Un mujer embarazada
El Debate de las Ideas
La sociedad tardía: entre tecnificación de la feminidad y «elastificación» de la vida
Al fijarnos en el «imaginario social» tratamos «la forma en que las personas corrientes imaginan su entorno»
Empecemos por pensar sobre nuestro actual «imaginario social». Con «imaginario social» nos referimos a «algo mucho más amplio y profundo que las construcciones intelectuales que puedan elaborar las personas cuando reflexionan sobre la realidad social de un modo distanciado» aplicando la perspectiva holista de Charles Taylor.
Al fijarnos en el «imaginario social» tratamos «la forma en que las personas corrientes imaginan su entorno». Se trata de algo que «no solo comparten amplios grupos de personas, sino la sociedad en su conjunto». Consiste en un «sentimiento ampliamente compartido de legitimidad» (Taylor). Se trata precisamente de este tipo de análisis sobre un presente que «nos explica a nosotros». Una crítica social directa sobre el tiempo, sin ir mucho más allá de nuestra misma generación. De modo directo responde a la pregunta: ¿cómo comprendemos el marco social en el que nos situamos y vivimos? Y, ¿hacia qué horizonte tendemos y qué deseamos socialmente? Este hecho hace que el «imaginario social» sea influenciable políticamente a través de medios de ingeniería social, a través de propaganda, a través de medidas políticas y legales que pueden cambiar el hábitat social.
Desde estos presupuestos consideramos que el núcleo relevante y característico de la sociedad presente es el retardo, o lo tardío, porque los modos de vida, particularmente en la mujer, se presentan descompasados con su Bios, lo que explica la enorme demanda de necesidad técnica y biomédica. Nuestra hipótesis se puede presentar así: «En nuestras sociedades presentes la biología humana, particularmente la femenina, es tardía, está plenamente retardada respecto de los procesos naturales, de sus ciclos biológicos, de sus ritmos metabólicos. Este hecho ha disparado la demanda biotecnológica y la intervención artificial en los procesos relevantes propiamente corporales (biológicos, sexuales y procreativos)».
La realidad humana está retardada y desajustada respecto a su devenir biológico y su tiempo vital (su tiempo vivido). Vivimos en una sociedad tardía y este retardo es un fenómeno cultural e imaginario social cuya característica consiste en «una precepción del tiempo tal que retrasa el transcurso de la vida y algunos de sus procesos biológicos como si fuésemos poseedores de una prolongada juventud, hasta alcanzar la vejez y el advenimiento de la muerte. Se trata, por tanto, de «elastificar la vida» y postergar la juventud».
De este modo la sociedad, la cultura, la forma de vida, no coinciden con el tiempo biológico del humano, con sus desarrollos y sus ritmos. Pero este hecho se da en mayor medida en la mujer donde el ritmo biológico es continuamente forzado y violentado por el tiempo cultural, tecnificado y productivo. El objeto de tal desajuste es una ofrenda a la productividad y al consumo, un sacrificio de los humanos contemporáneos, particularmente de las mujeres, al rendimiento, al capital, al bienestar material y al disfrute de éste. Es un forzamiento de los seres humanos en su dimensión más fuerte y profunda: la temporal. Un desajuste que se puede describir como cronopatía (García-Sánchez) de nuestro presente.
Tiempo vivido contra tiempo productivo
En los siglos XVIII y XIX autores como Bentham o Marx plantearon el pasaje de una expectativa de una vida perdurable recibido de la concepción cristiana («un reino construido por la fe y las buenas obras que conduce a una fruición trascendente más allá del horizonte terrenal») a un caduco estar en esta tierra. Supuso la trasposición de la esperanza trascendente al ámbito intramundano.
Este proceso ha supuesto una metamorfosis kafkiana, un transitar del excelso horizonte teológico y extra mundano a un angostamiento temporal, donde el culto de latría se extiende a meras ideas políticas (ideología) configuradas por una «extraña mezcla entre ciencia, política y religión». Tales utopías políticas han causado, particularmente en el siglo XX, unas escaladas de deshumanización sin precedentes.
