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20 de abril de 2024

Portada de «Primera sangre» de Amélie Nothomb

Portada de «Primera sangre» de Amélie NothombAnagrama

'Primera sangre': los Nothomb, ante el pelotón de fusilamiento

Amélie Nothomb se mete en la piel de su padre para narrar su formación en el seno de una extravagante familia y las horas críticas vividas en el Congo belga

Pocas experiencias más extremas que salir con vida del propio fusilamiento. Fiódor Dostoyevski sobrevivió a su muerte; en el último minuto, el zar le conmutó la pena capital. En El idiota recogió aquella macabra anécdota: «Puede que haya alguien a quien después de leer la sentencia, después de ver turbada su razón, le dijeran: «Vete, estás perdonado». Ese hombre es el que podría contar».
Amélie Nothomb, a diferencia del viejo Fiódor, a diferencia del coronel Aureliano Buendía, no ha estado atada al poste, los ojos vendados, aguardando el tiro de gracia. Sí lo estuvo, sin embargo, su padre, Patrick Nothomb, diplomático en el Congo que, en el año 1964, pasó meses encerrado en un hotel de Stanleyville junto a cientos de belgas hasta que, aprovechando una arriesgadísima operación de los paracaidistas, logró escapar. Previamente, lo habían llevado al paredón; fue exonerado de la muerte segundos antes de la descarga.
El diplomático lo narró en un libro editado en Bruselas en 1993, y ahora su hija, la célebre escritora Amélie Nothomb, retoma el caso como arranque de su último libro, Primera sangre. Esta novela corta, que arranca en el instante capital («Me llevan ante el pelotón de fusilamiento») surge de hecho tras la muerte del progenitor. Muchos son los escritores que, una vez desaparecidos el padre o la madre, ajustan cuentas o reivindican su figura. Amélie Nothomb ha decidido darle voz en primera persona para narrar, más allá de aquel terrible periodo de cautiverio, la infancia y juventud de un huérfano en busca de una figura paterna.
Primera sangre tiene algo de memorial del diplomático Nothomb, entre la hoja de servicio y las pequeñas confesiones impresionistas, con su punto de bildungsroman y hasta de picaresca. El fusilamiento es el gancho original, pero el libro se centra especialmente en los años de formación de un niño de la alta burguesía belga, sin padre (murió aquél por la detonación de una mina) y con una madre fría, que descubre en unas vacaciones a la extravagante tribu de los Nothomb.
Portada de «Primera sangre» de Amélie Nothomb

anagrama / 152 págs.

Primera sangre

Amélie Nothomb

Al castillo de la rama paterna en las Ardenas (edificio del que, por cierto, acaba de desprenderse la familia) es enviado el niño Patrick para «curtirse». Allí le esperan el barón Nothomb, un poeta modernista con nula habilidad para ganar dinero, y una banda asalvajada de hijos que sobreviven en aquel enorme castillo con poco que comer, menos aún para calentarse, y el frente de la Segunda Guerra Mundial a dos pasos. «Para los hijos de Pierre Nothomb, sobrevivir a su infancia seguía constituyendo una experiencia darwiniana», se lee en Primera sangre. Es este un mundo entre misterioso y hostil que a veces recuerda al de El gran Meaulnes.
Amélie Nothomb, que oyó contar estas historias a su padre, lo consigna ahora en el papel, que es otro modo de seguir dialogando ante la chimenea con el padre fallecido y una manera literaria de adentrarse en la genealogía de la propia sangre, como apunta el título. Ella sí disfrutó de esa figura paterna que Patrick pasa toda la novela buscando. En un momento del libro, al igual que el protagonista de L’Atalante (Jean Vigo, 1934) cuando trata de recrear a su amante perdida, el joven Nothomb introduce la cabeza en el agua convencido de que así verá la figura de su padre.

«Primera sangre» tiene algo de memorial de diplomático, con su punto de bildungsroman y hasta de picaresca

Este libro condensado, con toques de humor y el estilo conciso característico de la autora, es un disfrutable paseo por los dominios de una ilustre familia belga que se aferra a sus galones: «Te recuerdo que somos Nothomb. Fue un Nothomb quien redactó la constitución de nuestro país». Hay mucho de esa ligereza encantadora del realismo poético francés (por volver al cine). Amélie tiene entre manos cosas interesantes que contar, un mundo y unas personas peculiares. A diferencia de muchas ‘cartas al padre/madre’ literarias focalizadas solo en dibujar las dinámicas psicológicas filioparentales o empeñadas en deconstruirlas hasta lo cargante, ella puede tirar de una verdadera historia.
Por eso es una pena que el libro se lea de una sentada y deje una ligera sensación de haber desaprovechado la ocasión de ampliar el formato y hasta el foco, de decir más sobre el asunto. Pero los lectores de la autora belga ya saben que estas son las reglas de Nothomb: escribir mucho, compulsivamente, y no salirse de lo que antaño era la nouvelle y hoy, con los nuevos hábitos de lectura, es simplemente novela.
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