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Detalle de Cubierta Señora de rojo sobre fondo gris

Detalle de cubierta de Señora de rojo sobre fondo gris basada en el cuadro de Eduardo García BenitoDestino

‘Señora de rojo sobre fondo gris’: del cuadro al libro y del pintor al narrador

Una mirada contemplativa y sincera a la intimidad del matrimonio Delibes de Castro

Entre la autobiografía y las memorias, la elegía y la loa casi hagiográfica, una confesión sincera, un álbum de intimidades, un entramado de recuerdos… Cualquiera de estas etiquetas es válida y al mismo tiempo pobre a la hora de clasificar lo inclasificable: una obra que es escritura y arte, narrativa y canción.

Cubierta Mujer de rojo

Austral (2019). 144 páginas

Señora de rojo sobre fondo gris

Miguel Delibes

Delibes, de tan íntimo, sublime, custodió con mimo estas páginas durante más de veinte años antes de su publicación. Escrita en 1976, dos años después de la muerte de su esposa Ángeles de Castro, Señora de rojo sobre fondo gris no vio la luz hasta 1991. Leyendo este libro con nombre de cuadro, uno entiende bien al celoso vallisoletano, pues se descubre, como intruso, asistiendo a la más tierna intimidad del matrimonio de Ana y el pintor protagonista. No es casualidad que el autor, aficionado a la pintura, haya escogido a un pintor como trasunto de sí mismo.

Crisis creativa, del lienzo vacío, del folio en blanco. Ambos, personaje y autor, comparten un mismo hastío vital que afecta a su labor. ¿Los motivos? Los del primero se esconden tras el nombre de Ana, los del segundo se llaman Ángeles. Una enfermedad repentina con la consiguiente pérdida y viudedad obligarán a los dos a reconocerse faltos de su equilibrio, de «ángeles» que inspiren páginas y lienzos. Los recuerdos brotan desordenados como un torrente de palabras y frases breves que se hacen uno con el dinamismo de los brochazos del pintor que intentan llenar el lienzo sin lograrlo. Palabras y pinceladas tratan de crear una obra que rinda homenaje a la musa. Envidia y decepción llegan cuando es otro el que logra dar con el cuadro que quedará para la posteridad, ¿es esto cierto?

Confesará el pintor entre recuerdos: «la actividad creadora es imposible si alguien no te empuja por detrás, no te lleva la mano»; y el escritor el día de su ingreso en la Real Academia de la Lengua en 1975, meses después de la pérdida: «Soy consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo». Y, sabiamente, confirmará el amigo Julián Marías en su respuesta (Evelio Estefanía en la novela): «una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir». Atractiva, detallista, delicada, extrovertida, amiga de sus amigos, madre, esposa y abuela, original, inesperada. Tantos adjetivos como recuerdos detrás de ellos discurren veloces por la mente y el corazón de este artista. Detalles banales y poco representativos quizá a la hora de dibujar a un matrimonio a los ojos de un cualquiera. Pero, por extraño que parezca, tan radicales y definitorios del ser más puro de esta pareja. Casi sin darse cuenta, el artista-narrador, van configurando esa obra que rendirá homenaje a la musa. No será un cuadro el resultado, ni estará hecho con pinceladas rojas y grises. El resultado será un cuadro, pero de recuerdos, una composición de palabras, en apariencia desordenadas, pero que terminan definiendo, delicada y tiernamente lo que era, es y será bien Ángeles, bien Ana. Así lo acogerá el público lector desde el primer instante de su tardía publicación. Delibes, sorprendido con el recibimiento de la obra, confesará en 2008: «Lancé este libro discretamente diecisiete años después de morir Ángeles, mi mujer, en la creencia ingenua de que era un homenaje íntimo únicamente conocido por mí. Por eso me sorprendió la primera reseña del libro hablando del buen recuerdo que yo guardaba de ella. Más que de ingenuo había pecado de tonto, pero lo curioso es que aquella alusión, antes que desagradarme, me llevó a la conclusión de que mi recuerdo no tenía nada de censurable, por lo que, a partir de ese momento, Señora de rojo circuló como un homenaje póstumo a mi mujer». Bien podríamos corregir a ese Delibes, escondido detrás del pintor hastiado de su novela, y asegurarle que no, que no tiene motivos para envidiar el cuadro ajeno.

Parece que él, como el artista protagonista, haya aprendido de su mujer que «descubría la belleza en las cosas más precarias y aparentemente inanes». Mirando desde su mirada nos descubrimos descubriendo belleza donde no creíamos haberla y nos planteamos entonces si el sentido de lo bello reside, a veces, más en la mirada de quien contempla que en el objeto contemplado.

Planteamiento que podríamos aplicar igualmente a las bondades que el artista canta de su Ana… Delibes de su Ángeles. ¿Reside toda la bondad en la mujer o en la mirada tierna del marido que la contempla? He aquí la clave del proceso creativo, la paradoja del amor matrimonial. La mujer de rojo brilla más que nunca y sus rasgos no son ya los de una desconocida. ¿Y los del pintor? ¿Qué sabemos de él? Él no es sino aquel fondo gris que existe en la medida en que refleja a su mujer, el ser y sentido de su arte.

Descubrir al marido por la mujer y a la mujer por el marido. ¿Acaso puede decirse nada más bello de un matrimonio?

Apagarse él para que brille ella. Y lo consigue, pues de este solo conocemos su mirada sobre su esposa. La humildad de quien redirige la mirada de su público apartándola de sí mismo para centrarla en aquella en quien reconoce su verdadera inspiración y el porqué de su obra, y de su vida.

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