La conjunción entre utilitarismo y marxismo ha propiciado un nuevo imaginario donde «el pensamiento técnico» es ubicuo y satisface los deseos de todos. Fusiona un modelo de deliberación basado en estimaciones, cálculos y juicios técnicos, donde subyace un «telos» o finalización en el horizonte material de «alcanzar objetivos» con el menor coste y donde la «emancipación humana» se logra a través del trabajo y su producto, que supone la esencia última de significado y de valor de toda vida. Es más, la productividad no es sólo la esencia humana sino su única realización posible.
Los humanos somos seres en el tiempo, somos entre la vida y la muerte, algo que supone una tensión en el tiempo vivido, pero en nuestra percepción actual sobreestimamos el «tiempo inmediato y productivo». Nos resulta la base esencial de la vida. Para Marx el trabajo objetiva el espíritu humano, lo concreta, y la producción es su resultado y el premio de la humanidad misma. La producción es la esencia humana.
Sexo, género y performance
Nuestras sociedades actuales son tardías, retardadas, nuestros nuevos modos de vida nos fuerzan a sufrir un retraso respecto a nuestros procesos biológicos. Esto afecta a todos los miembros que componen estas nuevas sociedades, cuyos cuerpos se ven continuamente forzados y violentados para acompasar sus ritmos biológicos a los momentos socio-culturales, pero es en las mujeres donde esto se produce de un modo privilegiado: la infancia, el paso a la vida adulta, la sexualidad, la reproducción, la enfermedad y la muerte están gravemente afectados por la imposición de tiempos culturales. Esto se ve más agravado por la llamada «perspectiva de género» que supone una radicalización experimental de este modelo social tardío o retardado.
Los aspectos más básicos de la vida corporal, como la sexualidad y la enfermedad, se ven sometidos a un grave desajuste. Incluso encontramos nuevas necesidades de intervenciones biomédicas y particularmente las mujeres son violentadas en una imposición de ritmos de la vida al margen de su biología, de sus ciclos naturales, que las condena a depender de hormonas desde su pubertad hasta bien entrada la madurez. ¿Todo por qué? Por su productividad.
Trabajo, maternidad y retardo
Así pues, en las nuevas sociedades tardías son sobre todo las mujeres quienes ven sus cuerpos violentados, hormonados, forzados en continuo desajuste, por no acompasarse sus ritmos biológicos a las costumbres culturales, sociales, sexuales y productivas. El tiempo vivido se subyuga y sacrifica al «tiempo productivo».
Para analizar mejor esta afirmación la ilustraremos con una «prueba», un «caso» que ejemplifica nuestra hipótesis. Fijémonos en esta noticia: «Facebook y Apple ofrecen congelar los óvulos a sus empleadas».
Estas empresas tecnológicas proponen a sus trabajadoras retrasar su maternidad al máximo. La noticia seguía: «Facebook y Apple, los dos gigantes tecnológicos, han ido un paso más allá de sus habituales incentivos para empleados en Silicon Valley. A las bebidas y comidas gratis por chefs de renombre, las ‘happy hours’ de los viernes, las salas de juegos o los bonos económicos, se le suma una cantidad de dinero extra para congelar óvulos. La lista de premios por formar parte de una empresa tecnológica cada vez tiene menos límites».
Este procedimiento permite a las mujeres congelar parte de sus óvulos durante sus años más fértiles, porque justamente coinciden con el periodo más productivo de sus carreras profesionales. Sus años fértiles son así mismo sus años más productivos, en los que pueden ofrecer un mayor rendimiento a la empresa. Si postergan su maternidad, la calidad de los óvulos disminuye con la edad, lo que coloca a muchas mujeres en la posición difícil. Retardar o no la maternidad más allá de los 30 es una difícil tesitura. El congelamiento de óvulos es una opción costosa, pero cada vez son más mujeres quienes la toman para así potenciar al máximo su rendimiento profesional.
