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Portada de Mujercitas

Detalle de portada de Mujercitas

‘Mujercitas’: La literatura hecha con buenas intenciones y buenos sentimientos

Una novela que nos insufla la idea de que la felicidad es posible si estás rodeado de personas que te quieren y te apoyan.

Días atrás hice una pausa en la lectura de Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, para releer el libro sobre el que recae esta reseña: Mujercitas, de Louisa May Alcott. Y mientras echo a rodar estas primeras líneas caigo en la cuenta de que me costaría encontrar dos novelas tan antagónicas entre sí. Si en Viaje al fin de la noche, una de las obras narrativas más emblemáticas del siglo XX, la condición humana es retratada con grisura y pesimismo, en Mujercitas asistimos a una luminosa exaltación de los valores tradicionales (la familia, el amor, el decoro, el esfuerzo, la buena educación, la cortesía) que, hasta cierto punto, podría resultarnos cándida.

Portada de Mujercitas

Traducción de Gloria Méndez Seijido. Ilustrado por María Hesse. Alfaguara (2018). 352 páginas

Mujercitas

Louisa May Alcott

¿Y entonces qué? ¿Acaso no nos explicó André Gide que «No se hace literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos»? No seré yo quien le quite la razón al Premio Nobel de literatura de 1947; me imitaré a señalar algo que me parece obvio: los caminos de la buena literatura son tan amplios y transversales que hay espacio en ellos tanto para la desolación del malhumorado Céline como para el candor de Louisa May Alcott.

Lo cierto es que Mujercitas ha trascendido el paso del tiempo con buena nota, y hoy, más de 150 años después de su publicación (1868), seguimos celebrando las virtudes de esta narración para todos los públicos que nos insufla la idea de que la felicidad es posible si estás rodeado de personas que te quieren y te apoyan.

Mujercitas podría ser considerada una «novela de iniciación en familia», en tanto que las cuatro hermanas protagonistas, Meg, Jo, Beth y Amy, que en ningún momento abandonan el nido, son unas niñas al principio de la historia y, tras numerosas vicisitudes, terminan como valiosas… mujercitas.

Ambientada durante la guerra de Secesión, Mujercitas relata cómo es la vida cotidiana de estas hermanas y su madre en ausencia del cabeza de familia, que se encuentra en el frente, en algunas versiones como capellán y en otras como médico. Sin la presencia del padre, la familia, lastrada por la precariedad económica, consigue salir adelante con la ayuda de personas de buen corazón: Hanna (mujer mayor que las ayuda en casa), el adolescente Laurie y su abuelo James (vecinos y buenos amigos de la familia), la adinerada tía March (la más áspera y fría de todos), el profesor Fritz y el joven John Brooke, tutor de Laurie que acaba enamorándose de Meg, la hija mayor (de diecisiete años al final de la novela).

El hogar familiar, tutelado por la apacible y sabia madre (Margaret March), es armónico. Las niñas viven felices en él y, además de coser cada noche, practican diversas disciplinas artísticas: el dibujo, la escritura, la música, el teatro… Un entorno admirable en lo creativo y en lo humano que acaba por fascinar al joven Laurie, que habita una casa vecina junto a su abuelo. El chaval es un pobre niño rico: aunque está rodeado de todo tipo de lujos, carece de lo más importante hasta que conoce a las chicas: la verdadera amistad. Por suerte, tras un acercamiento timorato a sus vecina, acaba siendo uno más de la familia.

Mal leída, Mujercitas podría ser entendida como una novela conservadora, sin matices, pero, aunque su trasfondo ciertamente sea tradicional, al mismo tiempo es una novela en algunos aspectos avant garde, pues está plagada de guiños feministas donde –sobre todo a través de la actitud de la combativa Jo y de las enseñanzas de su madre– se alaba la fortaleza y la autonomía de la mujer y se reniega del matrimonio de compromiso, por muchos beneficios sociales o económicos que aporte. Recordemos que, fuera de la ficción, su autora fue activista por los derechos de las mujeres y la primera mujer en votar en Concord, Massachusetts, en 1880, una vez se constituyó el voto femenino.

Toda novela es hija de su tiempo, y esta no iba a ser una excepción. Al leerla nos retrotraemos a una época en la que estaban a la orden del día la fiebre escarlatina, los telegramas o la belladona (una medicación a base de plantas que se usaba, entre otras cosas, para bajar la fiebre). Sin embargo, los sentimientos retratados (el miedo, el amor, el despecho, la compasión o la envidia) no nos resultan añejos; todo lo contrario, siguen siendo muy actuales, pues podrán cambiar el marco temporal y geográfico, pero la condición humana es inmutable.

Cualquier lector de gustos amplios coincidirá conmigo en que Mujercitas es una novela entrañable y atemporal que mantiene todo su encanto, por mucho que incumpla el famoso postulado de André Gide, y que bien merece hacerse un hueco antes, durante o después del perturbador Céline, autor francés a quien, pese a sus desvaríos ideológicos, le sienta como un guante –ya que estamos– la etiqueta de «clásico moderno».

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