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Javier Marías en 1998GTRES

Cuando Javier Marías se deshizo en elogios a Eduardo Mendoza: «¿Puede alguien resultar más irritante?»

«Resulta ser un escritor al que sus colegas, le­jos de tenerle la tirria que en nuestro territorio se profesa a cualquiera, pero sobre todo al que destaca y ensombrece a los demás, lo admiramos profunda y confesamente», escribió

El reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras, Eduardo Mendoza, quizá recibió un mejor premio en el elogio que recibió de su amigo y colega, el escritor fallecido en 2022, Javier Marías. Fue un artículo en su propio blog, escrito el 19 de noviembre de 2012.

Un homenaje más que en toda regla que supera incluso el panegírico y donde no se aprecia doblez sino sincero aprecio que los sentimientos evidentes no desvirtúan. Para empezar, ni siquiera Marías descansa en el más mínimo punto en el largo y significativo primer párrafo, como una verborrea imparable, soltada de una vez:

«La figura de Eduardo Mendoza pasará a los anales no solo de la literatura espa­ñola, sino de la entera sociedad española. Nunca se ha visto nada igual en ella: a punto de cumplir setenta años, de los cuales lleva treinta y ocho como autor publi­cado y querido; tras haber debutado con una no­vela de enorme éxito público y crítico, La verdad sobre el caso Savolta, que además ha quedado como la más decisiva renovadora de nuestras letras a la muerte de Franco...».

Lo más destacable, quizá, es cuando habla de las habituales rencillas entre escritores: «Resulta ser un escritor al que sus colegas, le­jos de tenerle la tirria que en nuestro territorio se profesa a cualquiera, pero sobre todo al que destaca y ensombrece a los demás, lo admiramos profunda y confesamente», escribió Marías.

«Y no solo eso:» (continuó) «...también los periodistas, columnistas y tertulianos —gente proclive a encontrar defec­tos y a poner a caldo al transeúnte— hablan bien de él y de su obra con la mayor simpatía. Y no solo eso (otra vez): en un país en el que a los individuos les suele reventar que triunfe alguien, aunque se dedique a algo que ellos nunca han tenido intención de pro­bar —recuerdo que mi padre decía que la verdadera envidia no es la de los colegas, comprensible, sino la del ama de casa a la que pone negra que un torero corte orejas, aunque ella jamás haya albergado el propósito de saltar a un ruedo—, resulta que hasta las amas de casa adoran a Mendoza y celebran sus hazañas...».

Luego habla Marías de su discreción, de su amabilidad y de su simpatía, utilizando a Cervantes y a Lorca para equipararle en estas cualidades. También de su falta de comedimiento en entrevistas que nunca impidieron que aquellas virtudes menguaran o desaparecieran entre el público y conocidos: «...suelta sus impertinencias, o proclama que la novela ha muerto para efímera indignación no tanto de quienes las escriben cuan­to de quienes desearían escribirlas y no se atreven o no les salen...».

«Si interviene en un acto, la sala está abarrotada. Si se presta a una sesión de firmas, la cola es interminable. Si pasea por la calle, los viandantes lo van parando, y nin­guno para increparlo, al contrario. ¿Puede alguien resultar más irritante? Difícil. Entonces, ¿por qué no irrita Mendoza, sobre todo en un país dispuesto a encolerizarse hasta con sus ídolos, a las primeras de cambio?», se pregunta Marías.

De «la estirpe de los mejores»

Quien culmina con «...me dijo un día: 'Estoy harto de ser, o de que se me considere, el primero de la clase'. No puedo evitar pensar que a eso, a dejar de serlo, se ha aplicado desde entonces, sin demasiado afán por otra parte. Lo que ya roza el milagro es que ha logrado no parecerlo, mientras sin embargo continuaba siéndolo. Los únicos que en realidad no se han dado cuenta de que seguía siéndolo son quienes otorgan premios oficiales o institucionales: ni el Cervantes, que merecería desde hace lustros, ni el Príncipe de Asturias, ni el llamado Premio de las Letras o sub-Cervantes».

Por ello dijo que pertenecía a «la estirpe de los mejores», los que no recibían premios merecidos (Marías no aceptó nunca ningún premio) como Juan Benet, Jaime Gil de Biedma o Juan García Hortelano. Aquellos únicos sí se han dado cuenta y al final todos los galardones que pedía Marías para Mendoza, superando incluso lo más difícil: «...salir indemne de este país-trituradora es algo que sospecho que ha buscado».