Pero toda vida humana está necesariamente aparejada a la dramaticidad, particularmente los ciclos vitales y biológicos, y al «elastificarlos» y postergarlos la carga dramática no se reduce, sino que, aumenta y se agrava. El caso expuesto verifica que nuestra sociedad tardía sacrifica el tiempo vivido –o segmento de «ser entre la vida y la muerte»– al tiempo productivo –la rentabilidad económica–.
¿Vidas atadas a las hormonas?
Pero, además, toda la vida sexual de una mujer ya no está, como en tiempos pretéritos, vinculada a la procreación, a la crianza, a la vida familiar, al cuidado, sino que desterrada de estos entornos se vincula hoy al desempeño profesional, al trabajo, a la productividad, y al ocio que puede lograr como producto o plusvalía de su rendimiento profesional.
Actualmente, cualquier mujer del primer mundo con un poder adquisitivo medio, cuando alcanza el fin de su vida reproductiva, puede disponer de distintos tratamientos que le ayuden a superar ese trance. Desde la ginecología y la farmacología se ofrecen terapias de sustitución hormonal bio-idéntica en diferentes formatos que forman parte de la terapéutica habitual de las Unidades de menopausia en los sistemas sanitarios públicos y privados. Estos tratamientos están vinculados al «retardo de la vida sexual en la mujer». Tratan de superar los cambios de la menopausia y, de algún modo, postergar la juventud. Forman parte de la sociedad tardía y suponen una buena muestra del vínculo y de la prolongada dependencia hormonal de las mujeres de hoy.
Descriptivamente, y sin entrar en valoraciones morales, las mujeres inician tratamientos hormonales a partir del comienzo de su vida fértil. En este tiempo lo hacen principalmente para evitar la procreación, porque la maternidad es tardía, a menudo demasiado tardía, como mostrábamos en el caso expuesto anteriormente. En los tratamientos que se definen como «anticonceptivos», por ser su finalidad más frecuente evitar la concepción, una vez iniciada la vida en pareja estable, tales tratamientos hormonales se mantienen y diversifican.
En muchos casos, debido a los efectos secundarios de los tratamientos y técnicas anticonceptivas, añadido a la edad y pérdida de calidad de los óvulos, estamos ante una pérdida total o parcial de la capacidad natural de muchas mujeres de procrear, lo que les obliga, en esta segunda fase de su vida adulta, en la que sí desean una maternidad tardía, a seguir tratamientos hormonales: bien para la estimulación ovárica y de mejora de sus condiciones procreativas o bien porque se someten a técnicas de reproducción asistida. Nuevamente se ven sujetas a tratamiento hormonal. La última fase son los tratamientos hormonales para superar los efectos de la menopausia, principalmente en lo que afecta al deseo y la capacidad sexual.
En conclusión, la mujer de hoy está atada a las hormonas para evitar o retrasar un posible embarazo y retardar la maternidad, más tarde para recobrar «tardíamente» la posibilidad de procrear y, por último, para postergar una juventud centrada en el deseo sexual.
Nuestra época se caracteriza pues por la extensión del número de personas que desde edades muy tempranas van a depender de tratamientos hormonales crónicos, con las terapias y atenciones que las acompañen (psicoterapias, por ejemplo).
Es lícito preguntarse si este retardo es fuente de libertad y felicidad para las mujeres de nuestro tiempo, o, por el contrario, si supone un desajuste prolongado que resulta opresivo e insatisfactorio para sus vidas.
La sociedad tardía en la que vivimos nos impele a descompasar nuestros cuerpos biológicos, lo que implica la necesidad de hormonas, técnicas y, a veces, psicofármacos para seguir los ritmos impuestos por la cultura y la productividad.
Aparece así el problema de nuestro tiempo, de la cultura tardomoderna y tecnificada, que está tan dislocada que nos hace sentirnos invulnerables y, al mismo tiempo, nos abandona a la mayor vulnerabilidad: dependencias, angustias, desajustes y vacío.