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29 de marzo de 2024

No ficción / Pensamiento

Ejercicios de profetismo político

Dos valiosas aportaciones, en forma de discurso, para orientarse en el mundo actual

Portada de «Sobre la política y el odio» de Havel

rialp / 82 págs.

Sobre la política y el odio

Václav Havel

La editorial Rialp acaba de publicar en su colección de «Breves» dos valiosos discursos del intelectual y disidente Václav Havel (1936-2011), figura de referencia moral para todos los que primero sufrieron y después vieron caer las dictaduras comunistas que subyugaron buena parte de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. En él se aunó de modo muy característico la defensa de la responsabilidad personal con el deseo de hacer política de un modo distinto, una suerte de «política apolítica» que le llevó de las cárceles comunistas de su país, la antigua Checoslovaquia, a su Presidencia.
El volumen trae su título del primero de los dos discursos, «El odio: la tragedia de un deseo». Pero el más interesante es, sin duda, el segundo, «La política y la conciencia», que, escrito en 1984, representa un verdadero ejercicio de profetismo, en su sentido más propio. No tanto por lo que tiene de anticipación de acontecimientos que tardaron decenios en mostrarse abiertamente, ni por la aguda crítica que contienen, sino porque muestra la verdadera figura del profeta: un sujeto capaz de ver rectamente la realidad y, así, contrastarla con su medida, que no nace de este mundo. 
Cuando eso sucede, cuando la verdad hace su aparición en la escena política, no sólo se pueden advertir sus consecuencias, de las que el tiempo dará cumplido testimonio, sino que todo queda juzgado por relación a ella y así constituye el único origen verdadero de la denuncia social.
Ése es el poder de la conciencia, capaz de alterar el curso de la historia. Un poder aparentemente ingenuo e inerme: «muy a menudo me son planteadas –dice el autor– cuestiones como éstas: ¿creen ustedes que pueden cambiar algo, siendo tan poco numerosos y sin influencia alguna?»); y, sin embargo, una debilidad que constituye la única instancia capaz de poner un límite absoluto al poder, aunque no sin sufrimiento. 
Sólo unos pocos años antes, con el mismo escenario político en el horizonte, el entonces cardenal Ratzinger señalaba que ésa es la semilla de la que nace la propuesta política cristiana: «si analizamos las cosas en profundidad, se ve que la injusticia sólo puede ser vencida mediante el dolor, mediante el dolor voluntario de quienes permanecen fieles a su conciencia». Una propuesta que bien podría denominarse, como ya alguien ha hecho, «política de los corderos degollados», pues a menudo se nos olvida que cuando el Señor envía a los suyos al mundo, «como corderos en medio de lobos», da por sentado que los lobos estarán siempre en mayoría.

«Sociedades libres» y nacionalismos

Para quienes están interesados en la deriva de las antiguamente llamadas «sociedades libres», la obra que presentamos constituye un paso más en la senda de la comprensión del núcleo del que parten las dificultades que todos experimentamos, comunes a los antiguos sistemas totalitarios («retrato retrospectivo posible del mundo occidental»), y apunta a la única salida posible, «hacer una fuerza política real de la conciencia humana».
El otro discurso, que abre esta pequeña obra y da origen al título («El odio: la tragedia de un deseo»), no carece tampoco de actualidad. Pues, aunque está escrito con ocasión de prevenir los enfrentamientos nacionalistas que se podían producir con ocasión del surgimiento de las repúblicas que accedían a su libertad, tras décadas de opresión comunista, la exégesis humana que hace de quienes caen en el odio –«especie de trascendencia desesperada», lo llama– como forma del discurso político resulta luminosa. 
Una especie de taxonomía de caracteres, sumamente interesante e ilustrativa, porque da la descripción de muchos de los que con creciente entusiasmo forman filas en las actuales milicias de lo políticamente correcto: susceptibles, grandilocuentes, amantes del grito y enemigos de la disputa racional, incapaces de tomar distancia, sin disposición para «el sentido de la medida, el gusto, el pudor, la distancia, la duda y la capacidad de plantear preguntas», entre otras cosas. No creo que Havel anticipara que, treinta años después, su descripción sería un retrato fiel de una buena parte de la población de Occidente.
Una ayuda para todos los que sentimos pasión por nuestro mundo, pues nos recuerda la necesidad de distinguir permanentemente entre el mundo, considerado como el lugar de nuestra acción, y el «mundo», considerado como norma de esa misma acción. De esa distinción nace la posibilidad de cambiarlo.
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