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Estación de Gittersee der Windbergbahn

Estación de GitterseeWikimedia Commons

‘Los confidentes’: el procedimiento habitual

Una joven tiene que dar explicaciones a las autoridades del Estado cuando su novio huye de la República Democrática Alemana

Charlotte Gneuß (Luisburgo, 1992) ha hecho en su primera novela una radiografía moral de la Alemania comunista. Narra sus vivencias Karin Köhler, una joven que tiene dieciséis años cuando transcurre la acción, situada con alusiones indirectas en 1976. Algún marcador temporal indica que la protagonista escribe mucho después. No concreta la finalidad ni el posible destinatario, pero sus confesiones parecen ser a la vez testimonio del pasado y descargo de conciencia. La estructura del relato es circular: los dos cabos de la historia se anudan con un alambre tenso y fatídico.

Cubierta de 'Los conficentes'

Traducción de Alberto Gordo
Acantilado (2025). 208 páginas

Los confidentes

Charlotte Gneuß

La vida de Karin sufre un vuelco cuando Paul, su novio, cruza en moto la frontera checa –muy cercana a Gittersee, el distrito de Dresde donde se ubica la trama– y escapa luego al bloque occidental. El supuesto plan era celebrar en el país vecino el solsticio de verano, comprar material de escalada y volver al día siguiente. Iba a sumarse su común amigo Rühle, que al final no lo acompaña. A ella también la invita a unirse, pero no le revela sus verdaderas intenciones. Karin no puede ir sin el permiso de sus padres. Además, ese fin de semana debe cuidar de su hermana de dos años. Cuando se confirma el delito de fuga –Republikflucht–, Karin recibe en la casa familiar la visita de dos agentes de la Stasi. Tiene que pasar la noche en el calabozo y someterse a interrogatorio: el procedimiento habitual. A partir de ese momento, además, Wickwalz, uno de los dos agentes, estará al acecho y la abordará con cualquier pretexto para convencerla de que sea confidente al servicio del Estado.

En los recuerdos de la protagonista se entremezclan estupor y rabia por el abandono que ella no pudo anticipar del chico al que quería, desasosiego por la presión a que la someten las autoridades, pesadillas frecuentes y enigmáticas, apuntes sobre el día a día de una adolescente que va a clase, recibe doctrina del Partido, se maquilla para sentirse mayor, discute con las amigas por esas importantísimas naderías de su edad, y de vuelta a casa debe afirmar su independencia ante una familia que también la asfixia. El padre es débil y bebe en exceso. La madre se ocupa poco y añora una vida más deslumbrante, a la que renunció. La abuela refunfuña por todo, la acusa de ser irresponsable y vaga. Además hay que cuidar de la niña, a la que Karin quiere, pero es un engorro quedarse con ella cuando siempre hay planes más interesantes.

La evocación está dictada por el vaivén de la memoria, que en su pleamar deposita en la página registros sensoriales y algunas palabras punzantes. La escritura de Karin es rica en sonoridad y cromatismo. Emplea un estilo conciso y nominal de trazo suelto sobre lienzo. Se entiende que el título original de la novela sea simplemente Gittersee, porque el lugar está omnipresente en el recuerdo como un personaje más, ese paisaje de belleza triste, vulnerada por la mano del hombre, con sus campos de colza, sus escombreras, sus bosques, sus minas y torres de extracción, con las mil especies de animales que surgen por doquier. Y esas palabras dolorosas aún, que hieren desde lejos. Las de Paul proponiéndole la aventura sin retorno, sin ella saberlo. Las de Wickwalz, incitándola a la delación. Las de la abuela, que «está cabreada porque perdió la guerra», cuando también los vencedores la habían perdido, porque debieron cimentar su obra en la mentira.

No hay ensañamiento en esta novela, sino voluntad de comprender. La cita de Kafka que sirve de pórtico nos conmina a ser respetuosos con los demás como si estuviéramos a las puertas del infierno. Hay voluntad de comprender a los confidentes, que son más de los que parecen y están muy cerca de nosotros, pero también a los servidores del régimen. El lector, que profesa a Wickwalz una antipatía incondicional desde que aparece en el relato, descubre con algo de inquietud que le resulta cada vez más complicado mantenerla. Siempre desde la perspectiva de Karin, vemos que es un hombre fanático en su defensa del Estado socialista, pero cortés a su modo, quizá solo como táctica. No hace amago de emplear la violencia ni de propasarse con la joven, aunque podría. No ejerce, ni siquiera insinúa, abusos de poder que quedarían impunes. La conversación con él es agradable, distendida a veces. Sorprendente incluso cuando deriva hacia Beethoven, en cuya sonata Claro de Luna demuestra ser experto. La melomanía, ya se sabe, no garantiza integridad moral –hay muchos ejemplos de lo contrario–, pero al menos indica refinamiento. Wickwalz es un personaje de claroscuros bien matizados.

Y ya que se han elogiado antes las cualidades pictóricas de la escritura de Gneuß, quede para estas últimas líneas un comentario breve sobre una decisión formal discutible. Las intervenciones en estilo directo de los personajes se integran en el discurso de la narradora sin rayas de diálogo ni comillas, pero es que también se suprimen los signos gráficos de interrogación y exclamación. No sé si lo que se pretende es ecualizar el conjunto de voces con el timbre único de la voz de Karin, que las convoca y las evoca a todas, pero el resultado es cacofónico y dificulta a veces la comprensión inmediata de algunos enunciados, porque se hurta una prosodia relevante. Esta afectación estilística, no por exceso sino por defecto, se diría más audacia propia de primera novela, donde se quiere demostrar una personalidad literaria diferenciada, que recurso narrativo sustancioso y eficaz. El talento de Gneuß queda demostrado y no necesita extravagancias. Puede respetar –de gramática hablamos– el procedimiento habitual.

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