosidad en varias entregas, y también sus libros. Porque Byung-Chul Han apunta a conclusiones similares a las de Nuccio Ordine —el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de hace dos años—, que reivindicaba lo supuestamente inútil, pero que es justo lo que nos hace humanos, no animales ni robots.

En otro registro, pero con gran coincidencia con Ordine, el filósofo germano-coreano sabe conectar con un número ingente de personas que se sienten insatisfechas con un mundo técnicamente perfecto, pero al que le falta el alma y que parece que nos la está absorbiendo.

Con independencia de la precisión de sus análisis o de la profundidad y rigor de su recorrido, no cabe negarle a Byung-Chul Han suficiente tino en la etiología de nuestras sociedades, y en los modelos antropológicos y éticos que, como un software gratis que se descarga, nos clonan, al igual que en aquella película de los hermanos Wachowski —quienes, a la postre, han optado por imitar aquello que parecían criticar en Matrix y ahora se han decidido presentar como «hermanas».

Byung-Chul Han aspira a que volvamos a entender nuestro verdadero tono como seres humanos, es decir, como seres que asimilamos el paso del tiempo de una manera específica, para relacionarnos con nosotros y nuestro entorno. Para tener una actitud contemplativa, de oración, incluso, de tiempo tranquilo compartido con Dios.

No es que Byung-Chul Han sea un enemigo de la tecnología y anhele que nos convirtamos en sociedades similares a los amish, sino que quiere que tengamos criterio para comprender que toda herramienta no es otra cosa que algo al servicio de quiénes somos. Él y muchos, como por ejemplo el francés Robert Redeker, teme que la tecnología, el capitalismo, el consumo, nos haya trocado en mera materia prima para fabricar algo diferente, un nuevo hombre que, para empezar, ya no es humano.

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